LAS CERÁMICAS DE LA FÁBRICA DE ALCORA

Antonio Perla


 

 

Desde que en 1883 el Ayuntamiento de Barcelona adquiriera las seis primeras piezas de la, ya en franca decadencia, Real Fábrica de Loza y Porcelana de Alcora, han pasado casi 125 años, a lo largo de los cuales se ha ido consolidando la mayor colección de cerámica salida de esta manufactura.

El Museo de Cerámica de Barcelona alberga en la actualidad un millar de piezas, reunidas gracias al interés que, desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, despertaron las manifestaciones artísticas e industriales identificadoras de nuestra cultura.

Es, sin duda, la gran magnitud de sus fondos la que permite un exhaustivo recorrido por las diferentes formas que salieron de sus talleres, sus motivos decorativos, diseños e, incluso, por las diversas pastas de loza y porcelana empleadas a lo largo de las cuatro épocas (1727-1749, 1749-1798, 1798-1858 y 1858-1895) por las que atravesó una fábrica fundada en 1727 por el noveno Conde de Aranda en su señorío de Alcora, en Castellón, y continuaron primero su hijo Pedro Pablo y después el Duque de Híjar.

Con el cambio de dinastía y la llegada de los Borbones al trono de España, en el año 1700, se produce un cambio sustancial en todos los ámbitos de la sociedad española. El peso específico que la cultura italiana había tenido en nuestras artes se ve desplazado por el que, desde ese momento, va a ejercer la cultura francesa, dictada sobre todo desde Versalles; modelo que, por otra parte, ya habían adoptado la mayoría de cortes europeas.

 

 

Su penetración se produce en primer lugar desde los palacios reales, en los que se abandona la austeridad de los Austrias en pos de un verdadero alarde y ostentación de lujo, transformándose la arquitectura en un receptáculo en el que lo decorativo ocupa un papel principal.

Las nuevas necesidades, de las que se hacen eco las familias ilustradas y la incipiente burguesía, conllevan inevitablemente un extraordinario desarrollo de las artes decorativas que, ante la carencia de centros productores que las satisfagan, son importadas masivamente.

Es aquí donde el proyecto del conde de Aranda pasa a desempeñar un papel fundamental como impulsor y mecenas de las artes y la industria nacional, frenando la importación de vajillas de lujo y consolidando la investigación tanto de técnicas como de formas.

Una basta producción que abarca desde vajillas, placas, aguamaniles, mancerinas, lavamanos y esculturas, hasta tinteros y otros objetos, con sus decoraciones barrocas, rococó y neoclásicas, y con motivo de estilo Bérain y Olerys, chinescos, rocallas (propios de la segunda época, en la que se desarrolló el gusto por una alegre policromía con mayor carácter popular), rayados naranjas y reflejos metálicos, formas de animales (propias de la tercera época, en la que se crearon las famosas series conocidas como Fauna de Alcora) e, incluso, piezas de blanco inmaculado sin ninguna ornamentación.

En definitiva, creaciones y estilos que marcaron el acontecer histórico de la Fábrica de Alcora, uno de los centros artístico-industriales de mayor transcendencia en nuestras artes.

 

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