EL CALVARIO DEL AMPARO EN EL REAL
SANTUARIO DE
NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES DE SANTA CRUZ DE LA PALMA
Texto y Fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
Procedentes de los Países Bajos meridionales -quizá de Malinas- y fechadas en el segundo tercio del siglo XVI, son las esculturas que configuran -hoy en día- el monumental Calvario, constituido por el "Santísimo Cristo del Amparo", la "Dolorosa" y el "San Juan Evangelista". Están entronizadas en el Real Santuario de la Patrona de La Palma. Nos hallamos ante uno de los muchos tesoros que se custodian en este hermoso templo mariano, centro devocional palmero por excelencia; una obra de arte -en mayúsculas-, sin precedentes en las islas, ante la que nadie puede quedar impasible.
El Crucificado de este magnífico grupo escultórico resulta difícil de identificar con cualquiera de las tallas de igual iconografía documentadas en dicho templo a lo largo de los siglos XVI y XVII, pues el pequeño Calvario inventariado en 1571 y un Crucifijo flamenco añadido en 1591 ya habían desaparecido en las primeras décadas de la siguiente centuria, quedando únicamente otros dos Cristos que coincidirán por primera vez en 1648.
El primero de ellos se hallaba en ese año retirado del culto en la sacristía, junto con las imágenes de la Virgen y San Juan, con las cuales había sido tallado siendo mayordomo del Santuario don Luis Álvarez y cuyo coste total había ascendido a 7.750 maravedís. Estudiosos, entre los que se encuentran Alberto José Fernández García, opinaron que dicha obra tampoco coincidía con la actualmente conservada al considerar una serie de factores, como era su ubicación en la primitiva ermita, o el coste de su hechura, y su temprano deterioro -acusado ya en 1618-, etcétera.
En cambio, el segundo Crucificado compartía un altar colateral de la Epístola con la hermosa talla de la Virgen de Los Ángeles en 1648, siendo el mismo Cristo de la Expiración incorporado después de 1602, aquél denominado grande en 1637 e incluso el de "más de una bara o poco más de cinco palmos" venerado en el retablo mayor de la Virgen de Las Nieves, hasta que una nota marginal certificara su ruina en 1697.
Esto nos lleva a sugerir que un tercero había llegado al Santuario por medio de una donación particular o incluso por un traslado de otro lugar, como pudiera ser, desde la ermita de El Planto de esta ciudad, donde se hallaban ubicados la Virgen Dolorosa y el San Juan que hoy forman con él el famoso Calvario que nos ocupa.
El bellísimo Cristo de madera dorada y policromada (de 170 x 132 cms; sobre Cruz, 244 x 147 cms.) está considerado como uno de los mejores ejemplares de su estilo en España y uno de los más relevantes de Europa. A ambos lados de la Cruz, se sitúan las magistrales figuras de la Dolorosa y San Juan. En palabras del Marqués de Lozoya, estamos ante "el mejor conjunto de la Semana Santa de Canarias"; en las de Jesús Hernández Pérera, "orgullo y joya del acervo artístico canario"; y en las de Jesús Pérez Morera, "el Calvario flamenco más relevante de España".
Siguiendo la iconografía habitual, la Virgen (138 cms) presenta su corazón atravesado por el puñal del dolor, según refiere la profecía de Simeón. La representación de Dolorosa, desolada al pie de la Cruz, volviendo el rostro hacia la derecha con la mirada baja, respondería a un tipo usual en la estatuaria piadosa de los Países Bajos meridionales de fines del siglo XV y principios del XVI, que quizás heredara aquel peculiar aplomo, distinción y sentimiento contenido de los modelos de Van der Weyden. Sus manos orantes, entrelazadas sobre el pecho, entroncarían con la tradición germánica al retomar ese emotivo gesto.
La majestuosa verticalidad de la figura mariana es apenas alterada por el ladeamiento de cabeza y el casi imperceptible contrapposto del cuerpo. Mantiene una serena actitud, una elegancia de sus proporciones e incluso unas singulares facciones que emanan de su melancólico semblante; se aprecia también una frente ligeramente plana, unos ojos entornados, una pequeña boca y una prominente barbilla con un ligero hoyuelo. Sus ropajes, de aterciopelada apariencia, tienen unas suaves caídas rectilíneas y con bordes ondulados. El atuendo lo completa un hábito de manga larga, por cuyo bajo sale una de las puntas romas del calzado y un gran y amplio manto superpuesto a una fina toca de lienzo. Bajo éste, se sugiere la redondez de los hombros y el avance flexionado de la pierna derecha. Las ropas, espléndidamente tratadas, están surcadas por numerosos y angulosos pliegues muy realistas.
Al Evangelista (143 cms.) se le presenta joven, delgado e imberbe. Contempla al Crucificado alzando sus ojos arrasados de lágrimas. Su indumentaria, a la que sujeta con la diestra, consiste en una vestidura abierta en su mitad superior delantera, ajustada al talle con un cinturón y de cuello cortado en pico y amplias mangas. Lo completa un jubón o camisa interior y una enorme capa tendida en diagonal por la espalda. Es una imagen habitual en la plástica brabanzona este tipo de representación iconográfica de los Apóstoles de Jesús. La exhibición de la palma de su mano izquierda levantada sugiere el cumplimiento de las profecías mesiánicas de las Sagradas Escrituras sobre la muerte de Cristo. El trazado de su oscura cabellera se ahueca en gruesos rizos con surcos de estrías sinuosas. Recuerda al San Gabriel del maravilloso grupo escultórico de La Encarnación de la capital palmera.
Las dos efigies, La Virgen y San Juan Evangelista, se veneraban antiguamente en el espléndido retablo de la ermita de El Planto, donde permanecieron hasta 1972, fecha en la que fueron trasladadas a su emplazamiento actual. En el Palacio de la Municipalidad de Amberes se conservan dos esculturas muy parecidas a aquéllas, a diferencia de que su factura responde más claramente a esquemas góticos, mientras que las palmeras denotan una cierta influencia renacentista; existe otro calvario flamenco muy similar en el museo parisino del Louvre, aunque éste se aproxima más al estilo medieval.
Trabajadas las tres en madera policromada y estofada, por autor o autores anónimos, configuran el Calvario flamenco más relevante de España. El Cristo fue restaurado en 1885 por el afamado artista palmero Aurelio Carmona López, percibiendo treinta pesetas por su trabajo, incluidos los materiales.
El Crucificado pende de una cruz dorada cuya anatomía descarnada del esbelto cuerpo, adopta el tipo iconográfico del Cristo de Los Mulatos de la Parroquia Matriz de El Salvador, si bien arquea la cabeza y la reclina sobre el hombro derecho. En este caso el cuerpo ya pesa y se desploma en la cruz arqueándose con las rodillas juntas y las piernas flexionadas para clavar los pies superpuestos. Los brazos permanecen extendidos oblicuamente. Parece una versión tardía del tipo de Crucificado gótico que Roger van der Weyden interpretara en su tabla del Calvario perteneciente al Real Monasterio del Escorial en Madrid.
Su enjuto rostro barbado tiene una expresión agónica y muestra unas correctas facciones y la frente y cejas fruncidas. Presenta una muy conseguida rigidez de la muerte. Los ojos están entornados con repliegues bajo los párpados inferiores. Las mejillas salientes y la boca entreabierta dejando apreciar unos blancos dientes. Sus miembros son huesudos con tensa musculatura; la minuciosidad del tallado de su barba y cabellera; la reproducción de las venas y los desgarros producidos por las heridas; las manos y los pies agarrotados; los fláccidos deltoides; el tórax surcado por los resaltes costales y, en general, un cuidadoso estudio de su anatomía produciendo un gran realismo; impresiona también el magnífico trenzado de la corona de espinas y un reguero importante de sangre muy roja que resbala por todo el cuerpo, aportando mayor dramatismo a la escena.
El esmerado tratamiento del fino "perizonium" o lienzo de pureza anudado lateralmente y doblado en múltiples pliegues revueltos y angulosos, cuyas puntas caen escalonadamente desde la cadera izquierda. La suavidad de su modelado y la esbeltez de las proporciones, nos permiten datarlo en torno al segundo tercio del siglo XVI, como las imágenes que lo flanquean componiendo la imagen del Monte Gólgota y con las que fue importado de los Países Bajos meridionales.
El retablo-vitrina del Santísimo Cristo del Amparo data de hacia 1757 y es obra del maestro Bartolomé Felipe Calderón. El nicho fue dorado y pintado por Cayetano González Guanche (1739-1798), aunque el dorado del retablo no se completó hasta finales del mismo siglo. Su gemelo de la Epístola, consagrado a la Virgen del Buen Viaje - ejecutado posiblemente por el mismo maestro-, se mandó hacer, en correspondencia con el del Cristo, en 1757, fecha en la que el mayordomo de la iglesia ya tenía la madera dispuesta. Su hechura costó 633 reales, "en madera, clavos, engrudo, excepto el lleuarlo de esta ciudad que fue de limosna".
Debida a su destacada calidad, las tres tallas han sido restauradas por la empresa Pablo Amador Restauraciones, S.L.L. Esta intervención fue sufragada por la Dirección General de Cultura del Gobierno de Canarias, como resultado del acuerdo establecido entre el propio Gobierno canario y el Real Santuario, para que las piezas formasen parte de la excepcional exposición celebrada en 2001 titulada Arte en Canarias, Siglos XV-XIX, Una Mirada Retrospectiva. En dicha restauración se eliminaron los deterioros estructurales, sobre todos los encontrados en el Crucificado, así como la limpieza global de las imágenes, restitución de los motivos ornamentales desgastados o perdidos, la reintegración de las lagunas de policromía, etcétera.
Este magnífico Calvario desfila procesionalmente en torno al Santuario todos los años, después de las solemnidades de la tarde del Viernes Santo. Es un momento mágico. Cuando la claridad del sol incide en la fabulosa policromía, todos los asistentes pueden apreciar en todo su esplendor este legado histórico-artístico-religioso, único, orgullo de toda una comunidad.
BIBLIOGRAFÍA
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