El artista ayamontino refleja con impresionante realismo los instantes inmediatamente posteriores a la muerte de Jesús en el madero, en los que el cadáver, como bien estableciera el médico hispalense Juan Delgado Roig en su obra Los Signos de la Muerte en los Crucificados de Sevilla, sufre un estado de generalizada relajación muscular que provoca, entre otros síntomas, la caída de la mandíbula por su propio peso y el descanso de los flácidos miembros sobre el soporte en que se encuentran.

Lo anterior justifica que, previamente a la aparición de las rigideces post-mortem, el cuerpo del Varón se muestre totalmente desplomado e inclinado hacia delante, con la cabeza caída hacia el lado derecho, las palmas de las manos abiertas y las piernas muy separadas y arqueadas al modo de la estatuaria gótica. El bello semblante se muestra aún dolorido por la violenta muerte.

Labrada en el año 1957, se trata, sin lugar a dudas, de una de las mejores y más arriesgadas piezas de Antonio León Ortega, quien no sólo demostró unos notables conocimientos anatómicos en su ejecución, sino también una preferencia por la crudeza de los hechos frente a la frecuente dulcificación de la imaginería andaluza, algo que repetiría en tallas posteriores sobre el tema.

Para el historiador y sacerdote Manuel Jesús Carrasco Terriza, quien estudió a fondo la imagen en su tesis sobre La Escultura del Crucificado en la Tierra Llana de Huelva, estamos ante una obra innovadora y expresionista, propia de la búsqueda de la simplicidad y la contundencia por parte del autor en el austero espíritu de la escuela castellana, de ahí que adelgace los miembros y huya de todo superfluo y gratuito placer visual.

Titular de la Cofradía de la Sagrada Lanzada -la Dolorosa del Buen Fin (1970) y el Longinos a caballo (1973) que figuran en el paso de misterio son también obra de León Ortega-, ha celebrado este año el 50 Aniversario de su hechura, para lo cual ha sido objeto de una salida extraordinaria y de una interesante conferencia a cargo del propio Carrasco Terriza que llevó por título "La Imagen del Santísimo Cristo de las Aguas".