LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN

Jesús López Alfonso


 

"Del hambre, la peste y la guerra, líbranos Señor"

 

Estos son los tres elementos que configuran lo que se llamaba en la sociedad del Antiguo Régimen la “ira divina”. El hombre vivía en un mundo que apenas controlaba y menos entendía, en una sociedad teocéntrica, en la que toda explicación de cualquier fenómeno que escapaba al razonamiento humano era siempre la Providencia.

Para entender esta sociedad y su forma de pensamiento debemos conocer algo de su realidad cotidiana. Normalmente, la esperanza de vida durante la Edad Media y Moderna estaba en torno a los 30 años, considerándose longeva a una persona que llegaba a los cuarenta. Las causas de las muertes solían ser varias, pero siempre las mismas. En primer lugar, debemos tener en cuenta la mala alimentación. El pan era el alimento base, acompañado con algún tipo de verduras o legumbres, lo que se llamaba el "cum panicum". Sólo las clases aristócratas eran las que podían comer carne, ya que el pueblo apenas la probaba, bien en fiestas principales, bien algo en el diario a base de despojos, como orejas, lengua, rabo... Al depender casi en exclusiva del pan y los cereales la alimentación, es lógico que, en el momento que hubiesen malas cosechas, comenzasen las hambrunas, es decir, períodos de escasez de alimentos que provocaban mortalidades, sobre todo entre niños y ancianos.

 

 

No podemos dejar de lado, además, la escasa higiene que existía en esta sociedad, en la que las calles de las ciudades eran auténticos vertederos, no existía el concepto del aseo diario personal y debemos tener en cuenta también que existían filtraciones de agua fecales de los pozos negros en los pozos de agua potable y que la rata negra, portadora de la bacteria pasteurella pestis campaba a sus anchas por las ciudades. Por último, señalar los escasos avances de la medicina: los hospitales más eran centros donde los enfermos iban a morir que terapéuticos.

Con este panorama, podemos concluir en que el cuerpo humano era campo abonado para las enfermedades y por ello no es de extrañar que se produjeran las grandes epidemias de peste que asolaban Europa mermando su población. El ciclo era siempre igual: año de malas cosechas que daban lugar a hambrunas, que, por consiguiente, bajan las defensas y hacen por tanto cualquier enfermedad se propague con suma celeridad. Por otro lado, los partos entre las mujeres eran frecuente causa de mortalidad, que en su mayoría morían desangradas ante cualquier complicación. Ejemplo famoso de ello es la Princesa de Asturias Isabel, hija de los Reyes Católicos, que muere por esa causa. Solía haber una mortalidad infantil elevada y por tanto pocos eran los hijos de una misma familia que llegaban a la edad adulta. Un ejemplo famoso lo tenemos en Luisa Roldán, la célebre escultora sevillana.

La muerte, por tanto, era algo con lo que la sociedad del Antiguo Régimen estaba familiarizada, y creían en su poder igualatorio, ya que, como hemos visto, lo mismo podía morir de sobreparto una Infanta que cualquier plebeya, o de una enfermedad un Príncipe de Asturias (Juan, el hijo de los Reyes Católicos, o Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV) que un ciudadano de a pie. A los temores que concernían a la propia vida, debemos añadir los de la muerte, o mejor dicho, lo que habría de venir tras la muerte. Tras la misma, el hombre es llevado a la presencia divina, para ser juzgado por sus obras y en virtud de las mismas podrá ir al Cielo, al Purgatorio o al Infierno. Los temores principales, lógicamente estaban en el Infierno. Si observamos los diversos cuadros y esculturas en la que se nos representa el tema, lo vemos como un sitio terrorífico en el cual sufren el castigo eterno las almas de los malvados que no desean el perdón de Dios. Durante el Románico, en las portadas de las iglesias, se representaba el Juicio Final y en el mismo se veían las respectivas almas cayendo al Averno, en las cuales sufrían un castigo conforme a los pecados que habían cometido. La descripción literaria que mejor nos da una idea de los temores del Infierno es la que nos proporciona Dante Aliguieri.

Dante fue un escritor florentino que vivió entre 1265 y 1321 y nos deja obra fundamental: La Divina Comedia. En esta obra, considerada como una de las maestras de la literatura, tanto italiana como universal, se nos relata el viaje que el propio escritor realiza acompañado del poeta latino Virgilio, autor de La Eneida y que le lleva por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Vamos a centrarnos en los dos primeros que son los que interesan al presente trabajo. ¿Cómo nos presenta Dante el Infierno? Este lugar es para el poeta una inmensa fosa cónica en forma de anfiteatro en cuyo fondo hay un gran agujero. Su origen data de la rebelión de los ángeles contra Dios, encabezados por Lucifer. Lógicamente, el Creador vence esta revuelta y los ángeles traidores se precipitan en este abismo, siendo el primero Lucifer, que cae directamente en el agujero obstruyéndolo, sobresaliendo del mismo su cabeza y busto y prolongándose el resto de su cuerpo en el hemisferio meridional. El Infierno se divide en nueve círculos, y alrededor del mismo hay una llanura separada del abismo por el río Aqueronte, en la que está el anteinfierno, donde sufren el eterno castigo aquellos ángeles que no estuvieron al lado de Dios en la disputa: los cobardes, pusilánimes y neutrales. Todos huyen tras una bandera de moscas y avispas. En el infierno propiamente dicho, están los condenados, y cuanta mayor sea la profundidad que ocupen, mayor habrá sido el pecado que han cometido. Contra lo que la iconografía popular nos ha legado, en el Infierno de Dante las almas no se queman de calor, sino de frío, ya que se identifica el calor con Dios, y Éste con el amor, luego al lado de Lucifer sólo puede haber un frío gélido, puesto que carece de toda capacidad de amar. Por ello, para el cristiano, el Diablo es una fuerza violenta y bestial que actúa con el bruto instinto de la destrucción y que asume formas monstruosas en una mezcolanza de la figura humana y la naturaleza. Los primeros cuatro círculos lo ocupan los incontinentes, aquellas personas que no son capaces de contener sus instintos: lujuriosos, glotones avaros, pródigos, iracundos y envidiosos. Tras ellos, aquellos que han pecado por su bestialidad: los heréticos y los violentos contra Dios, el prójimo y la naturaleza. Los últimos círculos los ocupan los maliciosos: fraudulentos, hipócritas, acusadores y traidores.

Encima de todo encontramos el Limbo, lugar donde van quienes no cometieron pecado alguno, pero no conocieron la Buena Noticia, viven en luminosa serenidad y su única angustia es no poder gozar de la presencia de Dios.

 

 

La descripción del Purgatorio es totalmente antitética a la del Infierno, en primer lugar porque es una montaña, en forma de cono truncado que se sitúa en una gran isla a la que se llega desde el Cielo a través del río Tíber, por el que se va en barca hasta que desemboca en el mar y de ahí a la isla; en segundo lugar, porque este es un lugar de esperanza, en el que los penitentes están purgando sus pecados y saben que al final llegarán a ver la cara de Dios, es decir, la visión beatífica. Tras una pequeña playa, se encuentra el antepurgatorio, en el que esperan a ser admitidos a la purificación los que dejaron para el último momento el arrepentimiento, situándose en cuatro repechos: en el primero están los que mueren excomulgados, en el segundo los perezosos y los tardos en arrepentirse, en el tercero los pecadores con muerte violenta, y en el cuarto los príncipes negligentes.

La subida a dicha montaña es muy dura, suavizándose poco a poco hasta ser al final un agradable camino. Por el mismo, Santa Lucía les guiará hasta las puertas del Purgatorio. A la entrada, un ángel graba en la frente de cada penitente siete letras P, que serán borradas por otro en el momento de subir cada uno de los siete niveles del Purgatorio. Todos tienen a su entrada una meditación sobre la virtud contraria a cada pecado que están purgando. En la primera cornisa, los soberbios contemplan en relieves esculpidos en la roca la Anunciación de Gabriel a la Virgen María, la Danza del Rey David escasamente vestido ante el Arca de la Alianza, y el encuentro del Emperador Trajano con la viuda. Estos pecadores cargan grandes peñascos. En la segunda, los envidiosos escuchan palabras de caridad: las palabras de la Virgen María a Jesús en las bodas de Caná “no les queda vino”, el ofrecimiento de Orestes en defensa de Pílates y el precepto evangélico “amad a vuestros enemigos”. Llevan un cilicio y los ojos cosidos con hilo de hierro. En la tercera, los iracundos ven visiones místicas relativas a la mansedumbre: las palabras de la Virgen al encontrar a Jesús en el templo, el perdón de Pisístrato al joven que besa en público a su hija, el perdón de San Esteban a sus asesinos durante su martirio. Están sumergidos en un profundo humo. En el cuarto, los perezosos escuchan pregones de dos almas sobre la solicitud: María embarazada va a ver a Isabel, César acude veloz a frenar la rebelión de Marsella y continúa hasta conquistar Hispania. Su purga es ir corriendo. En el quinto, los avaros y pródigos escuchan a Hugo Capeto pronunciar ejemplos de pobreza y generosidad: la pobreza de María en Belén, el desprecio de las riquezas de Cayo Fabricio, Cónsul romano y San Nicolás dotando a tres doncellas. Van postrados en tierra y atados de pies y manos. En el sexto, los glotones escuchan voces que relatan ejemplos de templanza: la Sobriedad de María en Caná, la templanza de los antiguos romanos que sólo bebían agua, la vida del profeta Daniel, la austeridad de los primeros hombres y el Bautista en el desierto. Se encuentran presos de una gran hambre y enflaquecidos. Por último, los lujuriosos observan la castidad de María, la de Diana y la que hay entre los cónyuges. Van envueltos en fuego caminando en sentidos opuestos dependiendo si han pecado con natura o contra la misma. Finalmente, una escalera los lleva al paraíso terrenal.

Pero no sólo en este libro encontramos referencias al Purgatorio. Ya en esta misma época, los cristianos empezarán a tener conciencia de la importancia de la misa para librar a las ánimas de este lugar y por ello hallamos en los retablos góticos las primeras referencias de las misas en sufragio de las almas (1) y en los testamentos queda reflejada la preocupación de los difuntos con respecto a que se celebren misas por su pronta llegada al cielo.

Ante todas estas calamidades y penas que el hombre debía soportar, tanto en la vida como después de la misma, cabría preguntarse ¿Qué tiene que ver la Virgen María con todo ello y, más aún, la advocación del Carmen? El culto a la Virgen María es tan antiguo como el propio cristianismo y siempre en el mismo se la ha tenido como modelo de seguidora de Cristo, ideal para que el cristiano la imite. Observemos de nuevo el Purgatorio de Dante, lugar tan vinculado a la advocación carmelitana, y detengámonos en un detalle: cada ejemplo de virtud que siguen los purgantes tiene un denominador común que no es otro que la Santísima Virgen María, que por tanto, encarna en su ser las siete virtudes. Pero aún más, la época que estamos analizando, que es el inicio de la Baja Edad Media, está presidida por un cambio en la mentalidad religiosa, caracterizada en dos etapas: durante el siglo XIII, el sentimiento religioso se centrará en el amor y la dulzura, mientras que en los siglos XIV y XV será profundamente patético (2). La humanidad de Cristo va a ser un factor adorado e imitado por los cristianos, lo cual hace que la devoción mariana vaya a tener un auge en esta época, en la cual se van a contemplar aspectos de la vida de María tanto amables (las figuras de la Virgen con el Niño interactúan, haciéndose gestos cariñosos) como los más trágicos (la Piedad, por ejemplo, en la que contemplamos a la Virgen con Cristo en su regazo). Y precisamente es en esta misma época cuando asistimos a la llegada de los primeros monjes carmelitas a Europa desde Tierra Santa (3).

 

 

El origen de esta orden está envuelto en la leyenda, si bien parece ser que, hacia el año 1154, ya hay algunos testimonios de la misma. Según cuenta el monje griego John Pocas, durante su viaje a Tierra Santa, que realiza en 1185, encuentra un monje occidental que tuvo una aparición del profeta Elías y reúne una comunidad de diez monjes que vivirán cerca de la gruta del santo en un pequeño monasterio (4). Los carmelitas serán, durante este periodo, eremitas, es decir, viven retirados del mundo, en el Monte Carmelo, y se dedican a la oración. Además, este lugar, según la tradición de esta Orden, está ligado al culto mariano. Santa Emerenciana, abuela de la Virgen María y de la estirpe del Rey David, había decidido permanecer Virgen, aún siendo entregada por sus padres como esposa a Estolano, un hombre piadoso. En medio de su tribulación, Emerenciana va al Monte Carmelo, lugar donde solía rezar y le pide a Dios que guíe su camino, y allí será donde tenga una revelación en la que ve un árbol que sale de su costado, del mismo florece un lirio y sobre él aparece una mujer, su propia hija (Santa Ana) con una Niña pequeña en sus brazos (María) y de ésta sale una rama cuyo fruto es un Niño con una Cruz (Jesús). Es decir, Dios ve con agrado la decisión de los padres de Emerenciana y le muestra como de su estirpe saldrá el Mesías (5).

El hecho del abandono de su lugar fundacional se debe fundamentalmente a la presencia musulmana en los Santos Lugares, que crea gran inseguridad en las comunidades monásticas, por lo que, en el año 1238, ya tenemos carmelitas en Chipre, Malta, Marsella, Sicilis y Valenciennes, en 1241 en Inglaterra (Kent, Hulne o Aylesford) y en 1254, San Luis, Rey de Francia, les cede un convento en Chareenton, cerca de París (6). Si nos fijamos, las fundaciones mencionadas, sobre todo en las Islas Británicas, se realizan en ciudades universitarias. Es importante señalar que, en este momento, se vivió en Europa una expansión urbana que hace que en las ciudades aumente la presencia de órdenes religiosas. El abandono definitivo del Monte Carmelo será en 1291, cuando los sarracenos asesinen a los carmelitas en el coro mientras cantaban la Salve Regina e incendien el convento.

Es ahora cuando aparece una figura clave para la devoción del Carmelo: San Simón Stock. General de la Orden Carmelitana, se distingue por su acendrada piedad mariana. El 16 de Julio de 1251, tras orar a la Virgen María, tendrá una aparición de la misma, acompañada de los ángeles y llevando en la mano algo que sería definitorio para la Orden: el escapulario. La Virgen le dice a San Simón “Este será privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que muriese con él se salvará” (7). Desde este momento, este elemento será definitorio en la devoción carmelitana y quedará asociado a esta orden, siendo uno de sus principales signos externos. Cabe ahora preguntarse ¿Qué es el escapulario? Es escapulario es un sacramental formado por dos trozos de tela marrón que caen a ambos lados del cuerpo (8). Su utilidad es proteger al cristiano, hacerle sentir de un modo más presente la protección de la Virgen María, así como recordar la siguiente promesa mariana: en el año 1314, el Papa Juan XXII tiene una inspiración en la que declara que la Virgen María intercede en el Purgatorio por las almas de aquellos que hayan muerto vistiendo este sacramental, librándolos de las penas de este lugar, especialmente el Sábado después de su muerte, lo cual confirma en la Bula Sacratísimo, el 3 de Marzo de 1322 (9). Por tanto, con el escapulario los cristianos tendrán un elemento con el que protegerse de las temidas llamas del infierno y una esperanza de abandonar pronto el Purgatorio para gozar de la Visión Beatífica.

La asociación de la Virgen a la salvación de las almas, tanto del Purgatorio, como de la ira de Dios y del Infierno no la introduce la Orden Carmelitana, es bastante más antigua. Ya en un papiro fechado entre los siglos III y IV de nuestra era se recoge una oración a María que dice lo siguiente: “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que humildemente te presentamos, antes bien, líbranos de todo peligro, Virgen Gloriosa y Bendita”, con lo cual María no es simplemente la madre de Jesús, sino un sujeto activo que intercede por el hombre (10). Así, vamos a encontrar una serie de iconografías en la que María aparece en dicha actitud. Una de las más antiguas, sería la de la Dehésis. Este término de origen griego significa súplica, y en él observamos a la Virgen María y San Juan Bautista a los pies de Jesús intercediendo por el bien de la humanidad (11). Este tema, como veremos posteriormente, va a tener gran importancia en la iconografía carmelitana.

 

 

Posteriormente, en el siglo XIII aparecerá la Virgen de la Misericordia. Esta iconografía, según cuenta la tradición, viene de una aparición mariana a un monje cisterciense llamado Cesáreo de Heiterbach, hacia 1220-1230, en la cual vio a la Virgen en el cielo, abriendo su manto, y en el mismo acogía a los monjes de su Orden (12). Probablemente, se remonte a una institución de derecho medieval, mediante la cual las mujeres de alta alcurnia tenían el privilegio de cubrir con un manto protector a las personas que se acogían a su misericordia, proporcionándoles de ese modo asilo y protección de las persecuciones (13). Así mismo, en Francia, cuando un matrimonio adoptaba un niño, el padre adoptivo lo cubría con un manto, y con este símbolo ya era miembro de la nueva familia que lo recibía; además, las parejas que tenían hijos antes del matrimonio, llegado el momento de unirse mediante el sacramento, la mujer llevaba el niño bajo su manto, y de ese modo, al terminarse el mismo quedaba legitimado (14). El manto, que hasta entonces había sido atributo de poder y de segregación, así como de pertenencia exclusiva a Dios y a ninguna otra cosa del mundo (15) es ahora segura prenda para guarecerse del pecado.

Va a hacerse tan popular este modo de representar a María, que en todas las órdenes religiosas se reproducirá esta iconografía y además trascenderá a toda la sociedad, es decir, la Virgen tendrá bajo su manto a todo tipo de personas. Así, acogidos ella, podemos observar a Papas, Reyes, Emperadores, nobles, burgueses, y gentes del común. La idea que se nos presenta de esta manera plástica es clara: ante el poder igualatorio de la muerte y el juicio de Dios, vamos a tener todos otro poder igualatorio, pero este es benévolo, y no es otro que la propia Virgen María, quien con su omnipotencia suplicante va a proteger a todo el género humano intercediendo por el mismo ante su Hijo y el Padre. Así, en el Speculum Humanae Salvationis se aclama a María del siguiente modo: “Nos defiende de la venganza de Dios/, de su enojo/ del contagio del Diablo/ y de la tentación del mundo” (16). Se convierte entonces María en la Mater Omnium, que ya no ampara sólo a Órdenes Religiosas, sino a todos en general (17). Esta idea, esta devoción, generará además otra nueva manera de representación mariana, más vinculada a la pintura que a la escultura bastante curiosa: en un primer plano, podemos observar a la Santísima Virgen de pie, en actitud regia, abriendo su manto, a veces con la ayuda de dos ángeles. Bajo el manto, gentes pertenecientes a toda la sociedad de la época, sin distinción alguna, atribulados, miran hacia María con temor a su Hijo. En el segundo, vemos a veces a Cristo con ángeles, o a veces a la Santísima Trinidad arrojando flechas hacia la humanidad. Estas flechas caen ante la fuerza de la Misericordia del manto de la Virgen, se rompen, y sólo alcanzan a aquellos que no se han cobijado bajo el mismo.

La última iconografía medieval que vamos a destacar, es la que hace referencia a la protección de María en el Purgatorio. En un libro de horas, realizado durante el siglo XV y conservado en el Monasterio y Panteón Real de San Lorenzo del Escorial, observamos a la Virgen aureolada, abriendo su manto, bajo la misma aparece un monstruo, Leviathán, que abre su boca de la que salen las Ánimas y la miran en actitud orante. Este monstruo, de orígenes hebreos, es el símbolo del mal (18) y estaría devorando a la humanidad. Ante el mismo, aparece triunfante la Virgen María, dispuesta a sacar de sus fauces las almas de los pecadores.

Tras este recorrido por la iconografía mariana medieval, en la que se representa la mediación de María, surge la pregunta ¿Cómo influye ello en el Carmelo? Durante el siglo XIV hay en los cristianos una auténtica obsesión por las postrimerías (19), es decir, el final de la vida y su posterior desenlace ante el Juicio Divino. Por ello, existirá una auténtica preocupación por el destino de sus difuntos y hacer algo por ellos en el caso de que estén en el Purgatorio, siendo la Misa el principal modo de ayuda (20). Ya hemos mencionado la inspiración de Juan XXII, por la que María le comunica que sacará del Purgatorio a los que mueran portando el escapulario. Por ello, no es de extrañar que pronto la devoción a la Virgen del Carmen y el hecho de portar su escapulario comiencen a difundirse.

 

 

En la iconografía carmelitana, en un primer momento, no existía una imagen definida de cómo debía representarse la Virgen bajo esta advocación, y por ello las imágenes marianas no van a seguir un patrón definido. Así, en la ciudad de Sevilla encontramos el ejemplo de la imagen que presidía el Convento Casa Grande del Carmen, que estaba en la calle Baños y que hoy se venera en la Parroquia de San Lorenzo. Es una escultura del siglo XIV, del gótico catalán, realizada en alabastro, y su tipo iconográfico es el de la Hodegetría, en el cual la Virgen está de pie, llevando al Niño en el brazo izquierdo, portando este a su vez un pequeño pájaro entre las manos. El único atributo que esta imagen lleva hoy referente a su advocación en su escapulario de mano, ya que, tras la desamortización, dejo de sobrevestirse con el hábito de su orden. Normalmente, en esta época, las imágenes de la Virgen del Carmen que se realizan vamos a encontrarlas vestidas con la túnica blanca y el manto celeste que presenta la bellísima Virgen del Carmen, del Convento de las Carmelitas de Florencia, que muestra a María sentada en un trono con el Niño Jesús y portando el escapulario en su mano. Los carmelitas, desde muy pronto, van a hacer una gran defensa del misterio mariano de la Inmaculada Concepción. Ya en 1495, el fraile carmelita Juan de Oudewater recoge la leyenda de Santa Emerenciana (21), comentada antes, que pone de relieve el marianismo de la Orden desde su fundación en un lugar mariano y su devoción a la Pura Concepción. Por ello, no es de extrañar que aún en este fecha no se hayan presentado a las imágenes de la Virgen vestidas con los hábitos propios de la Orden.

En el siglo XVII, la Orden Carmelitana comenzará a representar ala Virgen vestida con el hábito propio de ellos, es decir, la túnica marrón, el escapulario encima, y la capa blanca, marcando ya de ese modo una iconografía fija, que los devotos van a reconocer ya como la propia del Carmelo. Y ya vestida de este modo la Virgen empezaremos a verla de varios modos:

1) Como Salvadora de las Ánimas del Purgatorio ante la Santísima Trinidad: ello sucede tras el Concilio de Trento, que se reafirma en el culto tanto a la Virgen María, como a los santos y las ánimas que los protestantes habían negado. Por ello, durante el siglo XVII, tendrán bastante auge las cofradías de Ánimas y las parroquias poseerán, a partir de entonces, altares privilegiados para las mismas, en los cuales, cada vez que se diga una misa, un alma subirá del Purgatorio al cielo. Estos altares privilegiados, no tenían por qué estar dedicados a la Virgen del Carmen, ni siquiera a las ánimas, como es el caso del de la Divina Pastora de Santa Marina, de Sevilla, o el retablo Mayor de Santa María de la Asunción, de la localidad hispalense de Cantillana, en los que no encontramos a los purgantes. Otras veces, tenían en su banco una pintura o relieves en los que se representaba a las ánimas, como en el caso del retablo de Ánimas de la Colegial del Salvador de Sevilla, en el que las vemos esculpidas en relieve en la predela, mirando hacia el Cristo de los Afligidos, un Nazareno que ocupa el camarín principal. A veces, también se ligaban a un tema en el que se representase el arrepentimiento, puesto que las almas de los que se encuentran en el Purgatorio están arrepentidas de corazón y purificándose, es el caso del retablo de Ánimas de la Parroquia de Santa Catalina de Sevilla, que lo preside un lienzo de Pedro de Campaña cuyo tema es las Lágrimas de San Pedro. Pero también en muchas ocasiones sí que se representaba el tema del Purgatorio y se hacía siempre del mismo modo. Usaremos como ejemplo el retablo de ánimas de la Parroquia de Santa Ana de Villamartín (Cádiz).

Tanto si eran obras pictóricas como escultóricas siempre podemos distinguir dos planos: en el superior encontramos en el centro y siguiendo una línea vertical a la Santísima Trinidad, siendo el protagonista de la escena Cristo, que aparece desnudo, cubierto por un sudario y envuelto en un manto rojo, sosteniendo con la mano izquierda la Cruz mientras que con la izquierda muestra la llaga de su costado, ofreciéndola a las ánimas que lo miran. A su izquierda San José, y a su derecha la Virgen María, ataviada con el hábito carmelita y ofreciendo al contemplado el escapulario, como símbolo de salvación y recordando el privilegio sabatino. En el plano inferior encontramos a las ánimas, que esperan que un ángel venga a sacarlas de las llamas y dirigen su mirada a Cristo. Las ánimas representan a toda la sociedad del Antiguo Régimen, y vemos un obispo un Rey, un sacerdote, así como hombres y mujeres de todas las edades. Para Cristo no son más que hombres todos, iguales, y para María no son más que hijos suyos, iguales, por los cuales debe interceder. Todos están entre las llamas, que representan la purificación y la regeneración (22). A la derecha, un ángel saca de las llamas un alma, ya purificada que va a gozar por fin de la presencia de Dios en toda su plenitud.

 

 

La disposición de los personajes en este tema deriva claramente de la mencionada Dehésis. Recordemos como la misma está compuesta de Jesús en el centro, La Virgen a la derecha y San Juan a la izquierda. Así lo observamos en las obras en las que se representa el Juicio Final, en los que tanto la Virgen como el Bautista aparecen en calidad de intercesores de la humanidad. Poco a poco, observaremos variaciones de este tema, encontrando a San Juan sustituido por otro Santo (en este caso en San José) normalmente ligado a la Iglesia en la que está el retablo o a los donantes del mismo, y a María ya vestida con el hábito carmelita. Ello habla muy claro de la asociación que ya existía en el pueblo cristiano de la salvación de las ánimas del Purgatorio con el culto al Carmen.

2) Como redentora de ánimas con santos intercesores: el mismo tema de la Dehésis va a ofrecer otra variación. En este caso, será la Virgen la que ocupe el lugar central que antes llevaba Jesús y a sus lados dos santos que ruegan ante Ella. Lógicamente, en este tipo de iconografías lo que se señalan son dos cosas: en primer lugar, la Omnipotencia suplicante de la Virgen, es decir, los santos son intercesores de nosotros ante Dios, pero es la Virgen la que todo lo puede conseguir para el hombre. Por ello ocupará el lugar principal de la composición mientras que los Santos están a los lados de la misma.

3) María acompañada de ángeles intercediendo ante las ánimas: en esta versión ya vamos a encontrar a la Virgen sola, rodeada de ángeles que sacan a los purgantes de las llamas.

4) María acogiendo ánimas o miembros de su orden bajo su manto: Deriva este tema de la referida visión de Cesáreo de Heiterbach. La Virgen abre su manto y bajo el mismo acoge a las ánimas o a miembros de su Orden. El tema como ven vuelve a hacer referencia a la mediación de Maríay su protección tanto de las tentaciones del maligno como de la ira de Dios.

 

“A la Virgen del Carmen
quiero y adoro
porque saca las ánimas
del Purgatorio
saca la mía
que la tengo penando
de noche y día”.

 

Con esta copla popular en la que los devotos resumieron de manera tan sencilla y a la vez elocuente todo el mensaje iconográfico que hemos estado tratando, quisiera terminar mi artículo esperando que haya sido de su agrado.


BIBLIOGRAFÍA

(1) Sebastián Santiago “Mensaje simbólico del Arte Medieval”, p. 38.

(2) Ibidem, p. 378.

(3) ZIMMERMAN, Benedict. http://ec.aciprensa.com/o/ordencarmelita.htm

(4) Ibidem.

(5) López Redondo, Amparo: Ficha de la Virgen de los Carmelitas en el Catálogo del Museo Lázaro Galdiano, consultada el 31-09-2009. http://www.flg.es/ficha.asp?ID=3043

(6) Ibidem.

(7) López- Melús Rafael María: “Mi escapulario”, p. 18. Madrid, 1964.

(8) De la Campa Carmona, Ramón: “Nuestra Señora del Monte Carmelo, Abogada de la muerte y el Purgatorio”, en la revista “Tabor y Calvario”, nº 11, pp. 20-21. Sevilla, 1990.

(9) Ibidem.

(10) Sánchez Aparicio, Manuel Salvador: “María del Refugio”. http://www.lahornacina.com/articulosrefugio.htm

(11) Revilla, Federico: “Diccionario de Iconografía y Simbología”, p. 176. Madrid, 2007.

(12) Trens, Manuel: “Iconografía de la Virgen en el arte español”, p. 257.

(13) Ullman y Konemann: “El gótico, Arquitectura, escultura y pintura”, p. 351 Barcelona, 2004.

(14) Trens, Manuel. Op. Cit., p. 257.

(15) Revilla, Federico. Op. Cit., p. 382.

(16) Ibidem, p. 275.

(17) Sánchez Aparicio, Manuel Salvador: “María del Refugio". Op. Cit.

(18) Izzi Máximo: “Diccionario ilustrado de los Monstruos”, p. 294. Barcelona, 2000.

(19) Sebastián, Santiago. Op. Cit., p. 381.

(20) Ibidem, p. 382.

(21) López Redondo, Amparo: Op. Cit.

(22) Revilla, Federico. Op. Cit., p. 256.

 

 

Fotografías de Algodonales (Cádiz) y El Coronil (Sevilla) de Sergio Cabaco

 

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