Especial con motivo de los 250 años del fallecimiento de un escultor cuyo bagaje de recursos plásticos y expresivos siguen incondicionalmente la tradición escultórica del barroco granadino. La práctica de Ruiz del Peral se mantuvo inalterable ante los nuevos vientos clasicistas que soplaban desde las Academias y ante los que, con desigual fortuna crítica, orientaron sus maneras otros escultores de su generación.

La figura de Torcuato Ruiz del Peral (Exfiliana, Granada, 1708 - Granada, 1773) tiene el doble carácter de epígono y epílogo de la Escuela granadina de escultura. Epígono en cuanto seguidor de una tradición plástica que, definida por la genialidad de Alonso Cano, será asumida por las generaciones posteriores, desde Pedro de Mena a José de Mora; desde su hermano Diego de Mora, a José Risueño.

Epílogo porque la recapitulación plástica que supone su escultura, lejos de la perpetuación estéril de unos modos y modelos tradicionales, planteaba una tentativa renovadora a partir de la formulación de ingredientes inéditos hasta entonces: un agudo realismo, en ocasiones inmisericorde, y una manera de componer en sintonía muchas veces con la plástica barroca europea. Tales aportaciones comprometieron en cierto modo lo que había sido la esencia de la escuela granadina durante generaciones: un clasicismo que, fundamentado ya con Pablo de Rojas, padre de la escultura andaluza barroca, será consagrado por la producción de Cano en Granada.

La iconografía de San Antonio de Padua ya fue abordada por Ruiz del Peral para el templo parroquial de Purullena (Granada), incidiendo en la obra que nos ocupa de Guadix su carácter pictórico, al ubicar la imagen sobre una gloria de nubes y ángeles -recurso muy personal que bebe de la tradición de José de Mora-, donde además subraya la intensidad dramática al dotar de movimiento a esta escena. Esta figura se relaciona con otro San Antonio de Padua, también perteneciente al convento accitano de San Francisco, cuya intervención directa de Ruiz del Peral parece más dudosa, si bien a juicio del profesor León Coloma se trata de una creación del artista. De Peral -según Gallego Burín- es indudable el tratamiento sesgado del hábito.

El San Antonio del coro de la catedral de Guadix era obra directa de Ruiz del Peral (1764). Otro San Antonio era el del templo mayor de Baza, resaltado por su destacada factura por Gallego Burín, quien lo sitúa en la etapa de madurez del escultor, coincidiendo el modelo infantil con los más sobresalientes de Ruiz del Peral, redundando en su estilo escultórico la ejecución de los cabellos del Niño o su mismo rostro gracioso y acertado.

Desde el pasado mes de diciembre, la obra que nos ocupa se conserva en un nuevo espacio museístico dedicado a Torcuato Ruiz del Peral. Está ubicado en el citado convento de San Francisco, que ya de por sí es objeto de visita, dado que tiene uno de los mejores artesonados mudéjares de la provincia de Granada. Ahora cuenta, además, con las imágenes que en su día esculpiera Ruiz del Peral para esta iglesia conventual y que, gracias a la pericia de las monjas que utilizaban la iglesia en el siglo XX, se pudieron conservar. Las religiosas escondieron las mejores imágenes en un falso techo cuando conocieron los destrozos que se hacían en la Guerra Civil. Y hoy, gracias a ellas, las podemos disfrutar. Unas imágenes que se conservaban en el Museo de la Catedral de Guadix y que han vuelto al lugar para el que fueron creadas en el siglo XVIII.

El 21 de diciembre de 2022 tuvo lugar la bendición de las instalaciones del espacio museístico. La inauguración oficial será el próximo mes de marzo de 2023, pero desde el 27 de diciembre ya se puede visitar. Más que un museo, hablamos de un Centro de Interpretación dedicado a Torcuato Ruiz del Peral. No solo se contempla parte de la obra de este escultor e imaginero, sino que se contextualiza su vida y obra con más flexibilidad que la que ofrece un museo. Es el único Centro de Interpretación dedicado a un artista de estas características que hay en Andalucía, al estilo del que ya existe en Murcia dedicado a Francisco Salzillo.