FLAGELLAVIT (Y XV)
VALLADOLID

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

Teníamos muy claro desde un principio que este especial debía finalizar con la obra superior dentro de la estatuaria española de Cristo Atado a la Columna. Y esa obra no podía ser otra que la talla realizada hacia el año 1619 por el escultor e imaginero Gregorio Fernández para la Semana Santa de Valladolid.

Que conste que nos referimos a una obra superior, lo que no significa necesariamente que sea la mejor, pero sin duda alguna se trata de la pieza maestra que más estudios, literatura y admiración ha despertado en su género, convirtiéndose desde el mismo instante de su ejecución en un referente donde se conjugan misticismo y materialidad a la vez, en la que conviven el sentido físico de un ser cruelmente torturado con el del ente sobrehumano cuya recompensa ultraterrena por su sacrificio le otorga una suprema entereza.

La imagen, plásticamente perfecta, ha sobrevivido a un incendio acaecido en 1806 en la iglesia vallisoletana de la Vera Cruz y a la supresión del grupo escultórico del Azotamiento que la acompañaba, compuesto por otras seis figuras labradas también por el maestro lucense y, al parecer, ya concluido en 1623.

Por otro lado, Jesús Atado a la Columna no sólo ha sido un modelo para los siglos posteriores, comparable al grupo salzillesco de la Oración en el Huerto (Murcia) o al Cristo Crucificado de Burgos venerado en dicha ciudad castellana, sino también una pieza pionera dentro de su propia cofradía, pues con ella se inició la renovación de las figuras de papelón por otras de madera.

Todo en esta maravillosa creación pasionista llama la atención, desde la impactante mirada a las alturas, hasta la sobrecogedora espalda, concebida como una enorme llaga en relieve, tal fue la saña que el autor quiso reflejar en los verdugos a la hora de aplicar el castigo, como si quisiera llevar a la madera lo escrito por Fray Luis de Granada. Junto a dicho material, Fernández usó otros como el cristal o el corcho para acentuar el realismo.

Otra importante innovación de la escultura fue el uso de una columna de tipología baja, no insólita pero sí infrecuente para la fecha, sobre la que Jesús reposa con exquisita elegancia ambas manos y deja caer suavemente el cuerpo, girando la cabeza hacia el lado contrario para dar lugar a un bellísimo juego de líneas quebradas. La columna marmórea, de estilo dórico e inspirada en la que se conserva en la basílica romana de Santa Prassede, gozó de tal aceptación en el Barroco que provocó la práctica desaparición de las de fuste alto.

En Medina de Rioseco, donde se copian muchos modelos de Valladolid, encontramos una escultura inspirada en la anterior (imagen inferior izquierda), atribuida por Jesús Urrea a Juan de Ávila (1652-1702). En Medina del Campo se conserva una pieza más antigua que se aferra con ambos brazos a una columna alta (imagen inferior derecha); ejemplo del manierismo ejercido, en este caso, por el escultor y jesuita Domingo Beltrán (1564), que como dijimos fue reemplazado por el barroquismo de las otras dos.

 

 

 

Fotografía de Medina de Rioseco de Mariano Villalba
Fotografía de Medina del Campo de Juan Carlos Rebollo Herrera

 

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