EL CRISTO DE MARCELINO, PAN Y VINO EN DON BENITO (BADAJOZ)

Pedro Castellanos para Fragmentos de Badajoz. Con información de Jesús Abades (15/04/2024)


 

 
 

 

La famosa película española Marcelino pan y vino, estrenada el 24 de febrero de 1955, fue dirigida por el cineasta de origen húngaro Ladislao Vajda (Budapest, 1906 - Barcelona, 1965), afincado en España. Hablamos de uno de los mayores éxitos comerciales y de crítica en la historia del cine español, de cuyo rodaje se cumplen setenta años en 2024.

Varias veces premiada, excedió ampliamente los cánones de la habitual filmografía religiosa imperante en la época. Obtuvo mucho éxito también fuera de España, sobre todo en la América hispana, y obtuvo premios y menciones en los prestigiosos festivales de Berlín y Cannes. Parte de esa fama se debe, indudablemente, al angelical carisma de su actor protagonista -el madrileño Pablo Calvo Hidalgo (1949-2000), más conocido como Pablito Calvo, que por entonces tenía cinco años de edad-, quien solo ejerció de intérprete durante su etapa infantil. Versiones posteriores como las del italiano Luigi Comencini (1991) no han podido superar a un original basado en el cuento homónimo (1953) del escritor, periodista, guionista y cineasta madrileño José María Sánchez-Silva y García-Morales (1911-2002).

El contexto transcurre después de la invasión francesa. Tres frailes franciscanos reconstruyen una casa de propiedad municipal en ruinas y la convierten en un convento con ayuda de varios vecinos. Un bebé, con solo una semana de vida, es depositado en la puerta del convento y recogido por los frailes. Pasan los años, y aunque el niño, bautizado Marcelino, habita feliz en el cenobio entre los doce monjes, anhela tener unos padres, sobre todo una madre. Marcelino tiene un amigo imaginario llamado Manuel, y finalmente entabla relación con una imagen de Cristo crucificado que encuentra en el desván del convento, con el que habla y al que le lleva pan, vino y otros viandas que hurta de la cocina monacal.

Parte de las escenas clave de la película fueron rodadas en La Alberca (Salamanca). Su plaza mayor sirvió como escenario para la escena inicial, en la que el fraile narrador, el actor gallego Fernando Rey (1917-1994), baja al pueblo para contar a una niña enferma la historia de Marcelino. Toda la ambientación relativa al convento estaba ubicada en la ermita del Santísimo Cristo del Caloco (El Espinar, Segovia). De gran devoción, tiene su cofradía fundada en 1529 y, desde 1618, por permiso del Vaticano, da culto a este crucificado de cabellera natural. Sin embargo, la talla del Cristo de la película no se corresponde con la del Caloco, sino que fue una obra hecha ex profeso para la película.

Este Cristo se encuentra actualmente en el altar mayor de la capilla del convento de Santa Teresa de monjas carmelitas de Don Benito (Badajoz), situada en la calle Donoso Cortés, número 21. Es una capilla muy sencilla, donde las quince hermanas viven en clausura, realizando labores de bordado y venta de exquisitos dulces de gran tradición extremeña.

 

 
 

 

El Cristo fue diseñado por el decorador gallego Juan Antonio Simont Guillén (1897-1976) quien hace los bocetos en papel, si bien lo realizó un amigo suyo en escayola, previo boceto en barro. Este escultor se llamaba Pedro Frías Alejandro (1899-1963), natural de Palencia, hijo de Juan Frías y Catalina Alejandro, con domicilio en la calle Santa Marina, número 10 de Palencia. Se trasladó después a Valladolid, donde en 1925 expuso en el Ateneo, siendo sobrino de Alfonso Alejandro, profesor de la Escuela de Artes y Oficios de la capital. En ese mismo año propuso a su ayuntamiento hacer gratuitamente una escultura a su admirado y paisano, el escultor Alonso Berruguete, pero no se llegó a realizar por discrepancias con el arquitecto municipal. En los años 60 del pasado siglo tenía su estudio en la calle Zabaleta, número 19 de Madrid.

Tras el estallido de la Guerra Civil, las monjas tuvieron que huir y la capilla quedó muy dañada por las tropas del bando republicano. Acabada la contienda, las religiosas regresaron y vieron que apenas había quedado obras para adornar la capilla. Para la película buscaban una obra que no mostrase el dramatismo de la escuela castellana y, tras no encontrar una real que les convenciera, decidieron encargar la que conocemos de la película. Esta imagen debía mostrar un rostro humano y de facciones suaves.

Al terminar el rodaje, los decorados, incluido el Cristo, se amontonaron en los Estudios Chamartín de Madrid. Uno de los ingenieros de sonido de la película, Miguel López Cabrera, era natural de Guareña (Badajoz). Su hermana, Catalina López Cabrera, también de Guareña, era monja en dicho convento, llamada luego Isabel de Jesús. Miguel fue a visitar a su hermana y les preguntó si querían tener allí al Cristo. Ella contestó que sí, que tenían la capilla casi sin imágenes.

El Cristo era de tamaño natural y la cruz medía más de dos metros de largo, por lo que, para transportarla al convento, hubo que quitarle los brazos para poder embalarlo en una caja. Tras su llegada a Don Benito en 1955, le fueron ensamblados y la imagen fue restaurada, aunque hoy le faltan las espinas de la corona que tuvo originalmente. Las monjas desconocían la película y, a través del ingeniero, se enteraron del argumento. También de anécdotas que los espectadores no conocieron, como que el brazo del Cristo que se extiende hacia el niño fue la de un doble humano y no la real de la talla. El convento fue fundado en 1883, por lo que el año pasado cumplió su 140 aniversario.

 

 
 

 

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