LA PROMESA CUMPLIDA

Fernando Prini Betés y Adelardo Martín de la Vega y Muñoz de Morales (18/03/2025)


 

 

Introducción

El manto de Santa María de Consolación recoge un sentimiento de la hermandad y los hermanos que, como tal, recogió el Hermano Mayor en su programa electoral.

La Hermandad de la Sed (Sevilla) afrontó un reto al que todas las hermandades que atesoran un conjunto artístico de un paso de palio enfocan a lo largo de su desarrollo creativo y artístico. Es el paso de palio donde se prefigura la imagen exterior de una hermandad, asociada a sus titulares y a su estación de penitencia.

Al iniciarse la renovación del paso de palio con la ejecución de las bambalinas, en el anterior mandato, el conjunto estético de la hermandad comenzó una nueva andadura. Si bien siempre en el ideario de los hermanos estaba acometer un manto bordado para Santa María de Consolación, el estado de las bambalinas y su ejecución más modesta, hizo aconsejable iniciar por ellas la renovación.

Todo el conjunto del palio recoge en su programa iconográfico el espíritu fundacional de la Hermandad de la Sed y su vinculación con la doctrina del Concilio Vaticano II. De este modo, desde el origen fundacional de la Hermandad Sacramental -que ahora cumple el 90 aniversario-, pasando por la misma advocación de la Virgen como Madre de la Iglesia, se atesora este sentimiento; y aunque parezca algo meramente estético y casual, los ojos azules de la Dolorosa, santo y seña de la hermandad, tienen su origen en la idea conciliar.

El celeste de los ojos asume la idea del Consuelo de la Salvación que en el Magníficat -la más bella oración de la Santísima Virgen- se anuncia: la idea de una Jerusalén celeste como en el Apocalipsis, que a través de la segunda Eva hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, para con esta nueva creación librarnos del pecado y darnos en su fruto la fuente de agua viva que nace en el árbol de la vida de la cruz del Santísimo Cristo de la Sed. Todo ello sin perder el fuerte arraigo devocional de la hermandad en la Inmaculada Concepción y la vida parroquial, tan presente desde sus orígenes.

Con tales referencias y mirando siempre al futuro, se planteó un manto que, del 14 al 22 de marzo de 2025, se puede ver en la exposición titulada La Promesa Cumplida, que se desarrolla entre la Sala del Apeadero y la Sala Capitular del Ayuntamiento de Sevilla, pudiendo ser visitada de lunes a viernes de 10:00 a 13:30 horas y de 17:00 a 20:00 horas, y los sábados en horario de 10:00 a 13:30 horas.

 

 

Simbología

A la hora de afrontar el diseño, Fernando Prini quiso supeditar toda la configuración del mismo a las premisas primordiales que le fueron solicitadas desde la Hermandad de la Sed.

Iconográficamente se tenía muy claro el precepto central de trasladar a esta prenda la representación simbólica del Árbol de la Vida del Jardín del Edén, del que se extrajo la madera de la Verdadera Cruz de Cristo. La representación del mismo a través del arte cristiano es bastante primitiva -la encontramos en los mosaicos de las basílicas más antiguas, como en el ábside de San Clemente en Roma-, y en distintos ejemplares artísticos se suele mostrar la cruz flanqueada de ramas laterales, profusamente desarrolladas, como símbolo de la Iglesia viva. Se trata siempre de figuraciones muy simétricas con un desarrollo axial, algo que se ha trasladado de forma natural a una ingente cantidad de piezas textiles en los ajuares de bordado de las hermandades y cofradías, y de forma muy especial a los mantos de procesión.

El manto posee un esquema ornamental concebido a partir de esa premisa: tanto en el espacio central como en los circundantes, el diseñador ha previsto varios ecos de esta iconografía mediante representaciones fitomórficas resueltas en simetría, que incluso remedan aspectos primitivistas de esta representación. Así, toda la superficie del manto actúa como remembranza de la Iglesia -Iglesia viva de Cristo-, cuya madre es María. Ella intuyó la íntima relación existente entre la consolación y la cruz, siendo intercesora y cobijando bajo su manto a toda la humanidad.

Como asunto paralelo y vertebrador, la representación central del manto es la del Árbol de Jesé, enraizando así en una tradición cristiana de profundo sentido teológico. El Árbol de Jesé es el árbol genealógico de Cristo, que comienza en el padre del rey David -Jesé- y culmina en su cúspide con la vara o virga que es María y en la que florece el retoño, que es Jesús. Yo soy la raíz y el retoño de David (Apocalipsis, 22:16). Son muchas y muy ricas las representaciones que la Historia del Arte nos ha proporcionado acerca de este trasunto bíblico, siendo la mayoría de ellas proclives a la composición de un árbol que nace de la figura recostada de Jesé para después presentar a otros insignes antepasados de Nuestro Señor, como David o Salomón, hasta llegar a la Virgen María. Estas muestras, nutridamente pobladas de personajes, se desarrollaron en el arte occidental a partir del siglo XI, primero en los libros miniados y posteriormente en pinturas, techumbres, vidrieras, relieves, arte mueble y textil.

Se hacía necesaria, por lo tanto, una revisión de esos postulados iconográficos con la idea de perseguir un código mucho más simbólico o esquemático mediante el cual pudiésemos prescindir de figuras de medio bulto. En este sentido, Prini ideó una versión estilizada del Árbol de Jesé, una composición simétrica y arborescente de resolución bastante más naturalista que el resto de elementos vegetales del manto. El árbol se remata por el anagrama mariano con una estrella en su centro, jalonado por el sol y la luna -"Pulchra ut Luna, Electa ut Sole"-, sobre el que se cierne una corona adornada de azucenas; así, este símbolo de la estirpe del Señor queda centrado como eje principal y funciona como leitmotiv.

De este modo, todo el manto es una paráfrasis visual de la genealogía de María, y por tanto se convierte en alegoría de su papel como Madre de la Iglesia, segunda advocación de Santa María de Consolación. Fue Pablo VI quien, en el contexto del Concilio Vaticano II, proclamó a la Virgen con esta denominación, desde entonces defendida por los pontífices posteriores, si bien ya San Ambrosio de Milán la usaba desde el siglo IV. En su pronunciamiento, Pablo VI llamó a María "Modelo de la Iglesia" en base a su fe, amor y plena unión con Cristo, su Hijo; después apeló a ella como Madre de la Iglesia, por el hecho de haber dado a luz a Jesús, cabeza del cuerpo místico que conforma su Iglesia. En recuerdo de este hecho, el manto ostenta los símbolos heráldicos del sumo pontífice en las cartelas de las esquinas y en aquella otra en que desemboca la línea axial del manto, a saber: las tres flores de lis, las pequeñas montañas o colinas y la tiara con las llaves.

 

 

Composición

Huyendo de los clásicos esquemas "a candelieri", Prini trazó un entramado de cenefas que de alguna forma dibujan un esquema organizador para toda la superficie del manto, con la intención de que el entrecruzado de líneas proporcionase diferentes campos claramente delimitados y enmarcados. Esto posibilita, además, la idea presente desde el principio de combinar hasta dos tejidos diferentes en la superficie del manto: terciopelo y tisú de plata, que proporcionan sendas tonalidades de azul celeste. Esta composición en particular se basa en una estructura trilobular, que encuentra perfecto acomodo en la silueta del manto, con forma de ojiva. Podríamos encontrar en esta urdimbre reminiscencias de las tracerías góticas, en las que fueron frecuentes esquemas trilobulares por su fácil adscripción al arco apuntado. En este caso en particular, las cenefas -que no dejan de ser ecos de algunas soluciones aportadas en el palio- se resuelven en el cruce de tres mandorlas mixtilíneas, donde se presenta la decoración más profusa: una suerte de triángulo abombado central que enmarca el anagrama de María y una línea circundante que parece asemejarse a una roseta.

Bordeando esa estructura, el diseñador pensó en una guardilla -bordada en malla de oro fino y de perfil sinuoso-, de diseño menudo y preciosista, que acoge hasta once cartelas en disposición de corbatas y que incluyen motivos iconográficos. Para tres de esas cartelas se reservaron las armas del Papa Pablo VI por los motivos ya mencionados, y han sido acompañados por respectivos haces de flores: azucenas, jazmines y margaritas (símbolos de la pureza, la limpieza y la modestia de María, respectivamente). En las ocho restantes se dispusieron trigo, cebada, vides, higos, granadas, olivas, dátiles y piña. Siete de esas especies se consideran los frutos de la tierra prometida (Deuteronomio 8:7, 8), y la granada y la piña son también símbolo de la Iglesia. El resumen de esta simbología es María como tierra prometida, cielo prometido, ciudad, nueva Jerusalén (según dice el Magníficat) y María como la tierra cuyo fruto es Jesucristo.

El manto, cuya ejecución ha corrido a cargo del taller sevillano de Charo Bernardino, alcanza unas dimensiones totales de 520 cm en la embocadura y de 480 cm en la cola.

 

 

Estilo

Como buena parte de la producción textil destinada a las cofradías y realizada a lo largo del siglo XX -y en los años transcurridos de la centuria presente-, podemos afirmar respecto a este manto que no se trata de una pieza de un estilo determinado. En base al legado del historicismo, el eclecticismo y el neorregionalismo, los artífices del bordado sevillano han creado insignes ejemplares de un estilo mixto con amplia diversidad de influencias, reunidas bajo la amalgama de composiciones simétricas y abigarradas.

No escapa esta pieza a esa estela de artesanos que reúnen estas singularidades: el magnífico bordador José del Olmo, su diseñadora Herminia Álvarez Udell o la maestra bordadora Concepción Fernández del Toro, además del omnipresente Cayetano González Gómez.

Fernando Prini encontró en ellos una parte de la inspiración, en la intención de alcanzar una prenda atemporal, a la par que persigue la innovación en la composición. Los tallos y flores de su dibujo aluden a ese carisma de bordado, pero también a una recreación de motivos grecorromanos y hasta andalusíes, por momentos.

Así, podríamos decir que el manto que he diseñado para Santa María de Consolación, Madre de la Iglesia, reviste un clasicismo claramente reconocible y que a buen seguro encontrará asiento en la Semana Santa sevillana; y sin embargo, pretende ser una prenda con personalidad propia y distinguible del amplio y riquísimo panorama de las artes suntuarias.

 

 

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