CHEMA MADOZ

Con información de Pablo Juliá, Borja Casani y Luis Arenas


 

 

Chema Madoz nace en Madrid (1958). Cursa estudios de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, que simultanea con su formación fotográfica en el Centro de Enseñanza de la Imagen. Realiza su primera exposición de fotografía en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid (1985), a la que seguirán numerosas muestras colectivas e individuales, tanto en España como en otros países.

A principios de los años noventa posee ya un lenguaje definido y personal. Su mundo se centra en la presencia insólita y poética de los objetos que selecciona y dispone en escenarios íntimos, construidos por él mismo, y que fotografía en blanco y negro, extrayendo de ellos una luz y un aliento poético de gran capacidad de seducción para el espectador. En su obra - próxima a la poesía visual, a la pintura y a la escultura -, los objetos, descontextualizados, se trascienden a sí mismos y enseñan algo que una mirada ordinaria oculta. Toma la mayoría de sus fotografías con luz natural y sólo introduce luz artificial para resaltar algún detalle. Madoz cuestiona la realidad, invita a la observación y la reflexión del espectador, y a descubrir la poesía que emana de cada objeto sometiéndolo a ligeras transformaciones y privándolo de su función habitual, modificando el contexto de su uso y alterando la percepción de la realidad.

A lo largo de los años Madoz ha venido echando sobre sus espaldas una tarea hercúlea. Con una perseverancia que ha sabido convertir en estilo inconfundible, viene poniéndonos en contacto con esos otros mundos posibles que nos rodean, un universo de objetos tan familiares como desconocidos, tan próximos como irreductiblemente extraños. ¿Cuándo es que el fotógrafo decidió convertirse en una suerte de Hermes de esos mundos paralelos? ¿En qué momento entendió que su trabajo consistiría en descifrar incansablemente mensajes de esos lugares y objetos, próximos en el espacio y remotos en la imaginación? Debió de ser muy pronto. Y, desde entonces, asistir a una exposición suya u hojear uno de sus catálogos sólo resulta provechoso si estamos dispuestos a reconocer de entrada que aún no lo sabemos todo de esos fieles servidores que rodean nuestra más inmediata cotidianidad. Cerillas, cubiertos, relojes o libros que Madoz emplea para subrayar esa suerte de complementariedad dialéctica existente entre las categorías de lo real y lo virtual.

En rigor cabría decir que estamos ante objetos transfigurados. La mano de Madoz, como si de una suerte de acto de consagración se tratase, logra una y otra vez el misterio de la transustanciación: basta la contigüidad con otros objetos o una peculiar disposición de los mismos para que, como por ensalmo, objetos que conservan la totalidad de sus propiedades sensibles se vean enriquecidos con nuevos accidentes que inhieren sobre ellos transformándolos en algo enteramente distinto o sacando a la luz relaciones tan objetivas como inesperadas. Como queriendo hacer buena aún la doctrina del noúmeno kantiano, las cosas en el mundo de Madoz son siempre más que el concepto que nos habíamos hecho de ellas. Y es esa transustanciación que afecta a los objetos la que hace que el lenguaje poético de Madoz no pueda ser calificado propiamente de “realismo”. Se trata en todo caso de una suerte de "realismo mágico" o de "su-rrealismo" que tiene algunos antecedentes reconocibles en las trampes d'oeil de Magritte o en los poemas-objeto de Joan Brossa. Es todo el juego conceptual que hay bajo esos objetos minuciosamente construidos antes de fotografiados lo que da a los mundos de Madoz cierto aire idealista y ensimismado.

Como si la mirada que Chema Madoz proyecta sobre los objetos quisiera dejar por embustero el leimotiv clásico del existencialismo, en los objetos que pueblan las instantáneas de Madoz no es de ningún modo cierto que esencia y existencia coincidan. De hecho, el perfume "mágico" que rodea a su universo poético tiene que ver con que el objetivo de su cámara permite que asistamos por unos instantes a esas "vidas no vividas" de los objetos; existencias virtuales, improbables, que durante unos instantes permiten que las cosas se liberen del destino a que desde siempre se han visto arrojadas en tanto que útiles. Por Madoz sabemos de cuántas vidas diferentes le hubieran podido aguardar a un fósforo o a una escalera si su destino no hubiera sido el de servir finalmente a nuestra necesidad de fuego o de vencer la gravedad. Todos esos mundos de Madoz son mundos improbables, ciertamente, pero no imposibles: ahí están ante nosotros para demostrarnos su realidad.

 

 

El mundo de Madoz se centra en la presencia insólita y poética de los objetos que selecciona y dispone en escenarios íntimos, construidos por él mismo, y que fotografía en blanco y negro, extrayendo de ellos una luz y un aliento poético de gran capacidad de seducción para el espectador.

Ha expuesto individualmente, entre otros, en el Museo de Bellas Artes de Caracas, Chateau d'Eau de Toulouse (Francia), Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC) de Santiago de Compostela, Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS), Fundación Telefónica (Madrid). Su obra se encuentra en importantes colecciones como: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS), Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), Museo Marugame Hirai (Japón), Museum of Fine Arts de Houston, Saastamoinen Foundation Art Collection de Helsinki o Centre Pompidou de París.

En la obra de Madoz -próxima a la pintura, escultura y a la poesía visual-, los objetos, descontextualizados, se trascienden a sí mismos y enseñan algo que una mirada ordinaria oculta. Toma la mayoría de sus fotografías con luz natural y sólo introduce luz artificial para resaltar algún detalle.

Chema Madoz cuestiona la realidad, invita a la observación y la reflexión del espectador, y a descubrir la poesía que emana de cada objeto, sometiéndolo a ligeras transformaciones y privándolo de su función habitual, modificando el contexto de su uso y alterando la percepción de la realidad.

Chema Madoz participó en el año 1991, uniéndose a otros fotógrafos invitados por el Centro Andaluz de la Fotografía (CAF), en el proyecto "Colección Polaroid cámara gigante" creando siete imágenes que, desde entonces, forman parte de los fondos fotográficos de dicha institución andaluza.

 

 

Hay muchos artistas que trabajan como en una mesa de ping-pong y juegan a ambos lados sucesivamente, confrontando polos entre iconos de lo prosaico y de la alta cultura. Gran parte del arte actual responde a las palabras de Georges Bataille: "Está claro que el mundo es pura parodia. Todo lo que vemos en él es la parodia de otra cosa, incluso es la misma cosa con una forma todavía más engañosa", pero solo Chema Madoz lo hace desde un punto de vista estoico; Madoz realiza siempre un equilibrado ejercicio de contención. Intenta aparecer lo menos posible en su obra y deja que las cosas, los objetos, hablen por él. Por eso Chema Madoz los coloca en un espacio neutro y a la distancia justa.

Las fotografías de Chema Madoz nos proponen por tanto un juego de percepción. Las imágenes de Madoz nos hablan, nos proponen un paseo por el entendimiento. Pero no se trata aquí de descubrir la solución de un jeroglífico. El enigma está resuelto. Era antes de que el artista descubriera su resolución plástica donde se encontraba en potencia el insondable sentido de las cosas que silenciosas y quietas en el lugar que les adjudicamos, se pasan todo el tiempo hablando.

Madoz, con su obra, nos ha inyectado en vena la fotografía desde hace más de 20 años. La belleza formal de su obra, su atractiva plasticidad, ha sido el alfabeto donde muchos han aprendido, y es como un libro de cabecera en la mesilla de muchos y grandes autores. Nos incita al juego, a entender los antagonismos y las dicotomías, los juegos de contrarios. Y nos lo enseña en una sola imagen. En eso está su clasicismo contemporáneo. Con Madoz recuperamos una visión cerrada en su concepción artesanal, libre en la sugerencia de su significado, al guiño, a lo surreal. En sus fotografías, no hay series, y si las hay cada fotografía es un todo en sí misma.

Si paseamos por las exposiciones de Madoz encontramos una definición global de su concepción de las cosas, de su mundo, pero cada fotografía es independiente en sí misma, libre y abierta, en un contexto de austeridad absoluta de materiales, de sencillez de "palabras-imágenes", como si leyéramos un poema de Machado o uno de los grandes poetas de este país, Joan Brossa, con el que Madoz ha articulado esa simbiosis de verso-imagen, o como entrar en el mundo de las greguerías espectaculares de Ramón Gómez de la Serna. Imágenes que llevan a definir, a cada uno, sus propios fantasmas del tiempo, sus pensamientos oníricos o su humor catártico, a veces negro, pero que son más reales que la propia realidad.

Una fotografía es por naturaleza la captura de un instante efímero. Toda la obra de Chema Madoz tiene esta clara relación con lo efímero. La conjunción lograda no necesita existir ni antes ni después de ser fotografiada. La materialidad de la idea no es el objeto final del trabajo realizado, sino su encuadre; su retrato. Lo surreal poético imposible, un juego que Aaron Siskind definía como lo fotografiado, era independiente del tema original: una llamada al intelecto y a la percepción del "lector" de las imágenes en las que cada uno interpreta e introduce esa lectura en su propio juego, y con una enorme carga poética que nos induce a entender el mundo de Chema Madoz, el nuestro, desde el realismo mágico de las imágenes abstraídas de su entidad natural.

 

 

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