SANTA ANA METTERTIA. PARROQUIA DE
SAN FRANCISCO DE ASÍS DE SANTA CRUZ DE LA PALMA

Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero


 

Sin lugar a dudas, constituye una inesperada sorpresa para quien contempla el panorama artístico que ofrece la Isla de La Palma, encontrar a casi cuatro mil kilómetros de distancia del norte de Europa un cuantioso legado de arte, llegado desde Flandes a lo largo de los siglos XVI y XVII.

Lamentablemente, mucho se ha perdido después de numerosos robos y saqueos, de incendios, desidias, descuidos y enajenaciones clandestinas. Afortunadamente, en el caso concreto que nos ocupa, Santa Cruz de La Palma, capital de la isla, cuenta con un excelente museo de arte flamenco, tanto escultórico como pictórico, integrado por piezas magníficas, tan relevantes en número como en calidad, no superada por ninguna otra ciudad del Archipiélago Canario.

El inigualable grupo escultórico de Santa Ana “Mettertia”, tan cultivado en el último Gótico y primer Renacimiento, es claro ejemplo de todo ello.

El culto a Santa Ana, madre de la Virgen María, es muy antiguo, remontándose al siglo VI d.C. en Oriente, mientras que en tierras de Occidente no se la comenzó a venerar hasta, aproximadamente, el siglo VIII d.C., cuando se levantó en Roma el templo de Santa María Antigua para guardar sus reliquias.

Después de tal entronización, el culto a Santa Ana adquirió unas proporciones incalculables, convirtiéndose en una de las santas más veneradas.  Será a partir del siglo XIV, cuando la piedad de los fieles cree una ingeniosa imagen para representar el grupo formado por Santa Ana, la Virgen y el Niño Jesús, denominado en latín “mettertia” o “metterza” en italiano. El tema en España se popularizó con el nombre de Santa Ana “Triple” o “Triplex”, que venía a significar “la idea de uno que va con otros dos”.

Esta tipología puede aparecer en representaciones tanto sedentes como de pie, y proliferó en los medios artísticos de los Países Bajos durante los siglos XV y XVI, gracias al apoyo de los carmelitas.

La bellísima pieza que nos ocupa, siguiendo un inventario de 1603, originariamente era propiedad de la Parroquia Matriz de El Salvador de la capital palmera. Presidía aún en 1625 su retablo que estaba colocado en la capilla colateral de la nave del Evangelio. Datable en el primer tercio del Quinientos, pudo haber formado parte de un lote de tallas que fueron doradas y policromadas en 1616, siguiendo las instrucciones del Visitador D. Francisco de los Cobos. En el siglo pasado se la trasladó a la Ermita de San José para, a comienzos de esta centuria, pasar a la Parroquia de San Francisco de Asís, ambos templos en Santa Cruz de La Palma.

La actual capilla del Evangelio o de San Pedro de El Salvador estuvo dedicada a Santa Ana hasta que en 1818 se entregó a la Cofradía de San Pedro Apóstol. Había sido construida entre 1601 y 1611 por su patrono D. Francisco Díaz Pimienta sobre otra capilla anterior más pequeña, contribuyendo la fábrica con la mitad de los gastos correspondientes al arco medianero con la capilla mayor.

 

 

Con motivo de las sucesivas obras en dicha capilla, el retablo de pintura flamenca con la imagen de la Santa titular, que se encontraba entonces en mal estado, fue sustituido por uno neoclásico que hoy podemos apreciar.

Este grupo reproduce, con ligeras variantes, a otro similar, propiedad de la familia Kábana de Santa Cruz de La Palma, procedente de los Países Bajos meridionales -Talleres de Malinas- fechándose en el primer tercio del siglo XVI. La dificultad de articular tres generaciones distintas en una sola pieza se resuelve felizmente imponiendo a las figuras un tipo de agrupamiento casi horizontal y estableciendo entre ellas una jerarquización marcada en las diferencias de edad y de proporciones, sin olvidar el destacado papel asignado al Niño como único enlace existente entre la Madre (de 67 cm) y la Abuela (79 cm) sentadas.

A diferencia de este último grupo, en el que nos ocupa las tres figuras aparecen sentadas en un espléndido y gran sitial. Su respaldo está decorado con una tracería, pináculos y otros elementos ornamentales góticos que nos recuerda el de la pieza de análogo asunto existente en el Museo Mayer van de Bergh de Amberes.  De posible origen brabanzón, resume perfectamente las características imperantes en los talleres escultóricos flamencos de mediados de 1500, es decir, la pervivencia tardía del gótico y la producción en serie de piezas destinadas a la exportación, lo que explica la presencia de una obra muy parecida a ella en Burgos (Santo Domingo de Silos).

En el actual templo parroquial de San José de Breña Baja, se venera otro grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño. Se hallaba en 1642 en el altar de San Juan de la antigua iglesia, pasando luego a ser titular del suyo en la siguiente década. Se trata de una escultura de madera policromada de 65 cm (altura de la Santa) y 62,5 cm de ancho. El escultor palmero Bernardo Manuel de Silva fue quien restauró la talla debido al estado de deterioro en el que se encontraba en 1711. Actualmente está colocada en una repisa en la pared lateral de la Epístola, junto a la capilla del Rosario. Es la co-patrona del municipio y desfila en unas andas de baldaquino en la víspera y en su onomástica del 26 de julio. Se le ofrenda fuegos de artificio y una espléndida Loa en los aledaños de la antigua ermita.

Pero volvamos con la imagen de Santa Ana de San Francisco. La joven Virgen, con expresión dulce y abstraída, nos recuerda a la talla de Santa Catalina de Alejandría de la capital palmera, sobre todo en el modelado de su cabellera extendiéndose sobre el busto en un típico mechón recorrido por rítmicas ondulaciones. Hay que destacar en la imagen mariana su gran mano y sus largos y finos dedos. Sobre sus rodillas se sienta el Niño Jesús, de facciones algo deformes y pelo ensortijado, que presenta una postura forzada hacia delante, que trata de alcanzar el racimo o pera (símbolo de la Encarnación) que le ofrece su Abuela. Simbólicamente sirve de nexo entre ambos personajes femeninos.

Destaca de la talla de Santa Ana su actitud hierática y majestuosa mirada. De aspecto maduro, lleva una peculiar toca dividida en su mitad delantera por un doblez triangular y orlada, como el largo manto, con guarniciones de motivos geométricos semejantes a las talladas en los ropajes de Nuestra Señora de La Encarnación y San Gabriel de la ermita homónima de la capital palmera. Un símbolo indiscutible de su sapiencia y madurez es el libro abierto que hojea simultáneamente mientras juega con su Nieto y otea el horizonte. Es una impresionante estampa que nos sugiere cómo la anciana alecciona a ambos, como si les diera instrucciones sobre el futuro que se les avecina.

En ambas imágenes, el tratamiento de los paños resulta acartonado, sus bordes son cortantes y las caídas duras, quebrándose en rígidos pliegues de trazados angulares que parecen traducir los convencionalismos de la pintura contemporánea.


BIBLIOGRAFÍA

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PÉREZ GARCÍA, J: Santa Cruz de La Palma y su patrimonio histórico artístico.

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