SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA. APUNTES HISTÓRICOS Y
ARTÍSTICOS DE UNA ERMITA DESAPARECIDA EN LA ISLA DE LA PALMA
Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
La ermita aparece ya fabricada junto al Barranco de Las Nieves, en la Alameda, al norte actual de la capital palmera, desde el siglo XVI. Era muy antigua y se ignora el año de su fundación.
Sin embargo, es evidente que ya existía el 30 de diciembre del año 1543, fecha del testamento otorgado por Álvaro de Torres ante el escribano Pedro Belmonte. También se conoce la fecha de la visita a la ermita que hizo el Ilustrísimo Señor Don Diego Deza, Obispo de Canarias, en el mes de julio del año 1558. El prelado hallaba en el altar mayor una “ymagen de bulto de señora santa Catalina dorada, metida en un tabernáculo con sus puertas y en ella [s pintadas ] santa Bárbora y santa Luzía”.
Con la fábrica de la ermita de la ya famosa Virgen de Alejandría en ese barrio, antiguamente llamado de “La Asomada”, su calle comenzó a llamarse, entre otros nombres: “Calle Real de Santa Catalina Virgen y Mártir de la Somada” (hoy Pérez de Brito).
Es curioso recordar cómo se denominaban las calles y plazas aledañas al mencionado templo: “Calle del Tanque de Sta. Catalina, Calle de La Palma, Calle del Castillo, Calle de Garafía, Calle de las Tenerías, Plazuela de Alarcón, Placeta de Sta. Catalina…”
En diciembre de 1689 una fuerte avenida del Barranco de Las Nieves, “que creció y salió de madre con las continuas lluvias que en aquel tiempo ubo”, destrozó la capilla, aunque fueron salvadas las imágenes de la Virgen mártir y San Amaro, siendo depositadas ambas en la cercana ermita del Patriarca San José. Se fabricó un nuevo templo con limosnas de los fieles en “el sitio que pareciere más a proposito y libre de avenidas e ynnundaciones del dicho Varranco”. La licencia la había concedido previamente el obispo Bernardo de Vicuña y Zuazo el 17 de enero de 1699. El importe de la obra ascendió a más de 16.000 reales de vellón antiguos siendo bendecida el 22 de octubre de 1701. Ayudó a su reconstrucción el Gobernador de Maracaibo, Gaspar Mateo Dacosta, caballero devoto natural de La Palma, quién también fundó en ella una capellanía con la pensión de una misa los domingos. Finalmente fue bendecida el 22 de octubre de 1701 por el Lcdo. Gaspar Machado y Barros. Fue solemne la procesión de la Santa junto con las efigies de San José y de San Amaro “desde la Hermita de dicho Patriarca San Joseph hasta la Parrochia de Nuestro Señor San Salvador y de allí se llevó la Calle Real ariba hasta su hermita con gran ostentación y concurso de toda la major parte de la Ciudad”.
La bella talla fue puesta en un provisional nicho de madera de pinsapo, cuyo coste había ascendido a treinta y cinco reales con cinco cuartos en el mismo año. En el primer y más antiguo museo de la ciudad, La Cosmológica, destaca por su interés, una excepcional panorámica de Santa Cruz desde el mar, realizada en acuarela y tinta sobre papel en el último tercio del siglo XVIII. En ella aparecen las fortificaciones, todas las iglesias y ermitas, incluida la de Santa Catalina, actualmente inexistente.
La ermita fue arrasada nuevamente, junto a todo el barrio, durante la trágica riada del barranco de Santa Catalina, el 9 de octubre de 1793. Fueron artífices de la reconstrucción de la capilla el cantero Julián Sánchez Carmona y el carpintero Juan Fernández. En las instrucciones que le fueron dadas a un diputado a Cortes en 1854, en forma de “ Solicitudes al Gobierno supremo” , se recordaba el incidente: “la destrucción de los montes sobre esta ciudad por los cortes de maderas para la fábrica de barcos es muy perjudicial. En una avenida que corrió el barranco de Santa Catalina, conocido por el ‘agua de ceniza', se llevó la calle llamada de la ‘Palma' por detrás de la del Tanque y la Ermita de Santa Catalina situada donde hoy está la Alameda”.
El magnífico retablo barroco (c. 1701-1711) que fue levantado en el testero de la capilla, obra del maestro Juan Lorenzo García (quien cobró 660 reales por la hechura en blanco), fue dorado y esmaltado por el dominico Fr. José de Herrera (quien cobró otros 600). Así consta en las cuentas rendidas el 17 de marzo de 1711 por el mayordomo Machado y Barros.
Este altar se conserva actualmente en la ermita de San Sebastián de Santa Cruz de La Palma, el segundo altar colateral de la nave del Evangelio, en cuya única hornacina sigue entronizada la bellísima imagen de la Santa, Patrona de los Filósofos. El origen de este patronazgo fue debido a que, según cuenta la hagiografía de la Santa, en una pública discusión, confundió a los filósofos paganos.
Toda la decoración del altar es de abultado relieve y está coronado por una espléndida concha, entre “sendos aletones avolutados”. Una solución, como nos informa el profesor palmero Jesús Pérez Morera, “que el maestro ya había ensayado en el coronamiento de la hornacina central del retablo mayor de la iglesia de Santo Domingo en Santa Cruz de La Palma”. Previamente fue venerada en el templo de Santa Águeda, Patrona de la Ciudad (hoy Hospital de Dolores), tras haber sido cerrada al culto la iglesia debido a su ruina a principios de siglo XX.
Edificada la ermita, subsistió como uno de los bienes eclesiásticos hasta el 16 de octubre de 1907, fecha en que fue vendida al párroco de El Salvador, José Puig y Codina, al igual que a Sarvelia Perera y a Rafael González al precio de 7.914 ptas. Este templo se enajenó y desacralizó conjuntamente con la ermita de San Francisco Javier, encontrándose ambas ya cerradas al culto. Sobre el solar que ocupaba el sagrado recinto se encuentran hoy las casas de Cabrera Perera y de Guerra Mesa, Calle Pérez de Brito, números 90 y 94, respectivamente. Así nos lo informa el cronista de la ciudad Jaime Pérez García en su magnífico trabajo sobre la Calle Real.
La imagen titular, que da nombre al fabuloso Castillo Real de la Avenida Marítima, es una escultura de madera policromada de 106 cms. de alto. Sus medidas completas: 106 x 30 x 20 cm. Presidía el altar mayor de su primitiva ermita de su advocación, dentro de un tabernáculo con las puertas decoradas -como vimos- con pinturas de Santa Bárbara y Santa Lucía. Ya en 1595 poseía una corona real de plata repujada, distintivo de las vírgenes más ilustres. El orfebre Sebastián Agustín reparó la rica joya en 1598. Sin embargo, hasta 1648 no consta el uso de mantos de tela para su adorno, muy común durante sus festividades.
Entre 1700 y 1705 fue estofada por el famoso y polifacético artista palmero Bernardo Manuel de Silva. Por esta labor recibió del mayordomo de la ermita la elevada suma de “quinientos y veinte Reales que se dieron a Bernardo Manuel, pintor, por matisar y estofar la ymagen de Sta Catharina por estar maltratada de la antigüedad”. La constante manipulación de la delicada talla: retoques, rápidas evacuaciones por las riadas, cambios de ubicación, desfiles procesionales bajo el calor del sol y las velas, la humedad de la ermita, la temperatura, la lluvia (sus fiestas eran en noviembre), etc, unido al deterioro que había sufrido la imagen, revestida con mantos y telas comos si fuera una escultura de candelero… todo ello influiría negativamente en su estado de conservación.
La Santa egipcia se representa joven, elegante y ricamente ataviada, como una princesa de familia real, según la moda femenina de las primeras décadas del siglo XVI. Está envuelta en una saya de cuerpo ajustado y talle alto con escote cuadrado enriquecido por un gran broche de orfebrería. Sus mangas tienen amplias bocas y una “cinta de cadera” dispuesta en onda por delante, sobre su abultado vientre. Sobre uno de sus antebrazos tiene enrollado un largo manto de tonos ocres, rojos y dorados. Lleva sus atributos característicos: una gran espada, instrumento de su martirio sobre la que ladea y sostiene su cuerpo. Parece que más que empuñarla, la mantiene dulcemente. También porta en su mano izquierda un libro abierto, señal de su gran sabiduría, sobre el que dirige su mirada.
Colocado a los pies de la Santa, con aspecto caricaturesco y deforme, aparece el busto de Maximino II, emperador romano que ordenó la ejecución (su decapitación fue llevada a cabo por el hijo de aquél, Majencio -Marcus Aurelius Valerius Maxentius- en el año 397). Aparece tocado deliberadamente con turbante musulmán y corona regia para expresar el triunfo del cristianismo sobre el Islam. En contraposición con la belleza de la talla virginal, el cruel emperador se nos muestra “provisto de una corta barba, bigote, melena y un aparatoso tocado a modo de bonete o mal interpretado turbante oriental con una especie de corona encajada…”. El conjunto nos recuerda a la iconografía de San Miguel Arcángel, con el Diablo a sus pies.
Su iconografía responde, por tanto, a la que fuera habitual a principios de esa centuria en los talleres escultóricos flamencos. Se cree que llegó a la isla junto a las delicadas tallas de Santa Lucía, venerada en la ermita homónima de Puntallana, y la bellísima Virgen de La Encarnación, entronizada en la antigua ermita -hoy parroquia de su nombre- de Santa Cruz de La Palma, la capital de la Isla de La Palma. Sobre todo con esta última escultura guarda evidentes coincidencias estilísticas en su postura quebrada en zig-zag, en los rasgos faciales, forma de la frente, caída de ojos, modelado de la cabellera a base de finos mechones semiondulados, separados por acanaladuras, que enmarcan el óvalo de la cara, expresión dulce y abstraída, arcos superciliares altos, los ojos entornados, boca menuda y carnosa, firme barbilla… Ésta se ahueca a la altura de las orejas y el pelo cae hasta la cintura de la imagen. También en el tratado de los paños, de anguloso plegado eyckiano.
Todo esto ha llevado a los estudiosos a catalogar la imagen en torno al primer cuarto del siglo XVI, más concretamente entre los años 1510 a 1525, y a considerar su probable procedencia antuerpiense.
Santa Catalina de Alejandría celebra su onomástica el 25 de noviembre y ha sido desde siempre considerada una de los catorce santos de más poderosa intersección en el Cielo.
BIBLIOGRAFÍA
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