JOAQUÍN TORRES-GARCÍA
A los 17 años, Joaquín Torres-García dejó su Montevideo natal para ir a Barcelona, donde se educó como artista. Una ciudad moderna y una capital de renovación cultural, Barcelona inspiró a Torres-García a convertirse en un pintor de la vida moderna al estilo de Baudelaire, y estuvo activo dentro del grupo de intelectuales y artistas que promovieron el noucentisme, un movimiento artístico catalán que reaccionó en contra de la sofisticación decadente del art nouveau y estableció una relación con la naturaleza y la historia primitiva que se manifestaba en escenas pastorales de la edad de oro mediterránea. Como miembro de este influyente grupo, Torres-García se convirtió en uno de los pintores más reconocidos en Barcelona a principios del siglo XX. Su primera comisión importante fue una serie de frescos monumentales para el Saló de San Jordi en el Palau de la Generalitat de Barcelona, la silla del poder soberano catalán desde la Edad Media. Mostrando escenas de la civilización industrial junto a paisajes pastorales mediterráneos, los frescos pintados por Torres-García fueron el manifiesto artístico más importante del noucentisme catalán. A pesar de la naturaleza arcádica de la mayoría de las obras en el Saló de San Jordi, en el último fresco, Lo temporal no es más que símbolo (imagen superior, 1916), un inmenso fauno domina a una muchedumbre con soberana indiferencia. Esta temprana representación de una figura clásica en un estilo moderno fue duramente criticada por artistas académicos e intelectuales conservadores cuando fue presentada en 1916. El escándalo resultante y la muerte del líder político de Cataluña, Enric Prat de la Riba, conllevó a la destitución de Torres-García de la comisión. En Barcelona, la confrontación con la realidad y el caos de la ciudad moderna le condujo a una nueva forma de representación, a la yuxtaposición de planos y figuras, condensando profundidad como densidad, y aplanando sus planos, como se puede ver en obras como Figura con paisaje de ciudad (1917) y Composición vibracionista (1918). Repitiendo motivos como relojes para indicar el tiempo moderno, Torres-García comenzó a experimentar en obras en las que la pintura se encuentra con el collage, el lenguaje choca con figuras, y múltiples elementos se distribuyen verticalmente en la superficie. Cualidades ejemplificadas en Ritmo de ciudad (1918). En 1920, ante la creciente tensión política en España al final de la Primera Guerra Mundial, y fascinado con América como un territorio de la modernidad, Torres-García se mudó con su familia a Nueva York. Ahí comenzó la producción de Aladdin Toys (Juguetes Aladino). Estos juguetes de madera exploran la noción de una estructura transformable, una idea que informaría gran parte de su arte por venir, tanto sus pinturas como sus esculturas. En Nueva York, Torres-García pronto se situó al centro de una comunidad de artistas trabajando en estilos modernos, incluyendo Joseph Stella, Walter Pach, y Max Weber. |
Durante su breve pero formativa estadía en Nueva York, Torres-García representó la caótica ciudad en una serie de sorprendentes collage, especialmente New York Street Scene (imagen superior, 1920), en la que la publicidad está yuxtapuesta con el paisaje, el entretenimiento choca con el arte, y la aspiración de una "visión total" está plasmada en vistas aéreas de la "furiosa" metrópolis. Aunque exhibió en Nueva York y eventualmente vendió obras -notoriamente a Katherine Dreier y su Société Anonyme- Torres-García se fue desencantado cada vez más y, ante los apuros económicos, regresó con su familia a Europa en 1922, donde vivieron entre Italia y Francia: Génova, Fiesole, Livorno, y Villefranche-sur-mer antes de establecerse en París en 1926. Durante el complejo período de entreguerras, la década de 1920 en París estuvo caracterizada por un ecléctico panorama artístico en el que las primeras prácticas de vanguardia estuvieron acompañadas por un interés por lo primitivo, el retorno a la representación clásica coincidió con la emergencia del surrealismo, y un aire de melancolía generalizado conllevó a una nueva forma de figuración. Torres-García produjo varios manuscritos ilustrados, haciendo hincapié en su propio entendimiento del arte moderno fundamentado en principios que presidieron a la civilización moderna, permitiendo una libertad experimental radical. Durante esta época practica la abstracción a la vez que ahonda en lo primitivo y produce sus Objets Plastiques -pequeños ensamblajes en madera pintada- para comprobar varias estrategias de composición tridimensionales. Durante este período de experimentación, encontró su voz artística y cristalizó su estilo. Hacia 1929 ya había encontrado su estilo característico definitivo, ejemplificado por dos obras realizadas ese mismo año: Fresque constructif au grand pain y Physique (imagen inferior). Ambas se caracterizan por figuras esquemáticas trazadas simplemente sobre una cuadrícula densa en la que tonalidades sencillas resaltan campos geométricos. Palabras, letras y abreviaciones están grabadas al lado de figuras específicas: representaciones esquemáticas de mujeres y hombres, peces, caracoles, relojes, casas, anclas, corazones, espadas, barcos, templos, y cruces. Distribuidas verticalmente sobre la superficie del lienzo, las figuras enfatizan la superficie del plano y la materialidad de la pintura. Torres-García produjo incontables variaciones de este esquema -el cual ya no abandonaría- que pueden apreciarse en obras como Construcción en blanco (1931, su año más prolífico). Más tarde este estilo característico sería definido como "universalismo constructivo". Sin embargo, nunca dejó de experimentar y de producir unas sorprendentes esculturas y pinturas abstractas que no se ajustaban a este estilo característico. En 1934, a medida que la Gran Depresión se sumaba al tenso clima político en Europa -Guerra Civil española, ascenso del totalitarismo, y, eventualmente, la Segunda Guerra Mundial- Torres-García regresa a Uruguay. En su ciudad natal de Montevideo, donde vivió hasta su muerte en 1949, Torres-García se convirtió en una figura cultural central, dando charlas, dictando conferencias por radio, enseñando, y escribiendo, dejando así una influencia duradera en el mundo del arte uruguayo. |
Para 1935 había fundado la Asociación de Arte Constructivo, y entre 1935 y 1943 estableció uno de los repertorios más sorprendentes de abstracción sintética y concreta en América. Estos cuadros arquitectónicos -Composición abstracta tubular (1937), Forma abstracta en espiral modelada en blanco y negro (1938) o Construcción en blanco y negro (1938)- son, en su mayoría, cromáticamente reducidos a un contraste de blanco y negro. Luz y sombra conforman el plan de la superficie, mientras que elementos tubulares y la sugerencia de misteriosas profundidades crean una fuerza orgánica dentro de estructuras reticulares y ordenadas. El legado de su taller personal, el Taller Torres-García, ha contribuido al concepto de arte latinoamericano como un auténtico movimiento regional, no derivativo, libre del dominio europeo. Fue en este espíritu que creó una de las imágenes más emblemáticas del modernismo latinoamericano, que proclamaba el Sur como su propio Norte. Un primer dibujo de este concepto es Curso para formación de la consciencia artística (La Escuela del Sur) (hacia 1934) y culmina en su famosa América invertida (imagen inferior, 1943). La década final de la obra de Torres-García está caracterizada por un eclecticismo, a medida que fue revisando el repertorio entero de sus estilos característicos, abstracto y concreto, desde la figuración esquemática hasta el Universalismo Constructivo. Un notable regreso al color -especialmente colores primarios- se manifiesta durante este período, a medida que renovó su interés en obras públicas monumentales. Con el Taller Torres-García, creó una serie de históricos murales, frescos, y proyectos para monumentos de piedra y madera, muebles, y objetos decorativos. Algunas de sus obras abstractas de este período incorporan pictogramas en su estilo característico que recuerdan antiguos muros de piedra (Arte universal, 1943) o refieren a eventos contemporáneos como el descubrimiento de la energía atómica y la Guerra Fría (Energía atómica, 1946). Sus últimas creaciones cierran el círculo de la obra completa de Joaquín Torres-García (1874-1949) y resumen sus contribuciones a la corriente del modernismo: la abstracta Estructura a cinco tonos con dos formas intercaladas (1948), y su última obra, Figuras con palomas (1949), una conmovedora representación de una escena de maternidad en arcadia, similar a sus obras tempranas, pero en términos esquemáticos concretos. |
Del 19 de mayo al 11 de septiembre de 2016, en la Fundación Telefónica (Gran Vía 28, Madrid), la exposición Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia hace hincapié en la individualidad radical de
un artista que elude cualquier tipo de clasificación. Un figura central en la historia del arte moderno y un
protagonista clave en los intercambios culturales transatlánticos que lo han informado,
Torres-García ha fascinado a generaciones de artistas en ambos lados del Atlántico, pero
especialmente en las Américas, incluyendo a importantes artistas norteamericanos, desde
Barnett Newman hasta Louise Bourgeois, y a incontables artistas latinoamericanos. A
medida que asimilaba y transformaba las invenciones formales del arte moderno, Torres-García se mantuvo fiel a una visión del tiempo como una colisión de distintos períodos, en
vez de una progresión lineal; una distinción que es particularmente relevante al arte
contemporáneo.
La exhibición se estructura cronológicamente en una serie de capítulos importantes
abarcando la obra completa del artista, desde sus primeras obras en Barcelona a finales del
siglo XIX hasta sus últimas obras realizadas en Montevideo en 1949. Destacan dos
momentos claves: la época de 1923 a 1933, cuando Torres-García participó en varias de las
primeras vanguardias europeas, a la vez que estableció su
estilo pictográfico-constructivista; y de 1935 a 1943, cuando, habiendo
regresado a Uruguay, produjo uno de los repertorios más contundentes de abstracción
sintética. Se trata de una exposición organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde pudo verse del 25 de octubre de 2015 al 15 de febrero de 2016, en colaboración con Fundación Telefónica y Museo Picasso Málaga,
donde podrá disfrutarse también del 10 de octubre al 5 de febrero. Horario: martes a domingo, de 10:00 a 20:00 horas. |
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