NUEVA OBRA DE ANTONIO YUSTE NAVARRO
Enrique Centeno González (01/01/2018)
Suponía un reto extraordinario para el escultor ciezano Antonio Jesús Yuste Navarro afrontar un encargo de la Archicofradía de la Sangre de Murcia (Los Coloraos), que ya ha superado su sexto centenario fundacional, y que es titular de un patrimonio imaginero de extraordinaria importancia con piezas de Nicolás de Bussy, Roque López, Juan Dorado Brisa, Juan González Moreno o José Antonio Hernández Navarro. Con el Cristo de la Redención, obra tallada en cedro real y policromada al óleo, Yuste Navarro rubrica una síntesis de sus hallazgos anteriores en la temática de Jesús Nazareno con el contenido eminentemente redencionista que ha marcado toda su obra pasional. La insistencia del autor en la voluntariedad del sacrificio de Cristo, en detrimento de la resignación, que ya aparecía en sus anteriores representaciones del Nazareno (Monteagudo, 2011) y del Despojado (Cehegín, 2010 y Blanca, 2015), aparece ahora verbalizada con total nitidez en esta iconografía en la que Jesús avanza hacia la Cruz y se abraza a ella, consumando su misión salvífica. Resulta evidente que tener la posibilidad de realizar una talla completa ha permitido a Yuste Navarro dar la medida exacta de sus actuales rendimientos como escultor, y en este sentido no puede concluirse sino la plena satisfacción que la obra sugiere tanto en lo artístico como en lo devocional. La composición juega con un equilibro triangular que contrasta la solidez del mástil de la cruz con la inestabilidad con la que el cuerpo de Cristo se abalanza sobre él, contraponiendo a su vez esta evidente ruina del cuerpo martirizado con la firmeza de ánimo que expresan las manos, la izquierda -bellísima- buscando su sitio en el madero y la derecha aferrándolo con crispación. El dominio y la plasticidad en la recreación del movimiento, santo y seña del autor desde sus comienzos, aparece en la inteligente disposición de la túnica, ceñida sobre la arista trasera de la pierna derecha, de la cadera al pie, para siluetear el desplazamiento de la anatomía y definirla como contramástil, cerrando así la composición. Por delante, Yuste aprovecha la pesadez de la túnica para generar holguras que permiten la aparición de la anatomía desde profundísimas oquedades en los rotos del tejido; un recurso que, más allá de la maestría técnica y la esmerada planificación de la obra, revela la intención del autor de subrayar la radicalidad carnal de Cristo -enteramente Dios, sí, pero a la vez enteramente Hombre-, evitando que el poderoso valor alegórico de la iconografía eclipse totalmente su contenido narrativo, vinculado al avatar externo -concreto y terrible- del martirio. En contrapartida, el autor cita respetuosamente a uno de sus escultores más admirados, José Capuz, con esos reflejos dorados en el interior de la túnica que apuntan la divinidad de Jesús. No era fácil evitar que esta túnica, de imponente rotundidad escultórica por la naturalidad de modelado en sus pliegues y la evidencia de su peso, terminara ganando el protagonismo definitivo de la obra, pero Yuste Navarro sitúa en el vértice compositivo otra cabeza cristífera de primer orden, auténticamente devocional, que atrapa al instante al espectador y lo amarra a su discurso comunicativo. Las huellas pasionales, abundantes y dramáticas, no disipan el impacto de unos rasgos bellísimos, definidos con magisterio sobre el volumen, ni oscurecen la afilada emoción de la mirada, que no busca interpelar al fiel sino que lo conduce más bien a perderse en su profundidad mística, ligada inevitablemente al misterio de la Redención. Es el magnetismo de esta invitación a la reflexión espiritual lo que define, en última instancia, el intenso poder devocional de la imagen. No cabe duda de que el escultor Antonio Jesús Yuste Navarro da un paso adelante de gran importancia con este murciano -y "colorao"- Cristo de la Redención que está llamado a figurar entre las obras cruciales de su carrera, tanto por sus amplios valores escultóricos como por la eficacia con la que maneja el discurso imaginero en un equilibrio abrumador entre lo frágil y lo definitivamente portentoso. |
Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.
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