El último número (34) de la revista Imafronte, editada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, recoge un interesante artículo del historiador Alberto Aguilera Hernández sobre la saga de los Lacasa, una familia de artistas originarios de Borja (Zaragoza), a la que pertenece el escultor Simón Diego Lacasa Castro (1708-1764), identificado tradicionalmente como el autor de la escultura de San Miguel, titular de esta antigua iglesia parroquial borjana y talla de notabilísimo mérito artístico.

De todo lo expuesto por Aguilera Hernández en su estudio queda patente que una crónica manuscrita asegura que, hacia 1730 o 1732, Simón Lacasa, entonces afincado en Huesca, y el dorador Domingo Lacueva, posiblemente de Cariñena (Zaragoza), realizaron una serie de trabajos artísticos en Borja; sin embargo, otras fuentes confirman que estos encargos se produjeron entre 1720 y 1731 aproximadamente, lo que supone reconocer que Simón Lacasa se hizo cargo de ellos a partir de los 12 años de edad, puesto que fue bautizado el 28 de octubre de 1708 con los nombres de Simón Diego. Esta circunstancia, junto con el hecho de que su padre se llamase Diego José y que algunas referencias y pagos de estas obras involucren directamente en su realización a un tal Diego Lacasa, hace proponer como hipótesis a dicho historiador que, al menos una parte de ellas, con la salvedad quizá de la escultura de San Miguel -realizada hacia 1730 o 1732, cuando Simón podía tener alrededor de 23 o 24 años-, fueran realizadas por su progenitor.

Sea como fuere, la imagen de San Miguel arcángel refleja la evolución desde una tradición barroca anterior hacia una sensibilidad más refinada y formas estéticas de gusto rococó que los Lacasa contribuyeron a implantar en Borja.

Hablamos de una escultura de bulto redondo (170 x 132 x 100 cm) en madera tallada que nos presenta al arcángel como Princeps Militae Angelorum sobre peana (26 x 105 x 64 cm). Se halla vinculada a los modelos barrocos precedentes, en particular al San Miguel venciendo al diablo que esculpió Luisa Roldán (La Roldana) para el Monasterio de El Escorial, y a otros más o menos contemporáneos próximos a una elegancia ya de gusto rococó.

La escena se completa con la policromía muy cuidada que la referida crónica manuscrita asigna a Domingo Lacueva, la cual alterna zonas enteramente doradas como las alas y las grebas; los estofados reproduciendo motivos florales a punta de pincel en las mangas y faldellín; el estofado de la coraza y el manto o las carnaciones del arcángel con aspecto de porcelana en contraposición a la piel rojiza de los demonios.