LA VIRGEN DE LA PIEDAD DE CARRIÓN DE LOS CONDES (PALENCIA)
UNA OBRA DESCONOCIDA EN LA PRODUCCIÓN DE GREGORIO FERNÁNDEZ

Antonio Zambudio Moreno


 

 

Los grandes artistas dedicados al ámbito escultórico pertenecientes al Barroco Español, poseen un catálogo de producciones y creaciones extraordinariamente rico en cantidad y calidad sobre todo en base a su propia capacidad creativa y también por la extraordinaria demanda que este último aspecto les hacía poseer. Cofradías, monasterios, conventos, parroquias e incluso catedrales configuraban un denso conjunto de clientes para estos artistas en el marco de una sociedad exacerbadamente religiosa y de un enorme carácter ascético y piadoso.

En pleno siglo XVII, la figura de Gregorio Fernández es tremendamente trascendente en el devenir creativo del arte español, extendiéndose su obra por gran parte de la zona norte de la Península, llegando su influencia a ser tal, que tras su muerte, el panorama escultórico castellano queda totalmente huérfano salvo honrosísimas excepciones representadas por la Escuela de Toro o la magnificencia del portugués Manuel Pereyra. El resto de artífices se limitan a copiar los tipos y modelos impulsados e instaurados por el gran maestro de origen gallego afincado en Valladolid, y no es hasta entrado el siglo XVIII cuando la figura de Luis Salvador Carmona vuelva a originar un renacer en la plástica escultórica de la zona.

Como decíamos, Gregorio Fernández fue un creador de tipos, de modelos iconográficos mostrando siempre un mayor interés si cabe en la composición de imágenes individuales y expresivas que en las composiciones de grupos procesionales, aún abarcando también una importante producción dentro de esta tipología. Sin embargo, la aportación más personal e intrínseca de su arte se denota en sus imágenes aisladas, con las que definió tipologías enormemente trascendentes como el Atado a la Columna, el Cristo Crucificado, el Cristo Yacente y la escena de la Piedad.

En lo que respecta a esta última representación, es de sobra conocida la composición que actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid pero que en su origen fue creada para la Cofradía Penitencial de las Angustias de la ciudad pucelana. Sin duda este es el culmen de la configuración de esta imagen de la serie que ejecutó, un total de cinco, si bien los ejemplares de la Iglesia de San Martín, también en Valladolid, del Convento del Carmen Descalzo de Burgos, de la Parroquial de La Bañeza en la provincia de León y el del Convento de Santa Clara en la localidad de Carrión de los Condes, Palencia, son también de una enjundia artística más que notable.

Precisamente, esta última es una de las piezas menos conocidas, a pesar de haber sido mostrada recientemente en la Exposición El Árbol de la Vida organizada por la Fundación Las Edades del Hombre en la capital segoviana allá por el año 2003, sin embargo, la calidad y entidad de la pieza es más que reseñable.

Fue encargada por la Madre Luisa de la Ascensión en torno al año 1620, cuando gracias a las limosnas que recogió para el Convento de Santa Clara y a su poder de convicción dentro de la comarca, pudo reunir el suficiente caudal de fondos para erigir una nueva construcción y dotarla de imágenes. Dentro de este grupo de tallas, figuraba esta Piedad labrada por Fernández en plena madurez artística, cuando ya había configurado un estilo plenamente definido y personal, que partía de los modelos manieristas y elegantes del escultor Pompeyo Leoni y del gusto por el patetismo de Juan de Juni, lo que provocaba una dualidad en el carácter de sus creaciones que lo hizo llegar a cotas extraordinarias. Poco a poco va puliendo sus creaciones, dotándolas de una configuración y estilo muy personal, que entroncaba directamente con la religiosidad del pueblo, que conectaba con él por medio de un lenguaje directo, sin rodeos retóricos, con una clara tendencia a la persuasión.

 

 

En esta imagen de la Piedad, Fernández llevó a cabo una obra en la cual plasma muchas similitudes con el ejemplar del Convento de San Francisco, en Valladolid, actualmente en la Iglesia de San Martín y que procesiona los días de Jueves y Viernes Santo en la ciudad del Pisuerga.

La talla de Carrión de los Condes es una imagen de retablo, lo que motiva que sea lisa por la parte trasera, no apta para procesionar si bien en alguna ocasión se ha procedido a sacarla en los desfiles penitenciales de Viernes Santo. Grandes historiadores como Martín González exaltan esta efigie, sobre todo la figura de Cristo, ya que la imagen de la Virgen, lamentablemente ha sido muy retocada e incluso desfigurada por manos poco doctas en los criterios de la restauración de obras de arte. Aún así, conserva gran parte de ese misticismo con el cual su autor la dotó, poseedora de un rostro afligido, de rasgos comunes en Fernández, cuya mirada dirigida al cielo muestra el pesaroso y afligido espíritu de una madre cuyo hijo muerto descansa en su regazo.

Efectos dramáticos conseguidos gracias a distintos recursos comunes en el maestro como la composición de sus ojos de cristal, aspecto que favorecía la expresión que Fernández quería conseguir y una sabia disposición de los colores de la imagen, con una variedad cromática en rojo, azul y toca blanca que enmarca el rostro y da un aire dramático a la fisonomía del mismo, resultando interesante resaltar la disposición de los paños, quebrados y en caída vertical, propios del arte flamenco del siglo XV.

La imagen del Redentor es portentosa y, afortunadamente, como da testimonio Juan José Martín González, se haya prácticamente intacto y sin retoques que alteren su conformación primigenia. Es una representación de Cristo de cuerpo robusto, vigoroso, de un héroe de la antigüedad clásica que ha sido derrotado por el peso de la muerte. De cabeza y rostro elegante y distinguido, cuya plasmación es una verdadera muestra de virtuosismo y buen hacer en la labra minuciosa de los cabellos, barba y configuración fisonómica, pues se encuentra en un claro estado de paz interior, nada patético. El detalle de la caída del cabello, con esa suavidad, esa laxitud, viene a ser un elemento que demuestra esa minuciosidad que comentamos. El brazo derecho pende inerte, dirigido hacia la tierra, esa tierra que en poco tiempo engullirá el cuerpo del salvador hasta su posterior victoria sobre la muerte, resultando el brazo izquierdo de una curiosidad fascinante al apreciar como su mano hace el ademán de sujetar algo, un recurso muy empleado por Fernández.

El paño de pureza es extremadamente pequeño, lo cual beneficia la contemplación de una portentosa anatomía, resaltando de forma magnífica la curvatura de sus caderas. En cuanto a la policromía, tal vez sea de lo más laborioso de la talla en cuanto a su perfección. Sin estridencias, sabiamente estudiados los distintos tonos, las variedades de tipo cromático y su encarnadura, de enorme lividez y tonos olivaceos propios de la muerte, con clara incidencia en cuanto a heridas y llagas en los lugares más castigados por el martirio, un estudio anatómico y del natural que en todo momento, y como así sucedía con todas sus esculturas, Fernández supervisaba con gran minuciosidad e interés, entendiendo perfectamente el valor de la policromía en la talla en madera.

Sin duda, una imagen esta de la Piedad de la localidad palentina de Carrión de los Condes que, pese a no figurar entre las más laureadas del maestro, es claramente demostrativa del modo de proceder que tenía, basado en un lenguaje expresivo capaz de conjugar elegancia, belleza y efectos dramáticos en igual medida, algo al alcance de muy pocos artistas no sólo en España sino en el resto del Continente.

 

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