ANÁLISIS ESCULTÓRICO DEL CRISTO DE LAS ÁNIMAS DE ARCHENA (MURCIA)

David Alpáñez Serrano


 

 

Siempre que entro en el taller de José Hernández Navarro, tengo la sensación de estar siendo partícipe de la historia. Se que lo que está haciendo no es vulgar, que me encuentro ante uno de los grandes imagineros actuales, y sin lugar a dudas el más destacado de los murcianos de nuestra época.

De un vistazo por las esculturas en las que está trabajando puedes ver todos los procesos necesarios para la consecución de sus obras: modelos a pequeña escala en arcilla, modelos en plastilina a tamaño natural para el sacado de puntos, bloques de madera a medio desbastar, tallas en madera esperando ser lijadas, esculturas con la primera capa de policromía y también imágenes ya terminadas.

La última vez que pasé por su casa-taller la obra que tenía terminada era la de “El Santísimo Cristo de Ánimas” para la cofradía homónima de Archena (Murcia). Me llamó la atención la elección de un tema tan infrecuente en la imaginería procesional, como el descenso de Cristo a los infiernos. Creo que tan solo está el precedente de “Jesús abriendo las puertas del los infiernos” que hiciera Hernández Navarro para Cieza en 2001.

Lo primero que hice fue indagar las fuentes escritas que sobre el tema podían existir. Mi primera búsqueda fue en la Biblia y allí nada más que encontré alguna referencia velada. Lo más cercano era la afirmación de los evangelistas de que “resucitó de entre los muertos”. El que no apareciera en el Nuevo Testamento podía explicar la escasa representación del tema en la Semana Santa. Pero en mi memoria estaba la frase descendió a los infiernos. Sabes que la has oído, que la has repetido. La referencia está en el Credo de los Apóstoles: “descendió a los infiernos,/al tercer día resucitó de entre los muertos/subió a los cielos/y está sentado a la derecha de Dios/Padre todopoderoso".

En mi búsqueda encontré el evangelio apócrifo de Nicodemo en el que se relata ampliamente la escena del Descenso de Cristo a los Infiernos. Es una fuente interesantísima para el tema. Se detalla cómo y para qué bajó Jesús al hades, de que manera iba vestido o que atributos portaba. Me parece oportuno transcribir algunos fragmentos: “Y, mientras Satanás y la Furia así hablaban, se oyó una voz como un trueno, que decía: Abrid vuestras puertas” “Y, en el acto, las grandes puertas de bronce volaron en mil pedazos, y los que la muerte había tenido encadenados se levantaron. Y el Rey de la Gloria entró en figura de hombre” “Y el Señor extendió su mano, y dijo: Venid a mí, todos mis santos. Y, en seguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor, tomando la de Adán, le dijo: Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos.” “Has rescatado a los vivos por tu cruz, y, por la muerte en la cruz, has descendido hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y de la muerte, por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu gloria en el cielo, y has elevado el signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de igual modo, Señor, coloca en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no domine más.”

 

 

Si bien es cierto que el descenso de Cristo a los infiernos, también conocido cono Anastasio, es una escena no utilizada por la tradición imaginera, no es menos verdad que se trata de un tema que si tubo predicamento en los iconos bizantinos y posteriormente pasó al arte de occidente, teniendo un destacado desarrollo en relieves del Románico y del Gótico. La iconografía habitual personifica a Cristo barbado, en el infierno, dándole la mano a Adán para sacarlo de las profundidades de la tierra, mientras que otros santos y justos esperan la redención. En ocasiones Jesús es representado portando en la mano izquierda una cruz griega. Es por ello que podríamos situar el origen de las propuestas para Cieza y Archena en la época medieval, con la gran diferencia de que Pepe Hernández suprime todo elemento anecdótico, potenciando la presencia de la cruz como símbolo redentor.

Si el Jesús abriendo las puertas del los infiernos para Cieza presenta a Cristo sujetando la cruz con la mano izquierda mientras que con la derecha hace ademán de ayudar a alguien para rescatarlo del infierno, el Santísimo Cristo de Ánimas sostiene la cruz con ambas manos, casi como abrazo amoroso, alentando al fiel con su mirada para que imite su gesto, abrazar la cruz para alcanzar la resurrección eterna.

El análisis estilístico del Cristo de Ánimas lleva a afirmar que se trata de una imagen que cumple plenamente las características de la última etapa creativa de Hernández Navarro. Durante la primera mitad de la década de los noventa sus imágenes buscan la belleza a través de la armonía, la proporción, el equilibrio. De anatomías vigorosas y perfectas, la representación correcta de las propiedades físicas funciona como símbolo de la altura moral y espiritual de los personajes representados. Pero cuando entra en el nuevo siglo, incluso antes, se observan cambios sustanciales en sus obras, el más destacado el alargamiento paulatino de las figuras, en busca de un canon más esbelto, en una evolución que tiene evidentes analogías con la que se produjo del renacimiento al manierismo.

Un estudio anatómico del Cristo de Ánimas permite observar que se trata de una figura delgada, con los músculos correctamente representados, pero poco marcados, lo que potencia los rasgos de delicadeza y mesura de la obra. Un detalle en absoluto baladí en la búsqueda de la belleza anatómica es la elección del paño de pureza. La tipología del paño cordelífero, que utilizó José Hernández por primera vez en 1986 en el Cristo de la Ermita de la Huerta, le permite mostrar ampliamente la anatomía de Jesús sin dejar al descubierto las partes pudendas del Señor.

 

 

Al contemplar el rostro del Santísimo Cristo de Ánimas encontramos unos rasgos fisonómicos comunes al resto de imágenes cristíferas que ha realizado Hernández Navarro en los últimos veinte años: nariz de perfil recto, pómulos salientes, mejillas rehundidas, ojos perfilados, barba alargada y bien recortada, a lo que hay que añadir la serenidad que transmite el semblante, lógico por otra parte, teniendo en cuenta que la talla representa una escena que podríamos englobar dentro del ciclo de la Resurrección. Pero si algo merece la pena destacar en la cabeza del Cristo de Ánimas, es la intensidad expresiva de su cabellera. El mechón que cae sobre su frente y los que ondean a la izquierda de su rostro, transmiten, por una parte, la ilusión de movimiento en su descenso a los infiernos, pero sobre todo parecen ser agitados por un soplo de divinidad que irradia de la efigie de Jesús.

Por lo que respecta a la cruz, y al contrario que en los relieves medievales, Hernández Navarro elige la cruz latina, propia de la tradición occidental. El tipo de cruces que ha empleado José Hernández para crucificados, nazarenos y ahora para sus Cristos descendiendo a los infiernos, tienen en común que todas están trabajadas a base de surcos, acanaladuras, hendiduras, muescas y golpes de gubia que le otorgan un aspecto más humilde y austero. Por lo general, son de perfil recto, pero también se encuentran algunas de brazos redondeados lo que le confiere la apariencia de arbóreas. No les añade ningún elemento externo a la madera para enriquecerlas. Sólo la cruz del Cristo de la Misericordia de Jumilla luce en los extremos de los brazos puntales metálicos, pero fueron añadidos con posterioridad por decisión de los miembros de la cofradía.

La búsqueda de diferentes texturas en la talla del Cristo de Ánimas, no va a quedar reducida a los brazos de la cruz, también se constata un trabajo a base de pequeños golpes de gubia en el paño de pureza. Esta técnica, que ensayó por primera vez en una imagen de San Pablo que realizó para Cartagena en 1988, ha tenido un especial desarrollo a partir de 2001, coincidiendo con el cambio de madera de pino de Flandes a cedro. El motivo fundamental es que con la madera de pino tenía que aplicar aparejo para comenzar a policromar. En muchas ocasiones, antes de policromar realizaba esgrafiados sobre el aparejo creando diferentes texturas. Con la madera de cedro, al ser de tanta calidad, puede aplicar la policromía directamente sobre ella, desapareciendo la posibilidad de realizar motivos esgrafiados en sus obras. Ante esta situación, se observa a partir de 2001 un aumento del tratamiento de las superficies a base de golpes de gubia. En los paños de pureza de Cristo los golpes son más menudos, mientras que en el resto de superficies son enérgicos y valientes.

En otro pequeño detalle donde se aprecia las diferentes texturas de la talla, es en el cordel que sujeta el paño de pureza del Cristo de Ánimas. El cordón es notoriamente rugoso y áspero, contrastando con las superficies pulidas y suaves del cuerpo de Jesús. En cuanto al cordel hay otro aspecto a destacar. En ocasiones a Hernández Navarro le gusta mostrar su virtuosismo técnico, en este caso se puede apreciar en el fino arco que forma el cordón sobre la cadera derecha de la imagen.

Por lo que respecta a la representación de heridas, Hernández Navarro es muy sutil. Suele representar a Jesús escasamente ensangrentado, pero en el Cristo de Ánimas aun ha sido más delicado, ya que las heridas provocadas por los azotes ni siquiera están ejecutadas con hendiduras sobre la madera, tan solo las ha marcado mediante la policromía. En cuanto a las llagas hay un detalle que llama la atención, mientras que en sus crucificados Pepe Hernández sitúa los clavos de las manos en las muñecas, en el Cristo de Ánimas y en sus resucitados, las heridas las sitúa en las palmas de las manos. 

 

 

Ya hemos realizados algunas consideraciones sobre el paño de pureza que porta el titular de la Cofradía de Ánimas, pero sería oportuno ahondar sobre el modo que nuestro escultor define los tejidos. Como se puede apreciar hay una buscada escasez de pliegues en pos de la sencillez. Además el paño se concreta a través de dobleces angulosos, en antítesis a la multiplicación de pliegues curvilíneos de la tradición barroca. Esta tendencia comenzó a desarrollarla en la segunda mitad de la década de los 80 sin abandonarla durante todo este tiempo.

La policromía de las obras de Hernández Navarro destaca por el acabado mate de las imágenes, en contraposición a la tradición barroca que gustaba de acabados brillantes. Hasta la realización del paso del Ascendimiento (Murcia, 1988) la policromía de sus obras tenían un acabado brillante. El brillo lo conseguía al frotar el óleo fresco con una vejiga de cordero mojada en agua. Ante la inconformidad del resultado investigó la manera de atenuar la brillantez. Primero aplicó pátinas conseguidas con óleo muy claro, esencia de trementina y aceite de dormidera y a partir del año 1988 sustituyó el bruñido con vejiga por el tratamiento del óleo con un rodillo de espuma o a punta de pincel para producir la textura de la piel. Mantiene el uso de pátinas. Esta capa le permite matizar la policromía. Tras su aplicación transcurren algunas horas en las que con un trapo puede frotar las zonas que quiere aclarar, dejando intactas las que desea que queden más oscuras. En las carnaciones aplica varias manos de pintura al óleo. La primera para cubrir y la siguientes para los detalles y matices. Durante la década de los 80 para las vestiduras aplicaba un color único. A finales de la década desestimó la planitud cromática y comenzó a utilizar veladuras. Para conseguirlas superpone dos capas de diferente tono o color con lo que se matiza la una a la otra. 

Pese a la evolución constante que ha experimentado la imaginería de Hernández Navarro, su obra está recorrida en esencia por la serenidad y el equilibrio, alcanzados gracias a la búsqueda de la belleza, la armonía y el sosiego de las actitudes. Esta concepción amable de la imaginería se ha ido enriqueciendo paulatinamente. Con el paso de los años Hernández Navarro ha sabido imbuir a sus imágenes de una mayor espiritualidad e intensidad emotiva, sin caer en gestos desgarrados, estridencias ni disonancias de ningún tipo. 

El arte de José Hernández Navarro es el mejor reflejo de su personalidad sencilla, de su vida tranquila orientada al hogar y al trabajo, de su entorno afable y cercano y de su sincera religiosidad. Como dice el propio escultor: “Si eres una persona tranquila, feliz, equilibrada, tu obra no puede ser atormentada”.

 

Nota de La Hornacina: David Alpáñez Serrano es Técnico del Museo de la Universidad de Alicante.

 

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