SANTA LUCÍA. PARROQUIA DE NUESTRA
SEÑORA
DE LA ENCARNACIÓN DE SANTA CRUZ DE LA PALMA
Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
En el año 1548 se inventarió por primera vez una “Santa Luzía de bulto, vestida con una saya de tornasol con faxas de razo colorado y vn sayo del mismo razo vna camyza de lienço blanco de Ruan y vna gorgera de redecilla, labrado el cabezón de negro y tocada con vna cofia de rred con vna frangida de oro y vna toca de seda, della pendiente vn joyel de plata sobredorado con vna piedra azul en medio”.
Así lo recoge el profesor Pérez Morera en su magnífico trabajo sobre la segunda iglesia en antigüedad de la Isla de La Palma. Sin embargo, según Lorenzo Rodríguez, la imagen original ya estaba entronizada unas dos décadas antes del inventario mencionado. Así, cuenta que “la imagen de Santa Lucia que se puso en su retablo en 1537… “
El inventario realizado en el templo en la visita del 13 de julio de 1550 se hace una lista de los objetos robados durante el saqueo del hugonote francés “Pata de Palo”, como “una joya de plata sobredorada con una piedra azul en medio de la imagen de Santa Lucía que se hurtó; unas cuentas de plata de la misma imagen…”
Hasta nuestros días, Santa Lucía -imagen de candelero para vestir fechable a finales del siglo XVII- ha presidido el altar del lado del Evangelio, frente al altar de San Lázaro (escultura popular y colorista entregada a la iglesia en el año 1568 por Amador Gómez) y Santa Bárbara. Más tarde fue consagrado a San Pedro Batista (talla de “33 pulgadas” del religioso franciscano martirizado en Japón, colocado en el templo en el año 1712 y que -según la tradición- era natural de Puntallana, por lo que, se convertía así en el primer santo canario. Más tarde quedó desechada esta hipótesis).
Los dos altares del cuerpo de la iglesia -de estilo barroco- fueron construidos después de haberse concedido la oportuna licencia por el Vicario General del Obispado, Estanislao de Lugo y Viña, en Canaria, el 14 de enero de 1764. En estos retablos se conservan las cuatro realizaciones pictóricas sobre madera que el polifacético Tomás Rexe y Méndez (Santa Cruz de La Palma, 1695 - Id., 1762) ejecutó para el templo. Fueron pintadas en 1762, año de su fallecimiento, y representan a Santa Catalina y a Santa Bárbara (en el retablo de Santa Lucía) y a San José y a San Joaquín, en el de San Pedro Batista, al lado de la Epístola. Fue una persona cuya labor está frecuentemente especificada; la doctora Fraga informa de que ya en 1741 figuraba pintando ”el monumento” y dorando “las cornisas y demás relieves para los cuadros y pinturas” de la parroquia de El Salvador. En 1768 aparece anotada en los libros de la entonces ermita -ahora parroquia- de La Encarnación, “la cantidad de 857 reales y 12 mrs. por pintar en 1762” los cuatro lienzos. Se indica, además, “que 177 rls. y 4 mrs. se le dieron por los gastos en yeso y colores, 489 rls. y 36 mrs. por sus manos como dorador y pintor, y que otros 190 rls. fueron a parar a su ayudante Cayetano González”. El artista -que fue también organista de El Salvador- gustaba de utilizar colores muy claros. Mientras Fraga lo definía por ello como artista “mediocre”, las también investigadoras Rodríguez y Hernández, decían que era “uno de los últimos pintores de esa centuria quien se muestra como un pintor bastante conservador”. Por cierto, Rexe también sobredoró el espléndido retablo del altar mayor junto con el mismo ayudante, Cayetano José González Guanche.
En 1568 consta que la Santa de Siracusa estaba dentro de un tabernáculo similar al de San Lázaro, que se cerraba con dos puertas pintadas con las imágenes de San Cristóbal y San Felipe, patronos respectivamente de sus donantes, los bachilleres Cristóbal de Llerena y Felipe Pérez.
Pedro de Brito Fleitas, en unión de los restantes escribanos “del número de la isla” (por esa época el número ascendía a doce en toda ella) Cristóbal Alarcón, Gaspar Simón, Tomás González, Andrés de Chávez y Andrés de Armas, suscribió una escritura pública de compromiso ante Cristóbal Alarcón en 1643, “por la devocion que nuestros antecesores han tenido y nosotros tenemos todos los años de hacerle a la bienaventurada Santa Lucia que esta en su altar de Nuestra Señora de la Encarnación”, una misa solemne con sus vísperas, sermón y procesión con toda solemnidad. La celebración la hacía cada año uno de los escribanos, por turno, de forma rotatoria. (A.P.N., 1621).
La onomástica de la Patrona de los Ciegos, el 13 de diciembre (su martirio se produjo ese día del año 303), se celebraba también -como hemos visto- por devoción de los escribanos públicos, que la tenían por patrona, si bien en la ermita de La Encarnación, los festejos más importantes tenían lugar al día siguiente. Es posible que se haya hecho así para evitar la coincidencia con las fiestas de Santa Lucía de Puntallana. Hacia 1680, los escribanos trasladaron esta función a la iglesia del Hospital de Dolores, “auiéndose hecho ymagen de talla de la santa que se colocó en dicho hospital”. Con esta afirmación, se confirma que esta talla del Hospital, que aún existe, no es la escultura original de La Encarnación, como se pensó durante mucho tiempo.
El célebre poeta Poggio Monteverde (1632-1707) es autor de un romance satírico dedicado a la “Señora Santa Lucía, en la función que le hacen los escribanos por abogada de los ojos”. Allí se burla de la avaricia de estos profesionales -los mencionados Antonio Ximénez y su compañero Juan de Alarcón-, que sólo dejan de estar “ciegos” a la vista del dinero: “Virgen, si eres protectora/de las luces oculares,/los escribanos nos quitan/los ojos por celebrarte…”
En 1700 consta que el “bulto de madera antiguo” de Santa Lucía había sido sustituido al estar defectuoso por una nueva imagen de candelero hecha por los devotos. El mayordomo Vélez y Cubillas solicitó licencia para vender la retirada del culto, “porque puede ser que alguna persona que para formar de ella otra ymagen quiera dar alguna limosna”. Así consta en las Cuentas de 1706, donde se anotan unos 20 reales que le dieron “de limosna por una hechura duplicada de Sancta Lucía que estaua en la hermita y se dio para un navío”. La nueva imagen parece obra de artistas locales, inspirados en modelos flamencos. En su mano izquierda lleva una palma de madera de viñatigo dorada, regalada en 1820 por Miguel de Monteverde y Molina. La palma es símbolo de los santos mártires de la victoria de su martirio sobre la muerte. La actual imagen de candelero de la santa siciliana (martirizada por Diocleciano a principios del siglo IV), está suntuosamente vestida como “una dama de siglo”.
Esta costumbre de revestir y engalanar las imágenes con toda suerte de vestidos, jubones, sayas, cofias, tocas, pechos, alzacuellos, joyas, gargantillas, etcétera, motivó la condena de algunos obispos. Éstos criticaban el hecho que se vistiera a las imágenes de “Nuestra Señora y algunas sanctas tan profanamente como mujeres del siglo (…) por tanto mandamos que las imágenes que estuvieren hechas de talla con su ropaje y enmatiçadas bien y decentemente que no se uistan ni se les ponga otra vestidura encima…” Este mandato fue anterior a esta imagen, concretamente decretado por Francisco Martínez Ceniceros el 29 de noviembre de 1602. También se repite igualmente en 1794, siendo obispo Antonio Tavira y Almazán: “Siendo la mayor parte de Ymagenes que hay en esta Iglesia de una talla hasta regular es cosa incongruente y que desdice mucho que por una deuocion mal regulada y de puro capricho les sobrepongan mantos de tela y ya que se toleran por una especie de necesidad con harto dolor nuestro Ymagenes vestidas quando no tienen mas que cabeza y manos…”
La imagen iene una larga cabellera de pelo natural, donado por devotas, y una guirnalda de flores en su cabeza, como las santas más ilustres. Su cuidado rostro reitera el modelo arquetípico en el que, como en otras obras, la influencia flamenca es muy acusada. Su atributo personal es un platillo o fuente de plata donde están depositados sus dos ojos. Es extraño, pero ni siquiera en las antiguas pasiones ni en la Leyenda Áurea se habla del tormento de sacarle los ojos: al parecer el atributo no tiene otro fundamento que su nombre derivado de “luz”.
Nos recuerda Fernández García: “Le hizo el amor un destacado señor de su pueblo que admiraba sus virtudes y estaba cautivado de sus bellos ojos, pero la Santa no quiso corresponder a los deseos de su enamorado que insistentemente seguía en sus propósitos y optó por hacerse algo en su cuerpo que fuera desagradable a su galanteador”.
Es aquí cuando se cuenta que la muchacha se arranca sus dos ojos y se los envía en un plato al caballero. Su hagiografía continúa contándonos cómo “El Eterno” le restituyó la vista como premio a su amor a Dios, razón por la cual el pueblo la invoca siempre como “abogada de la vista”. De esta tradición histórica han tomado los artistas la forma de interpretar a la Santa. La representan con un plato en las manos y sus ojos dentro.
Una talla preciosa custodiada en un magnífico retablo que debería tener una celebración anual en la ciudad de Santa Cruz de La Palma, auspiciada, por qué no, por la ONCE y por el Barrio de La Encarnación, tan orgulloso de tener a la Patrona de los Ciegos entre los tesoros de su histórico templo.
BIBLIOGRAFÍA
Archivo de Protocolos Notariales de Santa Cruz de La Palma, (A.P.N.) Andrés de Armas, 1621.
Archivo Parroquial de La Encarnación, Santa Cruz de La Palma, Libro I de Cuentas de Fábrica.
Archivo Parroquial de El Salvador, Santa Cruz de La Palma, Libro 8º de Defunciones, fol. 90.
DE LA VORÁGINE, S: La Leyenda dorada, vol. 2, Alianza Editorial, Madrid, 1982.
FERNÁNDEZ GARCÍA, Alberto J. «Santa Lucía en Puntallana. Su historia y festividad», El Día, (23/12/72).
FERRANDO ROIG, Juan, Iconografía de los Santos. Ediciones Omega, Barcelona, 1950.
FRAGA GONZÁLEZ, Carmen. «La pintura en Santa Cruz de La Palma», en Homenaje a Alfonso Trujillo, 1982.
LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista, Noticias para la Historia de La Palma, La Laguna, 1975, t. I, p. 119.
MARTÍN RODRÍGUEZ, Fernando Gabriel. «Historiografía del Arte en La Palma», en I Encuentro de Geografía, Historia y Arte de la Ciudad de Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de La Palma, 1993.
PÉREZ GARCÍA, Jaime: Casas y Familias de una Ciudad Histórica: Calle Real de Sta. Cruz de La Palma, 1995.
- Idem. Fastos Biográficos de La Palma, t. I, II y III, La Laguna- Santa Cruz de La Palma, 1985, 1990 y 1998.
PÉREZ MORERA, Jesús: Magna Palmensis. Retrato de Una Ciudad, CajaCanarias, Tenerife, 2000.
- Idem: Bernardo Manuel de Silva, Biblioteca de Artistas Canarios, nº 27, Santa Cruz de Tenerife, 1994.
RODRIGUEZ, Margarita; HERNÁNDEZ, Mª R. «Pintura en Canarias hasta 1900», en Arte en Canarias, 1991.
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