EL SANTÍSIMO CRISTO DE LAS SIETE PALABRAS
DE SANTA CRUZ DE LA PALMA
Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
El polifacético artista local Marcelo Gómez (1725-1791) es autor del enorme Crucificado encargado por el coronel Massieu y Salgado -patrono del oratorio de la desaparecida Ermita del Cristo de la Caída- para la ceremonia del Sermón de las Siete Palabras o también llamada “de las tres horas” en la tarde del Viernes Santo. Así se cita en el segundo proceso inquisitorial que el escultor sufrió por haber blasfemado contra la imagen del Señor en el año 1783, llevado por la ira producida por las adversidades que presentaba su talla (el primero fue en el año 1755).
El imaginero palmero también fue médico y pintor, emigrado a Venezuela y llegando también a ser cirujano en Caracas y corregidor, juez de comisos y teniente de Justicia Mayor. Más tarde regresó a la capital palmera como médico-jefe del Hospital de Dolores.
Esta obra suya se trata de una imagen tallada y policromada de 2,20 metros de alto, con características neoclásicas mezcladas con rasgos barrocos, en una postura forzada, pero a la vez de gran expresión, realizada en el año 1781.
El sermón siempre se leía desde el púlpito a la luz mortecina de una vela, con el templo completamente a oscuras, y otra a los pies del Cristo en el desmantelado altar mayor, ofreciendo un aspecto impresionante y sobrecogedor. En la meditación de la séptima palabra todos los fieles se arrodillaban al mismo tiempo que en el coro se oía por espacio de unos momentos un fuerte estrépito de carracas en símbolo de aquel momento trascendental de la muerte de Jesucristo.
La escultura fue rescatada de las llamas de su primitiva ubicación, la ermita del Cristo de la Caída -en la antigua Calle Real del Puente del Medio, hoy Pérez de Brito, número 12- una noche en la que un pavoroso incendio provocado por un rayo, en diciembre de 1827, estuvo a punto de quemarla junto con otras imágenes.
Existe una anécdota acerca de este incidente. Según se cuenta, ante la imposibilidad inicial de rescatar la talla del Cristo, alguien encendió dos velitas para que protegiera la imagen de las llamas, con el asombro de los presentes al observar que tras extinguirse el incendio se habían quemado las esculturas de San Dimas (el Buen Ladrón) y de Gestas (el Mal Ladrón) que formaban conjunto con la del Señor, quedando la figura del Redentor prácticamente intacta. También fue rescatada milagrosamente la impresionante del Cristo de la Caída, del imaginero sevillano Benito Hita y Castillo.
Después de este trágico suceso, la imagen fue trasladada, en la Semana Santa de 1847, a El Salvador, y el resto de las salvadas se repartieron entre las iglesias de la ciudad. Así consta en el Inventario de 1851, como donación del heredero de la ermita mencionada, D. Felipe Massieu. La efigie estuvo muchísimos años retirada del culto, guardada al lado de la pila bautismal, hasta que en 1956 fue puesto en el lugar en el que actualmente se venera, entre el espléndido cancel de la entrada principal y el retablo del Sagrado Corazón, en la nave de la Epístola.
La obra refleja características neoclásicas, pero, aunque bien resuelta, manifiesta cierta dureza en el cuerpo de Cristo y en el tratamiento del perizoma o paño de pureza que la privan de naturalidad. Algunos estudiosos, como es el caso de Darias Padrón, la han calificado de “obra discreta, pero que no puede compararse con la escultura peninsular del momento ”. El propio autor, durante sus viajes y trabajos realizados en Gran Canaria y en Venezuela, llegó a manifestar que poseía numerosos libros con los que confesó haber aprendido la pintura, la arquitectura y la escultura “por autores correspondientes a dichas ciencias”.
En palabras del periodista, investigador y maestro Luis Ortega Abraham: “Aportación reciente a la Semana Santa, el Crucificado de Gómez Carmona se ganó su condición de pregonero de dolores y su alisada anatomía, en contraste con su rictus desolado, incorporó un icono singular al magno repertorio cristológico de la ciudad afable y memoriona”.
Este Crucificado desfila procesionalmente con unas descomunales y pesadas andas de madera llenas de fanales con velas encendidas. Acompaña a la procesión la Cofradía de Cargadores de Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro. Ésta sale generalmente, a modo de pregón de Cuaresma; una procesión solemne donde impera un ambiente de recogimiento tan sólo roto por el tronar de los tambores. Ha habido años en los que no ha salido en estas andas y también ha habido procesiones en las que no le ha acompañado ninguna banda de música.
La talla nuevamente desfila en el Vía Crucis “desde la soledad y el silencio” de la mañana del Viernes Santo pero, no sobre sus andas, sino que es transportado a mano por varios miembros de las distintas cofradías de la Parroquia del Salvador, idea que fue concebida por la Cofradía del Santo Sepulcro. Participa ésta junto con la mencionada de Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro, al igual que la del Santo Encuentro, la de Nuestra Señora de la Esperanza y la de los Siete Dolores. Esta procesión ha variado la hora de su salida. Actualmente tiene lugar a las siete, pero en algunas ocasiones ha llegado a salir a las cuatro y media o cinco de la mañana.
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