EL GABINETE DE PORCELANA DEL PALACIO REAL DE ARANJUEZ
Jesús Abades
La estancia se encuadra en la moda de las chinerías que invadió el arte rococó en la Europa del siglo XVIII. Dicha tendencia, forjada en Francia, no constituyó en absoluto un reflejo realista de los usos y costumbres de la China de la época, sino una visión occidental y, por tanto, una visión kitsch de una cultura considerada, por aquellas fechas, como una de las cimas del exotismo mundial, donde se mezclaban dragones con aborígenes y aves fénix con monos balanceándose por los palmerales.
La moda china en el Setecientos supuso un avance de las ornamentaciones con revivals orientales que tan en boga estuvieron durante la centuria posterior. Tal gusto decimonónico tuvo incluso su eco en la estética de la Semana Santa de la época, hasta el punto de conformar, junto a los revivals góticos y a una herencia del Barroco sin olvidar ciertos detalles neoclásicos, la llamada estética romántica, tan codiciada y malentendida entre los cofrades de hoy en día, y que alcanzó imágenes, retablos, ropajes y pasos.
El gabinete de Aranjuez fue diseñado por Giuseppe Gricci y supervisado, durante el reinado de Carlos III, por él mismo, su hermano Stefano Gricci y los artistas Ambrosio di Giorgio, Alfonso de Chávez, Alonso Bergaz y Genaro Boltri. No se descarta la intervención de escultores franceses en su ejecución. Las obras comenzaron en 1763 y concluyeron dos años más tarde, llevando un importe total de 571.555 reales de vellón.
El antecedente más directo e inmediato del suntuoso salón se halla en el Palacio Portici, de Nápoles, realizado sólo cuatro años antes bajo el imperio del referido monarca. A diferencia de Aranjuez, el gabinete del palacio napolitano sólo muestra los paramentos de porcelana, hallándose la decoración del techo modelada con yeserías.
El método empleado para aplicar la porcelana en el recinto fue la realización, por parte de la Fábrica madrileña del Buen Retiro, de unos paneles que luego iban acoplados, por medio de clavos, a un armazón lígneo que recubría todos los espacios, a excepción de los huecos destinados a los cuatro espejuelos de las esquinas y a ocho grandes espejos que aparecen rematados con marcos rococó, labrados también en porcelana.
La mayoría de los paneles se hallan decorados con altorrelieves policromados que representan escenas con figuras de rasgos orientales y ricas vestiduras, exquisitamente modeladas, donde se entremezclan los temas costumbristas con el esoterismo y la mitología, fruto de la deformada visión asiática que hemos comentado anteriormente.
Todas las planchas presentan una profusa decoración vegetal a base de palmeras, plantas de bambú, pájaros, monos, mariposas y guirnaldas de frutas y flores. Las puertas se hallan pintadas de blanco y decoradas con tallas que imitan la labor de porcelana china, con el fin de no desentonar con el resto del conjunto.
Llama la atención la deslumbrante lámpara que cuelga del centro, de once brazos, y labrada también en porcelana del Buen Retiro. Las únicas piezas de la sala que presentan una labor y un estilo completamente diferentes a las chinerías, aun compartiendo procedencia, son las estatuillas de niños jugando con palomas que se sitúan en las ménsulas de las esquinas.
Otro ejemplo del gusto por las chinerías en el palacio lo encontramos en la llamada Habitación de Pinturas Chinas, decorada con múltiples cuadritos de temas orientales en sus paredes y con una monumental lámpara en su centro con diseño a modo de pagoda.
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