PROBABLE ESCULTURA DE DIEGO LÓPEZ BUENO EN SANTA FE DE BOGOTÁ

Jesús Andrés Aponte Pareja


 

 

El Gran Río de la Magdalena, nombre que dio el conquistador Rodrigo de Bastidas el día de su descubrimiento al mayor de los ríos colombianos, es una gran arteria fluvial que discurre de sur a norte en, aproximadamente, 1540 kilómetros por el país latinoamericano antes de verter sus aguas en el Mar Caribe.

Su importancia radica, aparte de sus dimensiones, en que fue el medio de comunicación que permitió el poblamiento y desarrollo de las principales villas y poblados que formaban el Reino de la Nueva Granada. Gracias a este gran río, navegable en 990 kilómetros ininterrumpidamente desde su desembocadura hacia el interior de un difícil territorio, los asentamientos allí establecidos pudieron mantener un contacto relativamente cercano con la metrópoli colombiana, permitiendo un nutrido intercambio comercial y el flujo de pasajeros que venían a poblar las recién colonizadas tierras. El río discurre en su mayor parte por lo que fue un caluroso, húmedo y selvático valle circundado por dos abruptas ramificaciones, de las tres en las que se divide la cordillera de los Andes al llegar a tierras colombianas, viendo su navegación truncada en los denominados saltos de Honda, razón por la que en ese sitio, donde ya existía un caserío de los indios hondamas, se funde la villa de San Bartolomé de Honda, la cual se constituiría en el principal puerto fluvial del Nuevo Reino.

 

 

Una vez atracaba la flota de tierra firme proveniente de Sevilla en el puerto de Cartagena de Indias, numerosas embarcaciones pequeñas, llamadas champanes, que ya habían desembarcado las mercancías cargadas en Honda y las demás poblaciones ribereñas -consistentes, en su mayoría, en la plata, el oro y las esmeraldas extraídas de las minas del interior que luego se llevarían a España-, cargaban sus bodegas con los productos enviados desde la capital hispalense destinados al comercio con los colonos asentados en las cercanías del río. Es así que gracias a este intercambio comercial, ciudades localizadas a casi tres mil metros de altitud en un clima seco y saludable pero relativamente cercanas al puerto de Honda, caso de la capital Bogotá o Tunja, pudieron prosperar y convertirse en las principales ciudades del nuevo territorio.

A ese puerto fluvial llega muy seguramente, a mediados de 1610, el joven jiennense Alonso de Padilla residenciado en la villa minera de Mariquita, distante a escasos 20 km de allí, en remplazo de su vecino Gaspar Mena Loyola, con la misión de recoger una caja que contenía una escultura de San Juan, la cual debía llevar al Convento de la Concepción de Santa Fe. La escultura embarcada en el puerto de Sevilla, en la nave Jesús José y María, habría zarpado meses antes en la flota de tierra firme de ese año con destino a Cartagena de Indias. Nada tendría de raro que un joven español fuese a este puerto en busca de un encargo remitido desde España si no fuese porque se trataba del esposo de la hija de Diego López Bueno, escultor, retablista y arquitecto sevillano que fue uno de los artistas más completos e influyentes del primer cuarto del siglo XVII en la península; noticia ésta que hace plantear a los investigadores españoles Alfonso Pleguezuelo y José María Sánchez la posibilidad de que la talla del San Juan pudiese ser una obra remitida por el mencionado artista. En efecto, la brillante labor de estos profesores españoles los lleva a encontrar en los archivos de protocolos notariales las noticias de este envío; sin embargo, las descripciones del mismo son muy escuetas, no figurando descripción de la imagen y el tipo de advocación juanina a la que pertenecía, además el hecho de encontrar estos investigadores noticias de Padilla, al que consideran escultor y entallador, trabajando en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil una década después, los confunde, por lo que terminan con relacionar a Santa Fe -que no es otra que Santa Fe de Bogotá- y a Mariquita con poblaciones localizadas en Ecuador. Pese a tal error, el descubrimiento de esta importante documentación por parte de ellos me permitirá relacionar un simulacro de San Juan Evangelista conservado al interior del que fuera Convento de la Concepción de Bogotá con la que considero sea la imagen remitida en el año 1610.

 

 
 
 
Comparativa entre el San Juan de Santa Fe de Bogotá y el de San Juan del Puerto

 

El Convento de la Concepción de la capital colombiana fue el primer edificio de monjas establecido en la ciudad. Aún se conserva su templo con algunas variaciones, pero lo que fue su convento fue demolido y vendido en su mayor parte, alojándose al lado de la iglesia, en una nueva edificación, la congregación de los Capuchinos, quienes, en el segundo nivel de esta nueva estructura, han formado un pequeño museo privado con algunas de las piezas pertenecientes al antiguo Convento de la Concepción. No he podido ingresar a este recinto, pero hace unos años, en el Centro de Documentación de la Dirección del Patrimonio del Ministerio de Cultura de Colombia, pude ver, en el catálogo de los objetos muebles pertenecientes a este monasterio, la ficha correspondiente a la escultura de un San Juan Evangelista que, en sus características formales, remite a la escultura sevillana de finales del siglo XVI y principios del XVII. Ahora, al contemplar la fotografía de la talla, y a la luz de las noticias de este documento publicado por los citados profesores andaluces, no puedo menos que tratar de relacionar esta imagen y su posible autor con la hipótesis lanzada por ellos.

La magnífica escultura, de 161 cm de altura, representa a un San Juan joven e imberbe, apoyando un libro abierto en su cadera izquierda mientras alza su brazo derecho, en cuya mano seguramente figuraba una pluma, con la mirada en alto como absorto ante las visiones y revelaciones que experimentó en la Isla de Patmos mientras escribía el Apocalipsis. Esta imagen, que en su empaque, composición y plegados de la indumentaria, porta a las esculturas clásicas del periodo grecorromano, bien podría haber sido tallada por cualquiera de aquellos escultores sevillanos todavía influenciados por los ecos de las fórmulas de Jerónimo Hernández y formados muy cerca de Andrés de Ocampo y Martínez Montañés, círculo al que López Bueno pertenecía, teniendo mucho que ver con el arte de nuestro escultor en su aspecto general y guardando un enorme parecido -en las facciones y expresión del rostro- con la imagen del Evangelista integrante del Calvario que remataba el desaparecido retablo mayor de San Juan Bautista de la localidad española de San Juan del Puerto (Huelva), obra documentada de Diego López Bueno, y con la pequeña escultura de San Pedro del sagrario de la Iglesia de Santa María de Gracia de la también villa española de Espera (Cádiz) -en la forma de anudar el manto sobre el hombro-, por lo que me inclino a pensar en que la imagen santafereña pueda estar comprometida con el escultor sevillano. Al parecer, el San Juan colombiano se encuentra en aceptable estado de conservación, presentando la policromía original en su mayor parte, por lo que sería preciso ingresar al convento y ver la imagen de cerca, lo que permitiría analizarla de manera óptima, pues según mi criterio es aquella embarcada en el puerto de Sevilla, en el año 1610, estribando su mayor importancia en que, de confirmarse la paternidad por parte de Diego López Bueno, vendría a ser hasta el momento la única obra escultórica conservada en toda Latinoamérica de este insigne artista español.

 

 
 
 
Crucificado del Amor de San Juan del Puerto

 

Diego López Bueno fue uno de los artistas más emblemáticos de la escuela artística sevillana de finales del Manierismo e inicios del Barroco. Si bien fue escultor, descolló principalmente como constructor de retablos. Esta actividad le valdría el poder trabajar junto a los mejores artistas residenciados en Sevilla por aquellos años. Una gran máquina estructural como lo es un retablo viene siempre acompañada de decoración, bien sea escultórica o pictórica. Es así que, en muchos de sus trabajos, nuestro artista contó con la colaboración de pintores de la talla de Francisco Pacheco, Alonso Vásquez, Juan de Uceda, Gerolamo de Lucente Corregio y Francisco de Zurbarán, o con los escultores y ensambladores Juan de Mesa, Juan de Remesal, Andrés y Francisco de Ocampo, Miguel Cano y Juan Martínez Montañés, participando de paso en sus labores como arquitecto junto a Asensio de Maeda, Juan de Oviedo el Mozo, Vermondo Resta y Miguel Zumárraga.

López Bueno, cuya formación artística se debe a su pariente Andrés de Ocampo, se mueve en sus primeros años como escultor en el ámbito bajorrenacentista de Sevilla, desplazando luego su estilo, al igual que la mayoría de los escultores de esa ciudad, al realismo barroco de Martínez Montañés, desarrollando una prolífica labor en España y América. Lamentablemente, muchos de sus trabajos se han perdido o fueron modificados con las nuevas modas artísticas, siendo algunas de sus principales obras en España, en lo que respecta a retablística y escultura, el retablo mayor para el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, las tallas de San Pedro y San Pablo de la Iglesia de Santa María de Gracia (Espera) o el retablo de san Pedro de la Catedral hispalense, y como arquitecto la portada norte de la Iglesia de San Lorenzo y la lateral de San Pedro, ambas en Sevilla.

 

 
 
 
Dolorosa y San Juan Evangelista de San Juan del Puerto

 

De su obra dirigida a América, lamentablemente sólo se conserva el magnífico retablo de San Juan Bautista de la Iglesia de la Concepción de Lima, realizado en compañía de Martínez Montañés, y del que solo se encarga de la parte arquitectónica. Los otros encargos documentados por el realizados a las Indias fueron el retablo de San Andrés y Santa Úrsula del Convento de la Concepción de Panamá, contratado en 1598, y los del Convento de Santo Domingo de la misma ciudad, realizados entre 1610 y 1614 y consistentes en un pequeño retablo con pinturas de Juan de Uceda, un sagrario tabernáculo para el altar mayor y el retablo de la cofradía del Rosario. Ninguno de ellos está identificado hasta el momento, por lo que es posible fuesen destruidos en el asalto y quema de la ciudad de Panamá efectuado por el pirata Henry Morgan en el año 1670.

El último de los encargos documentados de López Bueno para América fue el retablo mayor para la Catedral de Comayagua, en Honduras, en el año 1620, el cual sería un regalo regio de Felipe IV para esa ciudad. Constaba esta estructura de pinturas realizadas por Francisco Varela, un relieve de Dios Padre rematando el ático y un bulto redondo representando a la Inmaculada Concepción labrada por Francisco de Ocampo, también obsequio del mismo monarca. Pero este retablo también desapareció en el siglo XVIII, siendo reemplazado por un monumental retablo churrigueresco en el cual se ha dispuesto la Inmaculada de Ocampo junto a otros santos, algunos de los cuales también documentados del mismo escultor. Sin embargo, es curioso el que remate este nuevo retablo un relieve de Dios padre, por lo que merecería estudiarse este detalle y determinar si proviene del antiguo retablo realizado por López Bueno, al igual que merecen un análisis por la misma razón algunas pinturas y elementos escultóricos que decoran los retablos colaterales de la misma Catedral de Comayagua.

 

 
 
Crucificado del Convento de Santo Domingo de Tunja

 

Por lo que hemos visto, López Bueno fue uno de los artistas sevillanos que más presencia tuvo en las Indias. Sin embargo, al igual que sucede en España, su posible influencia en las artes locales se ve opacada por la monstruosa imagen del genial Montañés, por lo menos en cuanto a escultura se refiere. En Colombia existe un gran número de tallas sevillanas aun sin catalogar, y aunque algunas aparezcan imbuidas del estilo montañesino, presentan detalles propios de López Bueno, caso de un pequeño Crucificado propiedad del Museo del Convento de Santo Domingo de Tunja, de unos 85 cm de altura, que en la composición del plegado del sudario recuerda justamente al Crucificado del Amor del ya citado Calvario de San Juan del Puerto (Huelva). Así mismo, en la población de Mariquita, lugar de residencia del escultor Alonso de Padilla, donde pocos vestigios de su pasado colonial quedan, se conservan en la Ermita del Cristo unas imágenes muy repintadas que incluyen a un Crucificado que, sin fundamento, la tradición oral señala haber pertenecido a un barco que participó en la Batalla de Lepanto. Pero sobre todo guarda este pequeño templo una imagen de Santa Lucía coronando el retablo mayor que, a pesar de los repintes, se muestra muy cercana a la órbita en la que giro Diego López Bueno.

Tal vez la influencia de Diego López Bueno en esta parte del continente americano haya que buscarla en la que fue su mayor especialidad: la retablística desarrollada durante la primera mitad del siglo XVII, arte del que, lamentablemente, por culpa del maniaco gusto por lo ultrabarroco desarrollado por los habitantes del mal llamado Nuevo Mundo por los españoles, llegaron hasta hoy muy pocos ejemplares que permitan ser analizados.


BIBLIOGRAFÍA

PLEGUEZUELO HERNANDEZ, Alfonso y SÁNCHEZ SÁNCHEZ, José María. "Diego López Bueno y su Obra Americana", en Anales del Museo de América, ISSN 1133-8741, nº 9, 2001, pp. 275.286.

HALCÓN, Fátima. "Diego López Bueno, Arquitecto de Retablos, Nuevas Aportaciones", en Laboratorio de Arte, Revista del Departamento de Historia del Arte de la US, ISSN 1130-5762, nº 21, 2008-2009, pp. 89-102.

ANGULO IÑÍGUEZ, Diego. "Andrés y Francisco de Ocampo y las Esculturas de la Catedral de Comayagua", en Arte en América y Filipinas, Sevilla, 1952, pp. 118-120.

MARTÍNEZ CASTILLO, Mario Felipe. "Catedral de Comayagua", en Boletín AFEHC, nº 35, Abril de 2008.

www.lahornacina.comsemblanzaslopezbueno.htm

 

 
 
Retablo de la Ermita del Cristo de Mariquita. En el ático la imagen de Santa Lucía

 

Nota del Autor: Mi especial agradecimiento a Angélica Márquez, integrante del
Centro de Documentación de la Dirección del Patrimonio del Ministerio de Cultura de
Colombia, por su valiosa y atenta colaboración en la realización de este artículo.

 

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