LA OBRA DE ANTONIO LEÓN ORTEGA (III)
CRISTO DE LA VERA CRUZ (AYAMONTE - HUELVA)
Sergio Cabaco y Jesús Abades
Cuando Antonio León Ortega realiza en el año 1941 el Crucificado de la Vera Cruz para Ayamonte (Huelva), su localidad natal, el mundo artístico onubense presencia el nacimiento de uno de sus más grandes artífices, uno de los que realmente puede decirse que han favorecido la constitución de un estilo escultórico propio, alejado de los influjos sevillanos, castellanos y levantinos, aunque asociando caracteres específicos de cada uno de ellos en una simbiosis bastante peculiar. A partir de la ejecución de este Crucificado su cotización asciende a un lugar inalterable, lo que unido al fallecimiento de su maestro, el sevillano Joaquín Gómez del Castillo, y a la ingente demanda de imágenes como consecuencia de la destrucción del año 1936, hace que León Ortega se erija como el principal creador de arte religioso de la provincia, viéndose obligado a permanecer en su tierra y desistir de su pretensión de trasladarse a Madrid para trabajar en la Escuela de Arte y Oficios. La imagen, primera de cuantas hizo para recrear la iconografía de Cristo muerto en la cruz, presenta los rasgos propios de las imágenes del escultor en los años 40, la gran mayoría con influencias directas en su ejecución de los modelos de la escuela sevillana impuestos por el escultor y pintor Gómez de Castillo. El modelado del cabello, organizado en espesos y ondulados mechones, cayendo una amplia y retorcida guedeja hacia el lado derecho y recogiéndose hacia la espalda por el izquierdo, dejando visible la oreja, recuerda las fórmulas principiadas por el manierista Juan Martínez Montañés y culminadas por el barroco Juan de Mesa. Sin embargo, el enjuto rostro de Jesús, provisto de la expresión doliente y los labios desencajados por la violencia de la muerte, es típico del autor. El cuerpo del Varón es esbelto y se encuentra correctamente anatomizado, incurriendo León Ortega en un detallismo muscular, excesivo para su gusto, que abandonaría en años posteriores. Los hematomas y demás signos martiriales son escasos y se distribuyen, principalmente, por la frente, las llagas, la espalda y las contusas rodillas. El paño de pureza, ondulado y con vuelo sobre el costado izquierdo, queda lejos todavía de la sobriedad horizontal que ejercería en las etapas siguientes de su trayectoria. La imagen, que costó 2.500 pesetas, fue restaurada en 1988 por el recientemente fallecido escultor José Vázquez Sánchez, paisano y compañero de estudio de León Ortega durante los años de aprendizaje. |
Fotografía de Tomás Martínez
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