JESÚS SANTOS CALERO
Fernando Murciano Abad
Me vienen a la memoria, en estos días tan difíciles, tantos recuerdos, gratos todos ellos, de los momentos que pasamos por su casa. En estos tiempos en los que tanto se admira a los artistas que proclaman ser autodidactas, yo me siento orgulloso y eternamente agradecido al que ha sido mi maestro, la primera persona que me abrió las puertas de su casa, la que me enseñó el oficio desde dentro, los éxitos y las penalidades que tiene todo trabajo, y la que me dio sus sabios consejos. Jesús Santos Calero (1938-2008) nos inculcó el espíritu de superación; siempre nos decía que, si luchábamos por hacer los trabajos lo mejor posible, nunca nos faltaría el pan diario en nuestra mesa. Esa ventaja la tuvimos unos pocos, esa ayuda de la persona que, en esos primeros pasos tan difíciles y tan delicados, te limpiaba el camino para que tú en un futuro no tropezaras. Tuvo el respeto ganado de los demás, pues siempre nos decía que para ser respetado tú deberías ser el primero en respetar. Fue un artista grande, a la sombra o al cobijo del más grande que pudo tocarle: su padre, Sebastián Santos Rojas. Jesús era un gran conocedor del oficio heredado de su maestro. Le debemos, por desgracia, una escasa producción artística, pero llena de la calidad que atesora su apellido. Sevilla y Andalucía siempre estarán en deuda con Jesús. |
Mi formación con Jesús Santos Calero fue a lo largo de tres años en su estudio de Lumbreras, aparte de los estudios en la Escuela de Artes bajo su docencia. Entré en su taller en su época dorada, en plena restauración del Cristo de las Almas de Sevilla, la Virgen del Carmen de Calatrava (Sevilla), la Virgen de los Clarines de Beas (Huelva)... Por allí pasaron muchas imágenes, mucho patrimonio nuestro y otras tantas que se hicieron en el mayor de los silencios. Pero si de una obra me sentiré orgulloso es la de su magisterio, esa, a día de hoy es insuperable, es la que a diario ves en recuerdos todos los días, en tu estudio, la preparación de la cola, el afilado y corte de la gubia, y así un largo etcétera. Nunca ahorró sapiencia en nosotros, hasta él, en muchos de los encuentros que tuvimos, llevó muy a gala que esos cinco años de la escuela fueron los más importantes en su docencia. |
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