Hay en esta iconografía, poco cultivada en el mundo del arte, pilares contrarreformistas indiscutibles: la importancia que se le da la iglesia primitiva y sus representantes, el sacramento de la Eucaristía y la presencia de la Virgen María como elemento indispensable del dogma católico.

En el Hermitage de San Petersburgo, procedente de la colección Coesvelt de Ámsterdam, se conserva un interesante ejemplar pictórico sobre tabla que, además del evangelista acompañado de la Virgen, que aparece arrodillada y recibiendo la comunión en la boca, muestra a los santos Ignacio de Antioquía y Policarpo: el primero fue obispo de Esmirna y uno de los discípulos de San Juan, el segundo fue obispo de Antioquía y padre de la Iglesia, además de mártir.

San Juan, el evangelista que habla del amor y quien celebró la eucaristía cuando Cristo subió a los cielos, está pintado con gesto humilde, mientras que la Virgen recibe la hostia con devoción y serenidad.

Las pinturas y dibujos de su autor, Miguel Barroso (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 1538 - El Escorial, Madrid, 1590), se enmarcan en el contexto contrarreformista. La fuente de sus temas fueron los textos sagrados, estrictamente sujetos a la doctrina de la Iglesia, y sus comitentes y protectores más importantes fueron personas vinculadas a la mentalidad y al dogma que establecía la Contrarreforma. Destaca sobre todo, el propio rey Felipe II, para quien Barroso trabajó en su proyecto más ambicioso: el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

En la obra del Hermitage, que también posee un "San Andrés" de Barroso, vemos un buen tratamiento de las calidades a través de las telas y los objetos representados, mediante un dibujo sólido y una rica paleta. El punto focal son la hostia y el sagrario, una estructura de planta central con la puerta abierta. Aunque la perspectiva es anómala, se enfatiza mediante el diseño del suelo en una suerte de damero que nos lleva hacia el altar.