NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO. ARTE, HISTORIA
Y DEVOCIÓN EN SANTA CRUZ DE LA PALMA
Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
El fabuloso templo se erige sobre la antigua iglesia del Convento dominico de San Miguel de Las Victorias, un cenobio que fue convertido en un verdadero panteón de conquistadores y descubridores del Nuevo Mundo. Se levantó en los aledaños de la primitiva ermita fundada en 1530 por Fray Domingo de Mendoza, evangelizador del Nuevo Mundo y dedicada por el Adelantado Fernández de Lugo al Patrón de la Isla de La Palma.
Este suntuoso recinto cuenta con espléndidos retablos barrocos. El más antiguo es el de la capilla de la Virgen del Rosario, “muy aumentada en el aseo y riqueza de retablo, lámpara y otras alhajas”. Fue realizado en 1660 por Andrés del Rosario y su hijo, Lorenzo de Campos. Por este magnífico trabajo recibieron 5.000 reales, “pagados con las limosnas de dinero, pan, vino azúcar que prometieron los hermanos de la cofradía”. Para la elaboración del retablo se utilizaron 40 tozas de viñátigo y, según Pérez Morera, “cortadas en 1658 en los montes de Breña Baja”. El mismo profesor nos confirma: “su traza, claramente manierista, parece derivar de la portada del tratado de arquitectura de Palladio”. El ático tiene un cuadro de Dios Padre colocado en 1664-1666. Es posible apreciar la influencia, tanto en líneas como en decoración, de la portada principal de la Parroquia del Salvador (1585).
El capitán Pérez Pintado tuvo desde su niñez una especial devoción por la imagen de la Virgen del Rosario y su cofradía. Esa devoción lo llevó a hacer a su costa “un trono que se compone de cuatro gradas y su basa en que se ponen las andas todo de madera todo dorado y plateado”, del cual hizo gracia y donación a dicha imagen bajo varias condiciones; la primera era que sólo debía de armarse en las fiestas de la Naval, el primer domingo de octubre, aunque también, por ser el día de Año Nuevo una de las solemnidades del convento, podría facilitarse a la comunidad previo pago a la cofradía del Rosario de la cantidad de 50 reales de limosna; la segunda, en las ocasiones que visitara la iglesia la milagrosa imagen de la Virgen de las Nieves, excelsa Patrona de La Palma, en su Procesión General cada lustro (Archivo de Protocolos Notariales. Pedro de Mendoza Alvarado, 1694).
La planta de la iglesia se completó, a finales del siglo XVI, con la adición de la citada capilla de El Rosario, que es la segunda colateral de la Epístola. A su fábrica mandó Esperanza Fernández de Aguiar dos doblas en 1594. En ella, el pueblo iba “mucho mas en la devoción a rezar el rosario, cuyo santo ejercicio ha permitido la misericordia de Dios que se haya restituido con tanto fervor que es el milagro de milagros...”
Numerosas aportaciones de devotos fueron llegando al templo de diversas formas. Era común fundar capellanías de misas rezadas por las almas de los fallecidos cuyas fundaciones quedaban registradas ante notarios. Uno de tantos ejemplos fue la disposición testamentaria de Miguel Pérez, quien, en el convento de Santo Domingo había instituido “dos misas cantadas con sus vísperas y procesión alrededor del claustro, una en honor del Santísimo Sacramento y otra a Nuestra Señora del Rosario, en su festividad o en su octava”. También el doctor Pedro García Escudero de Segura, presbítero y Protonotario Apostólico de Su Santidad, instituyó sesenta misas: treinta de réquiem y otras treinta dedicada a la Virgen en sus festividades (A.P.N., 1687).
El Camarín de la Virgen fue construido entre 1697-1698 bajo la dirección del maestro Domingo Álvarez, “a quien los regidores del cabildo llamaron a sala en 1697 para que dispusiese por fuera la cañería que conducía el agua al puerto”. Su costo total ascendió a 7.323 reales, sufragados en su mayor parte por las dádivas de los feligreses y vecinos en general. Esta acción de engrandecimiento transformó la iglesia y el convento en la más completa muestra del barroco de todo el Archipiélago. En uno de los laterales de la capilla mariana se encuentra el exvoto pictórico marinero más antiguo de España; el segundo y siguientes, aún cuelgan en el Real Santuario de Las Nieves. Como curiosidad, digamos que en esta capilla está enterrado el ilustre hijo de La Palma, el abogado garafiano Anselmo Pérez de Brito (1728-1772). Gracias a la mediación de este paladín de libertades, adelantado de su época, logró que el Consejo de Castilla, por resolución de 3 de Diciembre de 1771, aboliera el gobierno de los regidores perpetuos. Esto derivó en que Santa Cruz de La Palma fuera la adelantada de la democracia, pues tuvo el primer Ayuntamiento de la España moderna elegido por voto popular.
La imagen de Nuestra Señora del Rosario había recibido hasta entonces la veneración popular en el altar de la capilla de La Soledad, costeada por Gonzalo de Carmona -mercader y almojarife de La Palma- y su sobrino, el licenciado Diego de Santa Cruz. Es la primera colateral del Evangelio, donde consta se hallaba en 1589. Uno de los más fervientes devotos de la Virgen fue el prior del monasterio, muerto en loor de santidad en 1716, Fray Francisco de Lima y Roxas, quien también contribuyó al majestuoso acabado del templo con su exquisito gusto. Así mismo sucedía con Fray Andrés Perera, fallecido en 1708, dejando entre sus bienes 100 libros de oro, 50 de plata y 400 pesos escudos, a fin de finalizar el dorado de los altares del sagrado recinto.
A principios del siglo XVIII, el templo de San Miguel de Las Victorias se convertía así en uno de los más suntuosos de las islas, con cátedras de filosofía, teología, brillando también en las artes y las letras.
La actual imagen de vestir de la Virgen del Rosario, de tamaño natural, está esculpida por el prestigioso y afamado imaginero orotavense Fernando Estévez del Sacramento en 1832, un magnífico trabajo que había sido solicitado al maestro tinerfeño por la comunidad de dominicos. En los últimos tiempos han cobrado mucho interés las andas de baldaquino -las más antiguas de Canarias- que pertenecen a la Virgen del Rosario, ejecutadas en el último trienio el siglo XVII. Se trata de una bella pieza en la que encontramos, quizá, el precedente en el que Pedro Merín se basó para su tabernáculo de Santo Domingo de La Laguna. La importancia de esta obra ha sido expuesta por la profesora Constanza Negrín, quien restituye uno a uno a todos los artesanos que tuvieron que ver en la misma.
El mayor interés de la obra, aparte de su elegantísima factura y de su posterior importancia para la plata canaria, es que, a los autores a los que tradicionalmente se había atribuido, Silvestre y Diego Viñoli -orotavenses afincados en Santa Cruz de La Palma-, hay que unir al platero Diego Agustín de la Torre Betancur, que realiza la peana, los brazos y las estrellas del cielo. Este autor, del que no se conoce más obra documentada, podría ser así mismo, la mano hacedora de piezas similares, tanto en La Palma como en otras Islas, dando así al descubrimiento de la mencionada profesora el interés de haber abierto un nuevo foco de investigación.
La cabeza y las manos de esta preciosa imagen mariana fueron talladas en madera policromada en 1832 por el maestro, atendiendo el encargo del mayordomo de la “Hermandad del Rosario”, Francisco de Amarante. Los dominicos habían establecido ya en 1530 la devoción por la advocación del Rosario, aunque es en el siglo XVII donde se funda la mencionada Hermandad. A ella pertenecieron ricas y notables familias que aportaron grandes donativos y prestigio a fin de favorecer el culto y la suntuosidad necesarios para que la devoción a la Virgen se arraigara aún más entre la población. Fuentes Pérez publica que fueron 80 pesos los que se “dieron al escultor por hechura de la cabeza y manos como consta de su recibo”. Así se desprende de la factura número 13 anotada en el Libro de la Cofradía del Rosario, sección «descargos». Un gasto adicional de 14 reales tuvo que hacerse para la “hechura de un cajón de madera” que sirviera para transportar a la imagen desde La Orotava hasta el Puerto de la Cruz. Allí se embarcó rumbo a la capital palmera el 6 de Septiembre de 1833.
La bella imagen -de estilo clasicista de 162 cm de altura- sustituyó a otra antigua de la misma advocación que se venera actualmente en la capilla del lado del Evangelio en la Parroquia de San Blas de Villa de Mazo. Una vez entronizada en el extinto convento dominico de San Miguel de Las Victorias y, siguiendo el relato de Fuentes Pérez, “un oficial de carpinteros y un mozo de oficio prepararon el maniquí de madera con lienzo y engrudo para formar el cuerpo de la imagen y asegurar la cabeza y manos”. Unos diecisiete años después de su llegada, algún incidente o inconveniente surgió para que el Beneficiado Manuel Díaz, en unos apuntes sobre el estado de los templos de La Palma de 1850 y en poder del archivo de El Salvador, proponía que se llevara a cabo la ejecución de una nueva talla de escultura, similar a la Virgen del Carmen, también de Estévez, venerada en aquel templo matriz.
En el informe, el Cura Díaz opinaba que, teniendo la imagen de la Virgen “ricos vestidos, prendas y alhajas de algún valor: que repetidos y tristes hechos tienen acreditado que nada hay sagrado para codiciosos e infames ladrones; y que por lo mismo convendría que se venda todo y se haga una imagen de talla aprovechando para esto el rostro y manos que actualmente tiene y construyó pocos años hace el inteligente artista D. Fernando Estevez: aplicando lo demás a lo que mejor convenga para la decencia y ornato de la Capilla altar y retablo en que se venera...” Este intento no fructificó. Por ello la Virgen del Rosario recibió nuevos y valiosos mantos, joyas y vestiduras. El Niño Jesús, que pertenecía a la anterior imagen, fue enviado a Estévez para que el maestro lo reformase. Fernández García nos aclara que, la reforma fue tan grande “que el artista hizo puesto que al contemplarlo hoy podemos admirar una obra más por él realizada. Posteriormente la Hermandad determina esculpir nuevo niño en tamaño mayor con objeto de que guardara mejores proporciones con la Virgen”. Ya Estévez había fallecido cuando se decidió a tallar al Infante, por lo que el encargo recayó en el palmero Aurelio Carmona, el escultor más sobresaliente de todos los que florecieron en La Palma en la segunda mitad del siglo XIX , “quién realizó una copia del que sostiene la Virgen del Carmen...” de El Salvador.
Fuentes detalla que “el rostro de María, sobre un cuello de cisne, se muestra severamente frío, muy académico, carente del toque angelical tan propio del escultor orotavense. El modelado es correcto, partiendo de ejemplos clásicos”. La efigie se halla rodeada por enorme aureola de plata, un sol elíptico de ráfagas muy prietas, y va revestida con amplios ropajes, gran manto y valioso rostrillo. Lleva lujosas prendas, dádivas de devotos agradecidos por su intersección ante conflictos personales. Era costumbre donar alhajas a la Virgen y así se dejaba constancia en los testamentos. Un ejemplo fue el de Leonor González, muerta el 18 de Enero de 1656, quien legó “una gargantilla de oro compuesta por veinticuatro cuentas grandes y seis pequeñas”. (A.P.N., 1656). Luis de Consuegra, sin descendencia, había dejado a “Nuestra Señora del Rosario del Convento de Santo Domingo una corona de rosario engarzada en oro de frutilla” (A.P.N., 1678). Y así una larga lista de donaciones.
Se ignora la fecha exacta de la fundación de la Cofradía del Santo Rosario, encargada de hacer la “Fiesta de la Naval” con procesión por las calles y su octava; “salve y letanía todos los primeros domingos de mes, por la tarde, y los entierros de sus congregantes con un aniversario general por los mismos”. En 1729, por ejemplo, en testamento de Cristobalina Márquez, se desprende que “...acuerdo de la Hermandad y con la carga y obligación que elo ha de tener perpetuamente dicho cajon de encender y enramar uno de los dias de la infraoctava de la festividad de Nuestra Señora del Rosario que dicen de Naval en la forma que hoy se acostumbra hacer en los demas días...” Sus nuevas constituciones fueron aprobadas por Real Orden de 4 de abril de 1862, “en las cuales se hace protesta de que, al reorganizarse bajo nuevas reglas, se hace con la antigüedad del año de 1530”. Su Majestad la Reina doña Isabel II, en Real Orden de 11 de Septiembre de 1862, se dignó aceptar el cargo de Hermana y Camarera Honoraria que le fue propuesto por esta Cofradía.
El día 5 de Octubre de 1729 comenzó a hacerse en esta ciudad la procesión de la Virgen hasta la Cruz del Tercero, en la Plaza de la Alameda; se originaron varios pleitos porque “los frailes se excedieron de su territorio, saliendo del círculo acostumbrado”. El Provisor y Gobernador del Obispado, Luis Manrique de Lara mandó que los frailes eligiesen las calles y que, elegidas, quedasen demarcadas para siempre. Así, los religiosos señalaron “las que se han venido siguiendo, que son las mismas de cualquier procesión general”.
El 4 de Noviembre de 1709 la Hermandad de la Virgen acordó hacer la fiesta de octava de La Naval a la que se obligaba a participar en los actos de la mañana y de la tarde. Luego, Pedro Massieu Monteverde, Oidor de la Real Audiencia de Sevilla, llegó a hacerse cargo voluntariamente de esta festividad desde 1713. Las Fiestas en honor a la Virgen, llamadas de “Naval”, llegaron a ser una de las más alegres, espectaculares y multitudinarias de cuantas se celebraban en la Isla después de las de la Bajada de la Virgen. La plaza se iluminaba con hachos de tea y montoncitos de serrín y brea que se repartían por toda ella y se le colocaban unos palos con brazos de hierro en forma de “ese” asemejando un gigantesco candelabro, rematados por farolillos con velas. Pero luego llegó la luz eléctrica. Éste es otro dato curioso que da idea de la importancia que tuvieron estos festejos. “El Electrón”, fundada en la capital palmera para suministrar luz eléctrica a la población, debía encender el alumbrado público: “en dos de los tres días de Carnaval, Domingo de Piñata, Nochebuena, Vísperas de las Fiestas de La Naval y San Francisco... incluso los festejos que se celebraran cada cinco años con motivo de la Bajada de la Virgen...” Recordemos que Santa Cruz de La Palma fue la pionera en Canarias en tener, entre tantos otros avances, luz eléctrica. Fue la sexta ciudad del mundo en poseerla. Con ello, las fiestas se vieron mejoradas en todos los aspectos. Eran realmente espectaculares. Como también lo eran los “paseos de gala”, en los que las damas estrenaban y lucían los complicados atuendos a la última moda. La plaza de Santo Domingo se convertía en el centro neurálgico de las reuniones de la capital palmera. Ésta lucía los más vistosos adornos.
Con motivo de una epidemia de viruela en el vecino Barrio de San Telmo, las fiestas fueron suspendidas en 1897. Tan sólo tuvieron lugar los actos religiosos. Con la apertura de la plaza a la calle de San Telmo (finales del siglo XIX y principios del XX) se dio inicio al plantado de los laureles y la plaza cobró aún más belleza. La autorización para las obras la dio el arcipreste Benigno Mascareño. Lamentablemente en nuestros días fueron cortados y tan sólo quedan un par de ejemplares. Un triste fin para unos magníficos árboles y una espléndida plaza. No queda ya el menor vestigio de su esplendor. Una histórica plaza convertida en una explanada.
Por esa época, la imagen mariana comienza a hacer su salida por el mencionado Barrio de San Telmo en la víspera de su onomástica, iniciándose gracias a la generosidad de Miguel Lorenzo González, una vez éste regresó de Venezuela. También el Barrio de San Sebastián quiso que la procesión pasara por sus calles en la misma víspera, asunto que ocasionó algún que otro disgusto a los de San Telmo. La Hermandad decidió que el 1902 la Virgen ascendiera por primera vez las engalanadas calles del Barrio de “La Canela” -como popularmente se empezó a conocer a partir de entonces al de San Sebastián-. Las calles parecían un bosque de faya por la frondosidad de las ramas cortadas para adornarla. En la fuente de El Dornajo, al final de la pendiente, se colocó un pabellón diseñado por el artista madrileño Ubaldo Bordanova bajo el cual se situó el trono para que la imagen recibiera el canto de loas y fuegos de artificio. Una vez la procesión llegaba a la abarrotada plaza, la Virgen era colocada detrás de un gigantesco arco formado por piezas de pirotecnia, dando la sensación de que la Virgen estaba nimbada de fuegos de artificio. Luego se iniciaban los acordes del aria “Rosario de María de misterioso emblema…” cuya letra se debe al poeta palmero Domingo Carmona Pérez y cuya música es obra de Victoriano Rodas (1827-1916). Más tarde, el músico Manuel Henríquez Arozena (1888-1920) compuso la loa que se ha venido cantando en los últimos años. También Domingo Santos Rodríguez en 1927 dedicó a la Virgen otra partitura, junto con su letra.
Fernández García nos describía -con profusión de detalles en la prensa local de 1963- cómo la plaza de Santo Domingo se convertía en una especie de “gran salón” en el que llegó a interpretarse para estas fiestas en 1940, un Carro de la Bajada de la Virgen titulado “Reina de La Paz”. Esto nos da una idea de su importancia.
Como hemos visto, la Virgen desfilaba procesionalmente por las empedradas y empinadas calles de los barrios colindantes a la iglesia en los días 6 y 7 de Octubre de todos los años. En estas últimas ediciones tan sólo lo ha hecho el día de su onomástica. Todo un espectáculo artístico que se ha desarrollado entre la devoción ancestral de un pueblo que, ambiguamente, no olvida sus tradiciones pero, lamentablemente, sí las deja morir. Aquellas “Fiestas de la Naval” competían en espectacularidad con las de San Francisco de Asís, también de la capital palmera. Eran tiempos de loas, cuadros plásticos, banderas, mantones, altares efímeros, comparsas de “gigantes y cabezudos”, reuniones vecinales para limpiar las calles y embellecerlas con gallardetes y damascos, etc., en un tiempo donde el pueblo orgulloso y diferente se unía en este dulce “pique” para demostrar a propios y extraños de lo que era capaz. Lamentablemente esto ya se ha ido acabando. El pueblo palmero, poco a poco, está perdiendo su identidad y esto, irremediablemente llevará a convertirlo en uno más, en una copia clonada de otro pueblo cualquiera falto de la gloriosa historia que el nuestro sí ha tenido.
BIBLIOGRAFÍA
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