GILBERT GARCIN
Teresa Sesé
La de Gilbert Garcin es la historia de un vendedor de lámparas en Marsella al que la jubilación le ha permitido vivir una nueva vida de artista. "Comenzar a los 65 años de edad tiene muchas desventajas, y una sola ventaja: la experiencia vivida". Y no precisamente la de un artista cualquiera, sino la de un creador vigoroso y de raro talento, artesano e ilusionista, que desde hace diez años escribe una suerte de "biografía ficticia" a través de obras fotográficas que son al mismo tiempo un tratado poético y nada solemne sobre la condición humana. Gilbert Garcin (La Ciotat, 1929) es un funambulista que camina en precario equilibrio sobre líneas torcidas, un acordeonista cuyo instrumento está construido con fotografías enmarcadas de su propio retrato, una pareja que entrelaza sus manos al borde mismo del abismo, otra que contempla al unísono pero por separado sendas Gioconda (Manteniendo la Independencia, se titula), un hombrecillo sentado dentro de un gigantesco erizo de mar, otro entregado a la misión imposible de clavarse en una cruz... Historias irreales de cuidada puesta en escena, que conectan de forma íntima con el espectador a través del humor, la, ternura o el absurdo. |
El propio Gilbert Garcin es, junto a su mujer, su único protagonista. En su caso, aclara, nada tiene que ver con el narcisismo, sino con una cuestión puramente práctica. Es un modelo barato -de hecho, le sale gratis-, y está siempre -o casi siempre- a su disposición. "Como en el caso de Charles Chaplin o Jacques Tati, que son autores y a la vez protagonistas de sus películas, a mí lo que me interesa es contar historias y es desde ese planteamiento que yo aparezco, pero no soy yo, sino un personaje. La fotografía está más asociada al documental, y también es ficción aunque su ámbito esté más cercano a lo real", zanja. Garcin afirma: "¿Mis referentes? Haber vivido más de 70 años, no hay más", aunque en su forma de mirar el mundo -y sobre todo a los que en él sueñan- es fácil reconocer a Samuel Beckett, René Magritte o el propio Jacques Tati. Cada fotografía es autónoma, y las historias que cuentan nacieron en la cabeza de Garcin antes incluso de saber que sería fotógrafo. Las anotaba en un papel y las fue guardando en el cajón. Hoy todavía echa mano de aquellos papelitos. Los lee y sentado en la mesa de su cocina -su taller-, construye maquetas a base de cartón, tijeras, pegamento, paisajes que son diapositivas proyectadas en la pared del fondo... Con el autodisparo se retrata y luego se sitúa a su antojo en la luna o dentro de un cuadro de Paul Klee. |
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