EL CRISTO DE LA AGONÍA, OBRA DE JUAN DE MESA
Rafael Martín Hernández
¿Por qué Vergara? En 1622, el vergarés Juan Pérez de Irazábal (15761638), superintendente de la armada y contador mayor de Felipe III y Felipe IV en la Real Hacienda de Sevilla, contrató con el insigne escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco la hechura de un Cristo Crucificado de la Agonía. Según se atendió en el contrato, Jesús estaría vivo, clavado en la Cruz y coronado de espinas. Su envergadura debía ser superior al natural, (de 10 cuartas más o menos) y el plazo de ejecución se fijó en 4 meses. El coste de la imagen ascendería a 1300 reales. En dicho documento no se especificó el emplazamiento de la obra, aunque por el tamaño se descarta el culto doméstico, pudiéndose pensar que Irazábal tuviera en mente desde un principio ofrecerla como posible regalo. Cuatro años estuvo la escultura de Mesa en la capital hispalense, hasta ser entregada a la Parroquia de San Pedro de la Villa guipozcuana de Vergara (Bergara, en idioma vasco) el 5 de octubre del año 1626, a manos de su hijo, Juan Bautista Pérez de Irazábal, pues era costumbre que los vergareses enriquecidos hicieran donaciones a sus parroquias. Aun teniendo el contador un gran prestigio social, le urgía alcanzar el reconocimiento de su ciudad natal. Es por ello que se hizo construir una casa de importancia en la localidad, fundó un mayorazgo vinculado a su apellido y donó a la parroquia más representativa de la villa la imagen que nos ocupa. Este presente le supondría una doble inversión: por un lado, a corto plazo el prestigio entre los ciudadanos de Vergara, y por el otro una inversión de futuro, pues debido a ser un acto piadoso, habría de suponerle un logro en pro de la salvación de su alma. En lugar de donarla a su parroquia de origen (Santa Marina), que aglutinaba la población rural bajo el patronato del Conde de Oñate, a causa de sus ansias de distinción el contador la ofreció a la Parroquia de San Pedro, más identificada con la villa por ser de patronato municipal y por tener como feligreses al gran bulto de la población urbana. La imagen del Cristo de la Agonía supuso una revolución en la plástica de la zona, pues provocó en los artistas autóctonos un progresivo rompimiento de las fórmulas romanistas que inundaban los templos del norte. Fue tal la impresión y admiración que suscitó su llegada a Vergara, que se decidió ubicarla en la única capilla del templo, enclavada en el lado del Evangelio bajo el coro. Incluso se llegaron a prohibir enterramientos en dicho emplazamiento, ni siquiera para el donante, con el fin de no crear privilegios entre unos parroquianos y otros. El templo de San Pedro data del siglo XVI. Es de tres naves con una amplia cabecera. La capilla del Cristo es de planta rectangular y es el único espacio diferenciado del templo mediante rejas. Consta de dos de autor anónimo, colocadas en 1701 y 1705 y doradas en 1709. El retablo actual, que sustituyó otro anterior, fue trazado por Jacobo de Jáuregui Ayesta en el año 1724. El remate es de José Suso, y el dorado de Juan Ángel Barón de Guerendiain. |
Obra maestra de Juan de Mesa El Cristo de la Agonía fue ejecutado en el año 1622 durante el lustro magistral de Juan de Mesa (entre 1618 y 1623). Se trata del sexto de los once crucificados tallados por el escultor cordobés, de los cuales los dos últimos siguen aún sin haber sido identificados. En el contrato de hechura de la escultura, se acordó hacerla en madera de cedro en blanco, osease, sin policromar pues a principios del XVII esta labor era propia de pintores supervisados por los escultores. La escultura de este impresionante Crucificado se halla en perfecto equilibrio entre la divinidad de un Dios asido a su trono de martirio y el realismo del drama de la agonía de un hombre. Además, cumple todos los requisitos para definirlo como un gran imán de fervor y devoción debido a su grandeza y decoro, por su fuerte garra expresiva y por su sencillo lenguaje evangelizador. Tanto en calidad artística como en tamaño (218 cm) el Crucificado de la Agonía destaca sobre el resto de los realizados por Mesa, erigiéndose como la obra cumbre del "imaginero del dolor". Dicho esto, entenderíamos por tanto que se trataría de una de las esculturas más sobresalientes del arte español. Si bien Mesa es reconocido como el más dramático de los escultores barrocos andaluces, no cabe duda que el Señor de la Agonía es la más conmovedora y personal de las imágenes por él realizadas, pues con ella rompió decididamente con los cánones montañesinos, conjugando su propio lenguaje plástico de herencia helenística. El estudio anatómico es de un asombroso verismo idealizado. La complexión del cuerpo es atlética, con amplia caja torácica y anchas caderas. Este apolíneo cuerpo, exento de descomposiciones patéticas, posee un acertado modelado que subraya la tensión de aquellos músculos que, por lógica, contribuyen a fingir la sensación de incorporación de la figura sobre los clavos de los pies, bien para tomar aire, bien para dirigirse al Padre. La efigie se yergue sólidamente sobre la pierna izquierda, escorzándose hacia su derecha. Los brazos se disponen de forma casi horizontal, lo cual invierte en otorgarle al cuerpo una gran sensación de ascensión. La imponente cabeza, con corona de espinas tallada en el mismo bloque, dirige la mirada hacia lo alto con un violento movimiento hacia su derecha y arriba. La boca abierta, la mirada suplicante y las cejas elevadas por el músculo superciliar o músculo del dolor, nos dibujan una dramática expresión cargada de "phatos" que nos recuerda a la del Laocoonte, aunque su ademán transmite más dulzura que brusquedad y patetismo. El tipo de sudario cordífero, que por vez primera pusiera en práctica en el Cristo de la Conversión de Sevilla, deja entrever la cadera izquierda. Se trata del más agitado y turbulento de entre todos los por él esculpidos, y está dibujado basándose en finos y profundos pliegues. La escultura de este impresionante Crucificado se halla en perfecto equilibrio entre la divinidad de un Dios asido a su trono de martirio y el realismo del drama de la agonía de un hombre. Además, cumple todos los requisitos para definirlo como un gran imán de fervor y devoción debido a su grandeza y decoro, por su fuerte garra expresiva y por su sencillo lenguaje evangelizador. |
Nota de La Hornacina: Publicado en el nº 4 de Carrera Oficial, Cádiz, 2005.
Agradecemos a su director, Jesús Manuel Sánchez Pavón, la colaboración prestada.
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