FRANCISCO BUIZA
Uno de los mayores exponentes del arte religioso español de la segunda mitad del siglo pasado. Nacido en Carmona (Sevilla), en 1922, y fallecido prematuramente en la capital hispalense, en 1983, Buiza representó, junto a Luis Ortega Bru, la máxima exacerbación de las fórmulas escultóricas del neobarroco sevillano, llevando hasta cimas difícilmente superables el angustioso dramatismo de sus obras. Probablemente, su mayor virtud escultórica fue la de aportar, además de un excepcional conocimiento de la técnica estatuaria, un dominio absoluto a la hora de armonizar la apolínea belleza de sus figuras con las desgarradas tensiones emocionales que soportaban. Su aprendizaje comenzó como tallista en el obrador de Francisco Vélez Bracho, compaginando dicha labor con las enseñanzas de la Escuela de Artes y Oficios, donde cursó estudios de dibujo y modelado, y las continuas visitas a talleres como el del prolífico imaginero Antonio Castillo Lastrucci. A partir de 1945, se trasladó al taller de Pedro Navia, donde conoció a quien sería, según sus propias palabras, su único y gran maestro: el escultor e imaginero Sebastián Santos Rojas, de quien recibió en su día, junto a numerosas lecciones, el secreto de la magistral policromía de sus obras. De hecho, las creaciones primerizas del autor se hallaban muy influenciadas por los cánones de Sebastián Santos, tanto en los rasgos faciales como en la serenidad de su barroquismo, alejado de los futuros dinamismos que principiaría al abrir su propia factoría, donde desplegó libremente su característico estilo. Ejemplo de lo anterior es el Jesús Nazareno del municipio onubense de Rosal de la Frontera, cuya autoría hemos podido identificar recientemente. Buiza permaneció en el taller de Sebastián Santos hasta que montó el suyo propio, en 1953, tras una breve estancia con los doradores Herrera y Feria. Entre los discípulos de Buiza se encuentran Francisco Berlanga, Juan Ventura, Juan Manuel Miñarro, Matilde García Muñoz y Manuel Lobato. Obras más personales y circunscritas a la época dorada del autor son el Cristo de la Sangre (1966), el Cristo Resucitado (1973) y el Cristo de la Columna y Azotes (1974) para Sevilla, el Cristo Yacente (1972) y el Jesús del Gran Poder (1977) para Coria del Río, el Cristo de la Agonía (1972) y el Nazareno de Viñeros (1976) para Málaga, el Cristo del Santo Entierro de Carmona (1974), y las vírgenes dolorosas de la Trinidad (1967) y del Rosario (1979), así como el Cristo del Sagrado Descendimiento (1977) para Cádiz, entre otras muchas creaciones. |
Fotografía de José Manuel Olmo
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