DESCALZAS REALES: EL LEGADO DE LA TOSCANA

26/06/2007


 

La decena de monjas franciscanas que profesan en el monasterio de las Descalzas Reales de Valladolid ha atenuado la clausura de la mayor y mejor colección, según críticos e historiadores, de pintura florentina del primer tercio del siglo XVII que se conserva en España, dentro de ese cenobio.

Son una veintena de lienzos de gran formato y temática religiosa pintados por catorce artistas italianos vinculados a la influyente familia florentina de los Médici, que desde ayer se pueden contemplar en Valladolid después de una restauración de catorce meses avalada por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León.

Descalzas Reales: El Legado de la Toscana es el lema de la exposición que durante un año y medio podrá visitarse en las capitales de Ávila, Burgos, León, Salamanca y Segovia, sedes de las cajas de ahorro que con la Junta de Castilla y León integran la Fundación del Patrimonio Histórico, que acaba de cumplir diez años. Una vez de vuelta de su periplo autonómico, seguirá expuesta al público en el monasterio vallisoletano, aunque las visitas deberán concertarse con antelación.

Las telas, firmadas entre otros por Pietro Sorri, Jacopo Chimenti, Filippo Tarchiani y Pompeo Caccini, emprenderán así un nuevo viaje después del realizado hace ya casi cuatro siglos cuando desde el puerto de Livorno (Italia). Embarcaron hacia España en el verano de 1611, a donde arribaron en Cartagena (Murcia) antes de continuar camino hacia El Escorial (Madrid).

Pintados en el plazo de un año, los cuadros eran un regalo para la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, por gentileza de Cristina de Lorena, madre Cosme II de Medici, quien iba a casarse con María Magdalena de Austria, hermana de la soberana española. Cuatro años después, en 1615, Santiago Morán, pintor de la corte de Felipe III, recibió el encargo de instalar los lienzos en el monasterio de las Descalzas Reales de Valladolid, cuyo patronazgo regio tiene su origen en el tiempo que la ciudad castellana albergó la corte de ese monarca, entre 1601 y 1606.

Cuatro siglos han permanecido esas obras de arte, en su mayor parte pasajes de la Pasión, escenas cotidianas de la Virgen y el Niño, y retratos de santos, en los claustros alto y bajo, coro y antecoro, refectorio y la denominada Sala de Profundis del convento que en la actualidad dirige y representa la madre María Luisa San José.

El envejecimiento natural de las telas, unido a la permanente exposición de éstas a la intemperie, ocasionaron severos daños en forma de humedades y calores que han borrado, velado o decolorado las figuras, según explicó a los periodistas el restaurador y coordinador de la muestra, Alfonso León. El inexperto desmontaje y plegado de los lienzos, por parte de las religiosas para ocultarlos durante la Guerra Civil, también perjudicó las obras firmadas además de los anteriores por Giovanni Nigetti, Cosimo Gamberucci, Manuel Todesco, Simone Sacchettini, Francesco Curradi, Michelangelo Cinganelli, Nicolo Betti, Bernardino Monaldi, Valerio Marucelli y Giuseppe Stiettini.

La restauración de los cuadros  ha revelado las manipulaciones a las que algunas de estas obras fueron sometidas. Ejemplo de este trucaje es La Última Cena, de Chementi. El artista florentino pintó ante Cristo una hogaza de pan; sin embargo, a principios del siglo XVII el frente contrarreformista hizo que ese alimento fuese sustituido por un cáliz y una hostia, símbolos más ortodoxos de la Iglesia católica. Otro cuadro recibió un tratamiento de envejecimiento para darle quizá un mayor porte a la figura representada, en este caso San Buenaventura, de Sacchettini, que lo pintó imberbe, según la costumbre franciscana, aunque posteriormente los agustinos le avejentaron con una barba repintada, que ahora ya sólo es recuerdo. Finalmente, un florero extemporáneo cubre el sexo del diablo, al acecho de Santa Isabel de Hungría, pintura atribuida a Stiettini.

 

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