EL AQUELARRE DE FRANCISCO DE GOYA

Con información de la Asociación Amigos del Museo del Prado


 

 

Francisco de Goya había comprado en el año 1819 la llamada Quinta del Sordo. Ese mismo año tuvo una grave enfermedad que lo situó a las puertas de la muerte. Una vez recuperadas las fuerzas, Goya se puso a pintar las paredes de su casa; no sabemos cuando terminó en esta tarea, pero en el año 1823 donó la finca a su nieto Mariano y las pinturas ya estaban hechas.

La técnica utilizada es óleo, técnica no apropiada para pintar sobre paredes; esta novedad, junto con el abandono que pronto sufrió la finca, hizo que pronto las pinturas estuviesen deterioradas. En 1873 el pintor Salvador Martínez Cubells las transportó al lienzo y las restauró. El nombre de Pinturas Negras lo tomaron de su colorido a base de negros, pardos y ocres, aunque en algunas de ellas no falta una nota vibrante de color.

Uno de los aspectos que más llama la atención de las Pinturas Negras es la aparente falta de significado que tienen, aún cuando no hay nadie que ponga en duda un simbolismo subyacente que todavía no ha encontrado una explicación convincente. Un paso adelante en este intento fue el descubrir qué pinturas correspondían a cada una de las salas, pero aún así su comprensión es difícil.

Para acercarnos a ellas tenemos que tener en cuenta que fueron pintadas por un anciano de 73 a 77 años de edad, después de haber estado muy enfermo; su soledad era cada vez más patente, muchos de sus amigos y parientes habían muerto, otros habían marchado al extranjero; había visto las calamidades de una guerra y la vuelta de muchos fantasmas del pasado. Lo único que le quedaba a Goya era la pintura, y a ella se volvió con fuerza y apasionamiento para manifestar su decepción por las gentes, así como su amargura, no exenta de ironía, por el mundo que le rodeaba.

En los antiguos inventarios se titulaba al Aquelarre como El Gran Cabrón. La pintura mural al óleo, pasada a lienzo entre los años 1821 y 1822, mide 140 x 438 cm. Para algunos, el personaje femenino sobre el que confluyen todas las miradas de los rostros descompuestos que la rodean, sería Leonor de Zorrilla. El contenido de ésta y las demás Pinturas Negras conduce a un mundo de seres extraños, grotescos, "valleinclanescos" que, como señala J. Murray, "iban a romper con la tradición de entender el arte como comunicación".

Son visiones de un mundo -que Francisco de Goya ya había presentido junto al lecho del moribundo auxiliado por San Francisco de Borja- en cuyos patios se hacinan locos, se desarrollan escenas de carnaval, se yerguen colosos. Mundo amenazador, donde el desmedro, lo feo y el mal adquieren el carácter convulsivo y seductor que le otorgarán dentro de poco los autores románticos. Un genial exabrupto pictórico en el que el viejo pintor parece ofrecer la visión pesimista de cuanto le rodea y hasta de sí mismo.

 

Fotografía de Oronoz

 

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