NO TIENE PERDÓN
Sergio Jesús Parra Medina
No tiene perdón lo que se hizo aquel día, no encuentro palabras que lo describa. Al igual que se borran las hojas de los árboles en otoño, al igual que se queman los bosques, al igual... Ya da igual, porque hace cuatro años que ocurrió en Andalucía. Había una vez una ciudad andaluza llamada Sevilla, en la que se respiraba un azahar no contaminado por el tiempo. Era una Sevilla en blanco y negro, en la que sus habitantes disfrutaban de los paseos y contemplaban las "insignificantes" maravillas que el color, poco después, destruyera. Era una Sevilla de poesías, de contrastes, de tragedias, de eterno romanticismo, en la que existía la casa más curiosa, misteriosa y emblemática de la Sevilla del blanco y negro. Por aquel barrio de la Macarena, descansando tras sus "jueves", Sevilla latía en el silencio de una gran fiesta donde el reloj se paraba en el infinito y no importaba la noche o el día. Risas, palmas, sonidos añejos, poesías, arte entre arte, copas de vinos, bailes, cante, gitanos y payos, toros y toreros, ricos y pobres... Todo bajo la atenta mirada de los dueños y dueñas de la Casa. Eran unos dueños siempre despiertos, no dormían bajo las estrellas que los iluminaban por la gran cristalera de la sala, sus ojos abiertos, de miradas alegres y sobrehumanas. Por el día, se iluminaban de sol y esperaban el primer bostezo del gran dueño de la Casa, el hombre que la construyó, que le puso el corazón. Este hombre, lleno de nobleza, carácter y buen humor, educado por Sevilla, era conocido más allá de las fronteras, viajó por la Capital, por el mundo, y allá dónde fuera se le tendió la mano y se le respetaba. Era famoso, y se puede decir que en su equipaje siempre llevaba su ciudad, pues el Giraldillo asomaba entre las maletas. Volviendo a su famosa Casa, la cual era un estudio de escultura, tenía pequeño jardín que antecedía al taller, el cual conservaba una chimenea (con friso del maestro Echegoyán) y una biblioteca al fondo, cristalera en lo más alto y esculturas esparcidas por el mismo. Como adornos, la cabeza del toro Lirón y numerosas fotos y cuadros. Fueron verdaderos personajes relevantes del mundo del espectáculo, la pintura, la poesía, la escultura, de la Corona y personajes sevillanos, los que "vivieron" en ella. Su calle, más que la de Antonio Susillo, era la Feria, porque las numerosas y multitudinarias visitas le daban tanta vida como los "jueves"; de hecho, suyos fueron. Este hombre no era únicamente respetable por su buena persona, sino por su amor a Sevilla, lo que le condujo a luchar de manera culta y apasionada por sus monumentos, calles y casas. Llegó a comprar edificios, llenos de valor romántico e importantes en la poesía del arte para evitar su destrucción. Llegó a escribir numerosos artículos en la prensa para luchar por Sevilla, escribiendo libros olvidados y casi imposibles de encontrar. Nuestro hombre fue uno de los escultores más envidiados de su tiempo, y mantuvo su huella personal por encima de las vanguardias del siglo XX, pero no con ignorancia sino con suma reflexión. Una serie de valores que hoy se ha quedado reducido en el orgullo de los cofrades, paseando sus cientos de imágenes en primavera. Por cierto, este hombre murió y nadie ha llorado por él más que sus dueños, obras como hijos huérfanos, familiares y amigos. El pueblo y el arte le deben honra y reconocimiento y una valoración de su obra universal y escultórica, en la que se manifiesta como artista que dedicó parte de su obra a la imaginería y a la literatura, de gran importancia para la historia local y la conciencia del artista y el arte. Antonio Illanes, envidiado por los mejores imagineros del siglo XX, envidiado por todos los escultores que no tuvieron valentía de enfrentarse con la verdad, de hacer tanta obra y en tantos materiales, envidiado por el dinero que no pudo acabar con su trabajo, envidiado por los políticos que no tuvieron ni la mitad del amor que él le tuvo a la ciudad de Sevilla, envidiado por muchos que no lo reconocieron y ayudaron a olvidarlo en el tiempo. Pero"colorín colorado", este cuento no ha acabado, porque su Casa fue destruida y Sevilla y los sevillanos sensibles, que no somos muchos, le debemos construir lo que, nosotros mismos hemos derrumbado. ¡Maldita política que, con razón y sinrazón, construyes y destruyes lo que no es tuyo! |
Fotografía del Sagrado Corazón de Nervión de Alejandro Cerezo