NUEVA OBRA DE RAFAEL MARTÍN HERNÁNDEZ
Rafael Martín Hernández (17/04/2012)
Se trata de una talla de Poncio Pilato para la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Salud en su Injusta Sentencia de Cáceres, cuya imagen titular fue presentada en La Hornacina el 18 de febrero del año 2009. El Pilato se estrenó el pasado Lunes Santo -junto con un soldado romano de David Valenciano que, hasta el pasado año, recreó también a Pilato en la cofradía onubense de la Salud-, luciendo una vestimenta provisional realizada por la hermandad hasta que le sea confeccionada la característica de su cargo de prefecto, con peto, espaldar y palumadentum (clámide larga). El calzado ha sido confeccionado por el propio autor, en cuero y bronce. Está concebido por Martín Hernández en actitud arrogante y despótica, de acuerdo con los datos históricos que se conservan del personaje y que a continuación se exponen. Esta escultura escenifica el episodio en el que erguido en su tribuna, calma con la mano derecha a la muchedumbre, mientras ordena la ejecución de Jesús y la colocación al cuello de éste de la tabella o titulus crucis, por parte de un soldado romano. Este elemento de madera, con el motivo de la sentencia grabado en latín, griego y arameo según los evangelios, recogería las palabras "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos". Era costumbre en Roma que los condenados a muerte llevaran colgado hasta su ejecución un letrero al cuello con las causas de su castigo, con el propósito de informar a la población y así servir de escarmiento. Este objeto lígneo, sería el que posteriormente se colocaría sobre el stipes o palo vertical de la cruz y que popularmente se conoce como INRI. En cuanto a la personalidad del prefecto, existen descripciones como la de Filón de Alejandría, contemporáneo a Jesús, quien le describe como un personaje conocido por sus "sobornos, injurias, robos, atropellos, daños injustificados, continuas ejecuciones sin juicio y una crueldad incesante y muy lamentable". Aunque según los historiadores y estudiosos de las sagradas escrituras esta descripción pudiera pecar de un tanto exagerada, se tiene constancia de tres episodios de su gobierno en los que Pilatos no dudó en emplear la fuerza bruta para controlar a las masas. En una ocasión, años antes a la ejecución de Jesús, mandó construir y financiar un acueducto de 50 km para traer agua de Belén a Jerusalén, con el tesoro del templo consagrado a Dios. Aprovechando una de sus visitas a la ciudad, la muchedumbre rodeó su palacio para reprobar la acción, a lo que éste contestó con golpes y palos propinados por soldados vestidos de paisano y mezclados entre las gentes. Según Flavio Josefo, fueron muchos los que murieron tanto a causa de las heridas como aplastados en la huida. Si en este episodio Pilato ya muestra signos de brutalidad y falta de humanidad, en el año 36 su actuación fue mucho más cruenta. En esta ocasión, quiso impedir con sus fuerzas de caballería e infantería la reunión de un grupo de samaritanos incitados por un profeta a subir al monte Garizín, con el propósito de mostrarles el lugar donde, hipotéticamente, Moisés había depositado los vasos sagrados. Algunos samaritanos murieron en el enfrentamiento, muchos cayeron prisioneros y los dirigentes fueron ejecutados. Cuando Vitelio, legado de Siria, tuvo conocimiento de las quejas de los samaritanos, ordenó la vuelta de Poncio Pilato a Roma para dar cuentas al emperador. Sin embargo, Tiberio moriría antes de su llegada, siendo su sucesor Calígula, quien le destituirá de su cargo ordenando su destierro a las Galias, donde moriría años más tarde. Aparte de estos violentos hechos acaecidos durante su prefectura, y volviendo al análisis plástico de la obra, tanto las acciones faciales y la postura de la cabeza, como el gesto parlante y retórico de la boca (con los labios proyectados hacia fuera mientras la lengua se articula bajo el paladar), codifican sentimientos de arrogancia, desprecio y escepticismo, afines con la actitud del personaje hacia los asuntos y costumbres judías, evidenciados también en el proceso de Jesús. De hecho, según Flavio Josefo, Pilato además de por su brutalidad, se caracterizaba por su desconocimiento de la sensibilidad religiosa del pueblo judío. A este respecto, en los primeros años de su prefectura, comprendida entre los años 23 y 36 antes de Cristo, rodeó por sorpresa y amenazó con degollar a un grupo de judíos que rodearon su palacio en Cesárea para protestar contra la introducción de estandartes militares con el busto del emperador en Jerusalén. Si bien con esta acción mostró cierta falta de diplomacia, no fue capaz de llevar a cabo su cometido cuando quedó desconcertado ante el ofrecimiento de los judíos de su propio cuello desnudo, dispuestos a perder la vida antes que permitir la transgresión de la ley. Aquel comportamiento desarmó a Pilato, haciéndole desistir de sus pretensiones y acceder a las demandas de retirar los estandartes. Se trataría del único conflicto grave en el que se observa cierta capacidad de ceder ante las presiones. En el caso del proceso a Jesús, y en consonancia con su celo y la obsesión de Tiberio por mantener el orden público o pax romana, la condena impuesta por Pilato pudo ser por delito de perduellio, es decir, sedición o ataque contra Roma, o por crimen laesae maiestatis populis romani, o daño al prestigio de los mandatarios y al pueblo romano. Ni la condición de verdadero o falso profeta, ni el ataque al sistema del templo constituyeron un atentado tan grave contra la autoridad romana como la autopresentación de Jesús como Rey de los judíos, puesto que era el senado romano el órgano que otorgaba este título en la provincia de Judea, desde la proclamación de Herodes el Grande en el año 34 antes de Cristo. En resumen, la sentencia a muerte de Jesús fue dictaminada por el representante del Imperio romano en Judea, instigado por la aristocracia local del templo, para asegurar el orden y la seguridad ante un mensaje capaz de sacudir el sistema organizado por los más poderosos del Imperio y de la religión del templo. Tanto este cúmulo de factores como el modo de actuar de Pilato, determinarían un proceso incoherente con la supuesta humanidad e inocencia con la que está impregnada su figura y que choca con la opinión de prestigiosos exégetas o estudiosos de las sagradas escrituras, como Raymond Edward Brown. Tanto éste como otros autores, consideran la presentación exculpatoria del prefecto como un hecho no histórico, motivado por la preocupación de los primeros cristianos de no aparecer ante el Imperio romano como herederos de alguien condenado por ser considerado una amenaza contra Roma. Seguramente Pilato no fuera un déspota sin entrañas, ni un sangriento despiadado como lo describe Filón de Alejandría, pero ciertamente fue un gobernador que no dudó en recurrir a métodos brutales y expeditivos para resolver conflictos, igual que la mayoría de gobernantes romanos. La consideración de estos acontecimientos históricos ha determinado que, en esta representación escultórica, se huya de la visión amable y exculpatoria del personaje, acercándose más a al carácter personal y a los hechos revelados por los historiadores y exégetas más prestigiosos. El busto de Pilato recoge diferentes elementos característicos de las costumbres de la época, como por ejemplo su rostro imberbe, pues a principios del siglo I los romanos estaban obligados a rasurarse o depilarse la barba por completo. Su peinado responde a la tradición mantenida hasta el siglo II, en la que lo más usual era raparse o llevar el cabello muy corto, echándolo hacia delante. La moda del peinado masculino la marcaban los emperadores, quienes imprimían en las monedas su retrato, para darlo de esa forma a conocer al pueblo. El peinado recreado en esta escultura sigue las directrices de los bustos conservados del emperador Tiberio, en los que el cabello es peinado hacia delante, dibujando un corte recto sobre la frente. A diferencia de otras representaciones pictóricas y escultóricas en las que erróneamente Pilato posee tocado sobre la cabeza, en esta figura no se incluyen ninguno de los elementos más empleados, como el stefanos, corona triunfal o de laurel, natural o metálica, que se concedía a los generales victoriosos y a los vencedores en competiciones deportivas. Tampoco le corresponde llevar la cinta dorada o cinta de la victoria, que se ajustaba sobre las sienes a los deportistas cuando se imponían en una gesta deportiva. |
Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.
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