LAS DOS TALLAS MARIANAS TITULARES DEL EXTINTO CONVENTO
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA CRUZ DE LA PALMA (Y II)

Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero


 

 

 

3. La Talla de Bernardo Manuel de Silva.

La otra imagen de la Inmaculada, que se venera actualmente en un magnífico retablo dorado de estípites -fechado en el año 1762- de la Capilla de La Vera Cruz, segunda capilla de la Epístola, es una escultura de madera policromada de tamaño natural que desfila procesionalmente cada 08 de diciembre por las adoquinadas calles de la capital palmera.

Se cuenta que dicha capilla había sido obra del pueblo que, el 1 de abril del año 1560 pidió al Cabildo de la Isla de La Palma que “se admitiese moneda no sellada porque era de limosna para construirla”.

El bello retablo fue obra del maestro Antonio Luis de Paz (1732-1769), quien lo cubrió de “estofados de oro con todo primor” y costeado por el coronel Felipe Manuel Massieu de Vandale, cuando la Inmaculada Concepción de la Virgen María fue declarada “Patrona de Las Españas” en el año 1760. En la parte superior aparece la pintura de Duns Escoto, el teólogo franciscano que tanto defendió el dogma. También un escudo con la invocación “Mater Inmaculata”, rematado con una corona imperial.

La impresionante talla podía ser retirada a través del fondo de su hornacina hasta su camarín, construido por don Felipe Manuel Massieu “a fin de vestir y desnudar a Nuestra Señora con el mayor adorno y desensia…”

A la imagen, siguiendo con un tipo de representación de influencia flamenca, nos la encontramos bajo la forma de la Mujer del Apocalipsis, “vestida de sol y con la luna bajo sus pies”. El sol de rayos que envuelve la bella figura y la luna de plata colocada a sus plantas, son atributos simbólicos siempre presentes.

 

   

 

Este modelo iconográfico, utilizado por su escultor Bernardo Manuel de Silva para plasmar el dogma de la Inmaculada Concepción de María, es de vestir y pelo lacio suelto postizo y natural. La Virgen aparece en posición frontal y majestuosa, con una rosa en las manos, que están unidas a la altura de la cintura. Sus características más destacadas son: rígida frontalidad, rostro oval, ojos semiabiertos, mirada perdida en el horizonte, barbilla prominente y redondeada, carnaciones marfileñas, cuello cilíndrico, nariz recta, cejas arqueadas y delgadas. 

La gran concentración espiritual que emana de su actitud hierática y ausente, sin duda captó la devoción del pueblo palmero, que supo arroparla con hermosos mantos y joyas, con un valioso y hermoso trono de baldaquino de plata y otros regalos. Fue convertida en una espectacular dama de su tiempo, adornada con los mejores ropajes de la época. Así, doña Ana María Massieu y Monteverde donó en herencia a la imagen un vestido “de lampaso encarnado con joyas de oro y plata que tenía”

Los inventarios refieren una lista interminable de vestidos, jubones, sayas, pechos, tocas, pulseras, gargantillas, medallas, zarcillos, cadenas, pelucas naturales, etcétera. Tanto es así, que el Obispo don Francisco Martínez, prohibió en el año 1602 esta costumbre de vestir las imágenes de “Nuestra Señora y algunas sanctas tan profanamente como mugeres de siglo…”

En el Archivo de Protocolos Notariales consta cómo doña Tomasa Massieu y Lordelo “soltera, nacida el 21 de diciembre de 1744, por su testamento (de su padre don Juan Massieu), le dejó un aderezo compuesto por brocamantón, collar con su cruz y pendientes, zarcillos y dos sortijas, todo de oro y esmeraldas”.

En el mismo documento, dejó condicionado el legado a que no lo pudiera enajenar sino transmitirse, a su elección, “en su descendencia, con obligación de prestar dicho brocamantón a la imagen de la Purísima Concepción, titular del convento franciscano, siempre que su poseedor viviera en La Palma, para el Día de los Desposorios de Nuestra Señora y para el domingo infraoctavo de Corpus en que salía procesionalmente dicha imagen”. (A.P.N., 1764)

 

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