HISTORIA DE LA PLATERÍA ESPAÑOLA A TRAVÉS DE LOS CÁLICES
Alejandro Caņestro para Artes Decorativas y Suntuarias
ROMÁNICO
Este cáliz románico del siglo XI es el Cáliz llamado de Silos, por ser el Convento de dicha localidad castellana el lugar donde se conserva.
Lo que más llama la atención es la perfecta simetría que existe entre las partes, en el doble eje axial que podríamos denominar. El nudo de la pieza, o parte central, es completamente esférico. Aún no se han definido con perfección y claridad las diferentes partes del cáliz; eso no ocurrirá hasta los cálices góticos. La base y la copa son simétricas, para lograr un equilibrio y unas proporciones muy determinadas, inspiradas en la Sacra Sección Áurea.
La decoración del cáliz está hecha a base de filigrana sentada, formando arcos de herradura, lo que nos indica que se trata de un momento de transición.
GÓTICO
Ambos cálices son de la etapa gótica (siglos XII-XIV). Si el cáliz románico no tenía aun bien definidas todas sus partes, será el cáliz gótico quien las defina y las proyecte de manera suntuosa.
El cáliz de la fotografía de la izquierda corresponde a la primera variante de los cálices góticos: su nudo, la parte central, tiene forma de templo gótico, con proliferación de arbotantes, contrafuertes, pináculos, etc. Es un pequeño trasunto de lo que podría ser una catedral gótica. Su base se hace polilobulada y su copa se eleva. Es la primera vez que se ve la parte del gollete -entre el nudo y la base-. Y en cuanto a la subcopa o rosa, cabe decir que se constituye como una moldura propia.
El cáliz de la derecha, también de etapa gótica, es de la segunda variante: su nudo tiene forma, según se denomina comúnmente, de manzana aplastada, por tener una forma casi ovalada. El templo gótico se sustituye por una forma extraída de la naturaleza. La base sigue siendo polilobulada y su copa se hace menos acampanada. La decoración se limita al nudo, la base y la subcopa, mientras que añade un hilo en la copa.
RENACIMIENTO
Cronológicamente, estamos hablando del siglo XVI. Si recordamos, uno de los cálices góticos venía determinado por la forma de su nudo de manzana aplastada. Si nos fijamos en el cáliz de la izquierda, el nudo de manzana aplastada se mantiene y se hace incluso más esférico. Lo genuino de este cáliz es su base, llamada "de cucharas", por tener esa forma. También se denomina "base de gallones o agallonada". Como vemos, la base se hace un poco más alta, sigue siendo polilobulada. La subcopa adopta motivos vegetales como decoración.
El cáliz de la derecha, de finales del siglo XVI, sigue teniendo rasgos del Renacimiento pero si observan, advertirán una novedad: su nudo se ha convertido en una bellota. Este cáliz es más profuso en su decorativismo. La subcopa incorpora pequeños relieves en forma de cabeza de putti, a la manera italiana. Como vemos, el maestro platero que hace estas piezas del ajuar litúrgico, conoce perfectamente los Tratados y conoce las realidades artísticas de otros países, caso de Italia o Flandes.
BARROCO
Uno de los cálices del siglo XVI era aquél que tenía un nudo en forma de bellota (formado por toro y cuerpo). Los finales quinientistas corresponden con la etapa de esplendor del ámbito de El Escorial y todo lo escurialense está en boga y domina el panorama. Tanto es así, que incluso las formas herrerianas y su clacisismo purista se verán reflejados, evidentemente, en los cálices. Y los cálices de finales del XVI y siglo XVII vendrán marcados por una cuidada geometría y una pureza de formas que contrastarán con las caprichosas formas del Rococó, que vendrá a partir de la mitad del siglo XVIII.
Observad el cáliz que adjunto: no tiene nada de decoración, nada distrae a la vista, todo se reduce a su mínima expresión y queda bien claro que es un objeto funcional y no decorativo. Se prescinde de todo ornamento para darle importancia a la significación de la pieza como parte del ajuar litúrgico. Estamos en tiempo de la Contrarreforma y su Concilio de Trento, y las disposiciones trentinas abogan por una legítima defensa del sagrado Sacramento de la Eucaristía. El cáliz, como digno portador del símbolo de la Santa Sangre de Nuestro Señor, debe reflejar su funcionalidad: estar al servicio de la Eucaristía.
Se advierte una peculiaridad: el nudo de bellota de los cálices anteriores se suaviza de forma que llega a ser una pera. Son los llamados "cálices de pera", típicos del siglo XVII español. Esta rigidez de formas quedará obsoleta con los postulados franceses del Rococó.
ROCOCÓ
Estamos situados en los mediados del siglo XVIII, ya han pasado los furores del Barroco y, tras de sí, deja una impronta muy específica: un bello y proporcionado juego de curva-contracurva que aún podremos ver en los cálices del dieciocho español.
El Rococó es un movimiento que se inicia en Francia y se define por el gusto por los colores luminosos, suaves y claros. Predominan las formas inspiradas en la naturaleza, en la mitología, en la belleza de los cuerpos desnudos, en el arte oriental y especialmente en los temas galantes y amorosos. Busca reflejar lo que es agradable, refinado, exótico y sensual. Como última fase del gran desarrollo barroco, le corresponde al Rococó llevar hasta sus últimos términos todo aquello que había introducido el estilo anterior.
Si recordamos, el cáliz típico del Barroco era aquél que tenía su nudo con forma de pera, consecuencia de la evolución del nudo de bellota que veíamos en las postrimerías seiscentistas. Pues bien, en el cáliz del Rococó, más concretamente en la pieza maestra que hoy expongo (Cáliz de la Catedral de Córdoba, h. 1780, por Damián de Castro), el nudo ha seguido en su evolución natural hasta llegar a configurarse como un triángulo (tronco-piramidal invertido) que, lejos de lo que se había dado en los siglos predecesores, incorpora una rica ornamentación y concibe un nudo hecho a base de querubines, cabezas de ángeles y otras formas caprichosas. Es todo decoración, a excepción de la copa que queda austera. La base se hace más alta y se aprovecha todo el espacio para crear un horror vacui sin precedentes.
Damián de Castro es el gran maestro platero cordobés, autor de piezas tan asombrosas como la peana de la Custodia de la Catedral de Córdoba, que Enrique de Arfe hiciera en los finales del siglo XVI, un atril, varios cálices, y un sinfín de piezas del ajuar litúrgico. Pero no toda su obra será de estilo Rococó. A principios del 1800, y con la nueva oleada de clasicismo que invade España, volverá sus miras hacia las formas clásicas y será un platero academicista, cuya mejor obra será la Custodia del Corpus de la Rambla (Córdoba).
NEOCLÁSICO
Una vez llevados hasta su último extremo los postulados del Rococó más puro, se hacía necesaria una vuelta al orden, de la mano de Napoleón y su corte francesa. Se funda a finales del siglo XVIII un movimiento que, a la par que la Ilustración, pretende volver a retomar los valores clásicos grecolatinos.
Este movimiento, conocido bajo el nombre de Neoclasicismo, abarcará los últimos años del XVIII y el primer tercio del XIX, momento en que entrará con personalidad el Romanticismo y sus representantes. Las formas se depuran y todo se hace más geométrico, más preciso.
El nudo que veíamos en los cálices propios del Rococó, de forma triangular y repleto de ornamentación, ha evolucionado hasta su mínima expresión y ahora, en el Neoclasicismo, el nudo es una especie de jarrón estilizado, de paredes rectas. Se ha obviado la decoración, domina una estricta geometría.
Artículo Relacionado en este |
www.lahornacina.com