MARCELO GÓNGORA

Con información de José Martínez Sánchez


 

 

 

Polifacético artista nacido en Úbeda (Jaén) en el año 1940, cursa estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de su ciudad natal. Finalizados éstos se dedica de lleno a la pintura y escultura, facetas del arte por las que tiene una mayor atracción y facilidad de expresión. Exposiciones a las que ha concurrido y algunos de los premios conseguidos se detallan a continuación.

En el año 1952 entra en el taller de Francisco Palma Burgos, imaginero y gran escultor malagueño, donde a lo largo de los años colabora en varios trabajos como retablos, tronos, esculturas en piedra, barro y madera. Allí aprende todas las técnicas de dorado, talla y policromía.

Entre los años 60 y 80 del siglo XX realiza creaciones sacras de envergadura, caso del retablo de Jesús Nazareno para la localidad malagueña de Ronda, el mural de la iglesia jiennense de Santo Tomé, los cuadros de gran tamaño para la parroquia ubetense de Santa María, el San Miguel Arcángel en piedra para la fachada de la iglesia de los Carmelitas Descalzos de Úbeda, una escultura de San Juan de la Cruz para la fachada del oratorio del convento de dicha Orden y otro San Juan de la Cruz para la fachada de la portada del museo del mismo convento de Úbeda.

Entre sus últimas piezas importantes tenemos una escultura de bailarina, ubicada junto al teatro Darimelia de Jaén, y el grupo procesional del Descendimiento de Cristo para Úbeda, tallado en madera policromada.

 

 

 

Marcelo Góngora ha participado en exposiciones colectivas e individuales por todo el mundo: Viena, Hannover, Madrid, Sevilla, Bilbao, Jaén y Granada, entre otras ciudades. También ha conseguido numerosos premios y distinciones, como el primer premio en el VII Salón de Otoño de Huelva; premio II Bienal Internacional de Arte de Pontevedra; el primer premio XXVIII Bienal de Pintura Fundación Fernando Villalón, en Morón de la Frontera (Sevilla) y el primer premio XIX Salón de Pintura, de Gibraleón (Huelva).

Pintor, dibujante y escultor perteneciente al realismo mágico, la mirada de Marcelo Góngora nos devuelve una imagen fotográfica, perfecta, pero con un poso tenue de dolor que no es nostalgia. Sabe, además, desenvolverse con comodidad en diferentes facetas del arte. Su origen autodidacta ha forjado en él un estilo muy personal que ha logrado mantener a lo largo del tiempo.

En sus cuadros se respira el frío de enero y la neblina de los amaneceres en el olivar, se perciben los cielos bermellones de los atardeceres en el barrio de San Lorenzo, la resignación adobada de amargura que transmite la maleta de cartón sobre el jergón de paja de maíz, etcétera. Todo ello sin dejar de lado sus esculturas de personajes y frutas que, como a los membrillos, se les llega a adivinar hasta el bozo otoñal.

El universo de Góngora está jalonado de elementos oníricos sobre otros elementos que fueron comunes en un pasado reciente, pero que se hacen insustituibles, inmutables y acarrean un poso de ausencias. Ausencias inconcretas, no de objetos reales, no de seres queridos, quizá la pérdida de un pasado que hace a la pintura de Marcelo como herida de pretéritos, pero a la vez vitalista y sin vacíos en su presencia virtual. Donde hubo oídos queda la palabra; donde ojos, la imagen eternizada; donde labios, el beso. Todo es visto por Marcelo Góngora de forma optimista, venciendo el fatalismo de la añoranza para hacerse eterno presente.

 

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