Con la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, realizada por encargo de la Cofradía murciana del Santísimo Cristo de la Fe, el joven imaginero ciezano Antonio Jesús Yuste Navarro comparece por vez primera en la capital, en términos artísticos, de la imaginería levantina. Mucho ha tenido que ver el impacto producido por el Santísimo Cristo de la Expiración, obra luego ganadora del VIII Premio de La Hornacina, en el hecho de que por primera vez se le hayan abierto las puertas de una Semana Santa de Interés Turístico Internacional.

El reto era considerable, teniendo en cuenta que se trataba de realizar una efigie de la Virgen Dolorosa para el epicentro de los dominios de Francisco Salzillo, creador de un prototipo iconográfico que lleva dos siglos y medio condicionando cada golpe de gubia que ha buscado, en Murcia, la representación pasional mariana. Pero si algo ha heredado el artista ciezano de José Hernández Navarro, su maestro y esclarecido renovador de la imaginería murciana, es precisamente el empeño de seguir una voz propia, una firma reconocible que en todo caso sepa buscar propuestas en los grandes escultores, y no condicionantes.

La huella de esa búsqueda personal queda perfectamente reflejada en el resultado final de esta imagen cuyo principal valor radica en su concepción eminentemente escultórica, que esgrime el trabajo con el volumen como principal argumento artístico. El modelado de la cabeza es un constante ejercicio de sutilezas que, a través de mínimas y buscadas asimetrías, se empeña en romper con los formalismos esquemáticos, los cuales conducen con frecuencia, en el caso de las Dolorosas, a cierta frontalidad academicista. Esta Virgen, en cambio, prueba el éxito de esta intención con su marcada riqueza de perspectivas, que va ofreciendo al espectador, en función del ángulo de contemplación, diferentes matices expresivos y distintas verbalizaciones de la belleza ideal de María, sin dejar de resultar del todo convincente en cada punto de su estudio en redondo.

Con todo, y en comparación con imágenes marianas anteriores del artista, el signo general de la obra claramente se decanta por una mayor madurez y templanza emocional, que termina creando un aura apacible en el que es el sentido de la intimidad lo domina la manifestación del dolor, en detrimento del drama. Los tres años transcurridos desde la última obra de temática similar del autor, la imagen de Nuestra Señora de la Fe del municipio murciano de Totana, han difuminado aquella mirada concreta, que interpelaba directamente al espectador haciéndolo cómplice de su pesar, y la han sustituido por una que se nubla de emocionado ensimismamiento. Una intención comunicativa que encuentra su eco en el ademán que componen las manos de María, en clara evocación evangélica al guardar las cosas en su corazón.

Con esta moderación declamatoria y las sutilezas volumétricas como ejes de la concepción de la obra, Yuste Navarro se reserva el aspecto polícromo para imbuir el resultado final de un apunte trágico, al esquivar el acomodo de los tonos cálidos y plantear como base una pálida frialdad en la que puede apreciarse, por contraste, las huellas de una prolongada angustia. El resultado de esta combinación de elementos es una pieza extraordinariamente sugestiva, que representa el trance de la Madre Dolorosa con una amargura profunda, nada convencional, en la que el sufrimiento por el Hijo está llamado a conjugarse con el conocimiento y la reflexión acerca de la naturaleza redentora del drama del Calvario. Una pugna emocional que se derrama, al fin, en una sola lágrima, que resume tanto el martirio interior como la heroica entereza de María.

Con esta obra mariana que prioriza lo escultórico sin dejar de resultar, por lo magnético, absolutamente devocional, Antonio Yuste Navarro da un paso importante en su carrera, al probar que domina el lenguaje de las emociones implícitas con la misma seguridad que ha mostrado en las ocasiones en que ha vehiculado su propuesta con mayor exuberancia de recursos expresivos.