IMÁGENES DE LA SEMANA SANTA EN LA
ANTIGUA REGIÓN DE LOS IZALCOS (EL SALVADOR)

Carlos Leiva Cea


 

 
     
     
Nazareno de la Merced
 
Nazareno de Sonsonate

 

Hablar sobre la imaginería de la Pasión y algunas de sus estampas en nuestra tierra, significa aludir antes a sus antecedentes guatemaltecos y, aún mejor, a los modelos imaginados en España, debido al status de colonias que los Izalcos, como el reino mismo de Guatemala al que pertenecían, tendrían por más de 300 años.

En cuanto a los modelos españoles para las imágenes, estarán influidos por las directrices del Concilio de Trento (1543-1565); el canon greco-romano en cuanto a perfiles y proporciones y la exigencia del pueblo en relación a su apariencia de realidad. Serán estos parámetros entonces -y no la búsqueda de la originalidad tan ansiada en la actualidad-, lo que habremos de tener en cuenta a la hora de hacer cualquier juicio sobre las imágenes; aunque algunas rompan con lo estipulado y muestren un perfil más indígena o mestizo o una nariz más semita.

No obstante estas salvedades, la imaginería de la Pasión en nuestra tierra, más allá del insuperable esplendor de ciudades como Sevilla, Palermo o La Valletta y pese a la personalidad propia de cada una de las escuelas de escultura, gracias al canon greco-romano en general, la iconografía y las técnicas de los postizos, mantendrá unos rasgos que son "familiares" desde Andalucía y el sur de Italia hasta las mismas posesiones peninsulares en Asia; no obstante este carácter "dependiente" en cuanto a geopolítica o modelos, la Cuaresma y Semana Santa se experimenta tanto aquí como allí en toda su expresión dramática, gracias a la manera de ser mediterránea, que tan bien se traslaparía con el temperamento indígena.

Sintetizadas las condiciones del marco histórico en el que esta imaginería está circunscrita -la cual, siglos después, sigue manteniendo su capacidad de convocatoria-, podemos hablar de algunas de las imágenes que itineran por las calles de nuestros pueblos. Así, respecto a los Cristos con la Cruz a Cuestas y siguiendo la cronología histórica, Guatemala vería el primer Nazareno acorde a los planteamientos de obras andaluzas como el antequerano Nazareno de la Sangre o los sevillanos Nazarenos del Silencio, Pasión y Gran Poder, hacia el año 1655, en la imagen del Nazareno de la Merced, de rasgos un tanto mestizos -algo que el historiador Miguel Álvarez Arévalo no acepta- aunque, por otro lado, parecen haber sido acoplados por su autor Mateo de Zúñiga al Cristo de Esquipulas de Quirio Cataño. Hablamos de un Cristo agonizante, de facciones enjutas, pómulos pronunciados, nariz más o menos apolínea y labios finos. Un Nazareno sufriente pero de serena mirada que será modelo a seguir para multitud de obras del mismo tipo, pese a la diversidad de artistas que dieron fama a la escuela de escultores del reino. Será copiado a menudo, algunas veces por el propio Zúñiga y otras por escultores de Santiago de Guatemala, pues se creía ver en su exitosa fórmula el "verdadero" retrato de Jesús.

De escorzo tan inestable que parece que, en cualquier momento, se desplomará bajo el peso del madero, su figura -como la de todos los Nazareno mesoamericanos-, es de delicada complexión, lo que lo hace poco apto para llevar la cruz, apartándose así del fuerte modelado en rostro, manos y pies del Nazareno español. Pero su barroquismo fue tan feliz que, acorde a la hipótesis expuesta en su día por nosotros, los condes de Paredes y marqueses de la Laguna, virreyes de Nueva España en el año 1680, encargan un símil suyo a Mateo de Zúñiga, seguramente intermediado por su amigo el franciscano fray Payo Enríquez de Ribera, quien cuando era obispo de Santiago de Guatemala, antes de ser virrey el mismo, asistiría sin duda al encumbramiento del escultor como el mejor del reino de Guatemala. El conde de Paredes y duque de Medinaceli entregaría la imagen a la cofradía franciscana de los Afligidos de El Puerto de Santa María (Cádiz), a la que el pertenecía. Otra copia de Zúñiga permanece en el templo de la orden carmelita en Nueva Guatemala.

A diferencia de los modelos sevillanos, donde en pleno siglo XVII todavía se alardeaba de tallar la corona de espinas en el mismo trozo de madera de la cabeza -en realidad, un resabio del gótico-, nuestros Nazarenos, usarán una de plata, al gusto granadino.

Por la importancia del cacao de Izalco y Sonsonate, como sitio de trata y contrata comercial de toda índole, a partir de su fundación, y tal como indican el cabello tallado directamente sobre la cabeza y los ojos pintados de vidrio soplado, el Nazareno de Sonsonate quizás sea la más antigua imagen de Nazareno procesional que se conserva en lo que es ahora El Salvador; no obstante, consideramos que se fija en una fecha demasiado temprana -año 1604-, afirmándose además que procede de Florencia. Últimamente se le ha atribuido a Quirio Cataño, que si bien es cierto que trabajó para los franciscanos en La Trinidad de Sonsonate, como estableció el historiador Heirinch Berlin (Historia Colonial de la Imaginería de Guatemala, pp. 189-191), ninguna de las obras concertadas el 16 de enero del año 1582 en Santiago, tal y como se desprende del contrato existente, habla de la facturación de un Nazareno. Ninguna de sus creaciones tampoco podría calificarse de barroca, siendo como era para esas fechas el joven artífice un artista con cierta filiación clásica, que daría sus primeros pasos prebarrocos, hasta la facturación precisamente de su Cristo de Esquipulas entre los años 1594 y 1595.

El físico del Nazareno de Sonsonate, alejado de cualquier modelo idealizado a la manera clásica, parece más bien tomado del natural, como muestra su aspecto moruno y de hombre de a pie, cuyo misticismo conecta muy bien con el pueblo, que opina que "solo le falta hablar". Todo esto pese a las continuas intervenciones a la que se ha visto sometido desde la magnífica restauración efectuada por Betty Gómez (1987) gracias a Marco Tulio Mejía, en la que se logró recuperar su coloración original, de un blanco algo oliváceo, escondida bajo la morenez del bálsamo adelgazado con perfume con que era ungido tras finalizar el Via Crucis del Viernes Santo, ritual suspendido en los años 70 del siglo pasado. No siendo entendida la devolución a su aspecto original por las gentes, después de mucho presionar lograron que el Nazareno volviera a ser moreno antes de tiempo, cosa que cumplió un desconocido "experto", quien además de brillante tan renegrido que era casi imposible de fotografiar. Un poco más limpia ahora su faz, esperamos verle alguna Semana Santa totalmente recuperado.

Su auténtica procedencia, tras observar la madera de sus rizos rotos hacia el cuello, apunta a Santiago de Guatemala, pues el cedro real o salvadorensis de que está hecho, es claramente perceptible a simple vista. A Marco Tulio Mejía se sebe también que la imagen haya recuperado la parte delantera de su pie izquierdo. El Nazareno de Sonsonate mide 185 cm de altura, posee resplandor adornado con cristales de colores y corona de espinas de plata dorada, joyas del siglo XVIII en las que se basó el afamado platero sonsonateco, nacido en Izalco, Miguel Cabrera (1903-1992), para hacer las del Nazareno de los Via Crucis, probablemente hacia los años 40 del siglo pasado, según cuenta su viuda Francisca de Cabrera.

 

 
 
Jesús de Nazarenos
 
 
 
 
 
Cristo del Descendimiento

 

El que le sigue en antigüedad es Jesús de Nazarenos o más bien Jesús de los Inditos, tal como citan los papeles del encargado de la Parroquia de los Dolores en 1902. Debido a los repintes que sufre anualmente, cada vez es más difícil fecharlo entre los siglos XVII-XVIII. Muy venerado desde hace unos 50 años por toda clase de gentes, era como su nombre lo indica el Cristo del Común Indígena, desde el día en que fue piadosamente apropiado por ellos. Fueron el misticismo y la religiosidad sincrética indígenas los que lo dotarían de su extensísimo cabello largo y el aderezo que evoca al héroe dispuesto a inmolarse por la fecundidad del Plano del Mundo.

De esta imagen contaba Ernesto Campos Peña que, al principio, sus recorridos procesionales, era tan humilde que transcurría por los campos. Hace unos 60 años era llevado en su silla por cuatro cargadores, mientras cuatro tenantes sostenían su palio y algunas mujeres envueltas en hermosos refajos, con incensarios de barro en las manos, sahumaban su paso, acompañado por pito y tambor. Su cruz no se regaba con sangre de vides, sino con el jugo de las palmas y flores del coyol y del corozo, veraneras y pascuas. En esos años, los doce Crucificados, insignias de las cofradías indígenas más antiguas, precedían su paso exornadas sus cruces como la suya, con lo cual la alusión a los trece cielos nahuas se mantenía, algo que falta precisamente hoy que su famosa procesión del Jueves Santo, aunque en compensación sea la más concurrida en Izalco y, tal vez, una de las de más largas del mundo, por su recorrido dura unas diecisiete horas.

Coincidiendo en algo con el de Sonsonate, este Nazareno de Inditos es de perfil tan quebrado y moro que ni los cada vez más gruesos repintes logran todavía alisárselo. Según decir de viejos ya idos, era tan alto que cuando las extremidades se le pudrieron, aprovecharon para dejarlo en 180 cm de altura. Muchos historiadores, entre ellos Edgar Avelar Ramírez, han escrito ya sobre este Cristo. Nosotros tenemos lista una publicación que busca aclarar más situaciones a su alrededor, pues existe toda una antología sobre ésta imagen, tanto por sus atributos y su anecdotario, como por sus leyendas, sus milagros y el especial sincretismo que lo rodea.

El Cristo del Descendimiento fue esculpido muy probablemente en el taller de los hermanos Juan y Santiago Ganuza y policromado tal vez por Fermín Caballero, en la ciudad de Guatemala, hacia el año 1885. Es la más viva y doliente expresión del Héroe, muerto tras la larga jornada sacrificial que debe culminar en el Monte Calvario. Monumental en sus apenas 175 cm de altura, merece la imagen ser observada a la hora en que se realiza con ella el sacro teatro de la Enclavación, ceremonia durante la que algunos familiares de Miguel Anaya, quien lo encargó como regalo al pueblo de Izalco, todavía acostumbran a rezar el popular Sudario para el eterno descanso de sus almas. De fuerte semblante mestizo, lo cual explica su interacción con el pueblo, debe su coloración un tanto oscura o amarillenta al hecho de que durante generaciones, tras ser bajado de la cruz, era también ungido con bálsamo como el Nazareno sonsonateco, tal vez evocando un antiguo ritual de la tierra, con una substancia sacralizada ya en el siglo XVI. No obstante, notando el párroco Salvador Castillo las vetas oscuras que esa costumbre iba dejando sobre el encarnado, prohibió hacia los años 30 seguir realizándola. Sin embargo, fue sustituida por otro ritual igual de peligroso, donde algodones perfumados eran arrastrados sobre la encarnadura de la imagen. Impedido esto a toda costa, entre 1987 y 1989 de nuevo, lo que obligó a intervenirlo en el año 1990, con poco éxito debido a materiales inadecuados y al brillo poco natural dejado en el tratamiento de lagunas que nunca se fueron. Posee dos juegos de clavos de plata y una corona de espinas del tipo "pico de lora", también de plata en su color, la cual solamente se pone sobre sus sienes tras clavarle en la cruz. Todo facturado, según Francisca de Cabrera, por su esposo Miguel en fecha desconocida.

 

 
     
     
Jesús de las Once
 
Dolorosa

 

La imagen de Jesús de las Once, herencia de los Barrientos al pueblo de Izalco, iba hasta principios de los años 60 con todos los caballeros de la vieja guarda aún imponiendo sus valores. Era el Jesús de la clase dirigente, blanca y más o menos blanca de las parroquias de los Dolores y la Asunción, algo muy acorde con la perfecta tez nórdica y los hermosos bucles rubios de la imagen de Cristo, de 165 cm de alturas sobre una peana de 29 cm. Se trata de la obra culmen que Juan Ganuza, debió facturar entre los años 1890 y 1893 en la ciudad de Guatemala.

Encargado para la realización del Via Crucis del Viernes Santo, que en sus primeros tiempos, siendo el pueblo más pequeño, iniciaba a las once de la mañana -de lo que toma su original nombre-, a partir de los años 60 del itinera también el Lunes Santo y el Miércoles Santo por la noche. Lleva la más hermosa cruz, desnuda y minimalista en su estética, que recordemos, y posee una simple corona de plata en su color, en la que quedan todavía algunas de las 33 hojas de laurel, la edad del Salvador y emblema con el que se coronaba al héroe de la antigüedad clásica; un motivo que el barroco retomaría para Cristo, Varón de Dolores. En cuanto a su cabellera, fue confeccionada con el cabello de Humberto Velado, a quien las niñas Barrientos, hicieron durante meses y meses, crecer el cabello, el cual se encargaban de cuidar personalmente. Dato que recordaban muy bien Ernesto Campos Peña, Isabel Salazar de Díaz Barrientos y Adilia Del Valle.

La Dolorosa que lo sigue a lo largo de sus itinerarios procesionales, igualmente parte del legado Barrientos, vino también desarmada por piezas y a mecapal, como la misma cruz que carga el Señor, cuando ésta y el Nazareno llegaron a Izalco, de lo que es prueba fehaciente, además, el notable parecido entre ambos. Su cabellera larga, rubia y peinada en bucles, se hizo con el cabello de Eva Córdova, como ella misma nos contara en San Salvador unos años antes de su muerte. Mide 165 cm de altura, posee resplandor de alpaca de primoroso diseño en el que pueden contarse aún varias de las doce estrellas. Lleva clavada en el pecho una daga de plata de fino diseño; al igual que el resplandor, pieza de orfebrería contemporánea a la imagen. Contaba Adilia Herrera Barrientos que tanto Jesús de la Once, como la Virgen y la cruz fueron ensamblados por un enviado del taller en la ciudad de Guatemala. Parece que fue encargada tras el deslumbramiento colectivo que, sin lugar a dudas, debió provocar en el pueblo la llegada de la hiperreal imagen del Crucificado del Descendimiento en el año 1885.

Juan Ganuza falleció en 1893 a los 53 años de edad como el escultor más prominente de la Guatemala republicana. Se formó en el taller del renombrado Ventura Ramírez, según el reputado historiador del arte Haroldo Rodas Estrada. El Nazareno de las Once no solo parece la mejor obra de madurez del artista, sino la más hermosa imagen de Cristo con la cruz a cuestas que existe. Sus rasgos acusan la misma personalidad de las gubias que esculpieron el guatemalteco Nazareno del Consuelo, antes de que, ciertas intervenciones transformaran esta última pieza en un Cristo demasiado suave y apolíneo.

 

 
 
Dolorosa
 
 
 
 
 
Virgen de la Soledad

 

No podemos hablar de las imágenes de Cristo, sin mencionar las de su Madre Dolorosa. La principal ostenta el patrocinio del pueblo de Dolores Izalco, el cual oficializa su nacimiento según documento de 1720 existente en el Archivo General de Centro América. A buen seguro pagada por los principales indígenas del lugar, en algún momento del siglo XVIII, tras la armonía de sus facciones italianas y su coloración marmórea oculta otro encarnado moreno brillante. Color que perdería el día en que los cabildos indígenas perdieron el poder local tras los decretos de privatización de la tierra comunal. Todavía hoy sigue envuelta con paños de oro en los que los principales ordenarían disponer mariposas mimetizadas como pequeñas palmas entrecruzadas en el vestido y una red de cactus espinosos con sus inflorescencias en el manto, motivos ambos no precisamente de la iconografía occidental para la Dolorosa pese a que la mariposa fuera emblema de la Vida Eterna. De su fiesta, celebrada con asistencia de juegos mecánicos antaño, hoy sólo queda su misa patronal y la procesión del Viernes llamado precisamente "Viernes de Dolores". Posee resplandor de plata dorada con siete estrellas, símbolo de sus siete dolores, de probable factura local, y una daga también de plata, los dos contemporáneos a la imagen, que hoy solo en la fecha señalada por temor a los robos. Fue restaurada por quien esto escribe en el año 2001.

Solamente observable durante el Santo Entierro o la procesión de pésame del Sábado Santo es la Virgen de la Soledad, una devoción que llegó a Europa a través de los cruzados. Su más antiguas representaciones en Occidente proceden del norte europeo, donde se nos muestra generalmente como una mujer mayor; no obstante, en lugares como Andalucía la interpretarían como una niña que puede verse mayor a medida que los negros y pesados ropajes la van envolviendo. En este caso, quizá haya que mirar a la Dolorosa del Manchén en Guatemala. La Soledad de Izalco puede datarse después del año 1738, fecha en la cual fue realizada la guatemalteca. Ambas tienen la estatura promedio de algunas Dolorosas sevillanas, la cual suele ser la proporción de una adolescente en esos tiempos: 132 cm. Perteneció a doña Isabel Valdez Girón, quien la obtuvo de unos marchantes que decían venir de la ciudad de Guatemala, poco después de la desamortización de los bienes de la Iglesia llevada a cabo por Justo Rufino Barrios en el año 1872. Según el historiador del arte Miguel Álvarez Arévalo, podría tratarse de la Dolorosa española del Convento de las Clarisas, aunque sus vendedores decían que había sido de las Madres Catalinas. Fue devuelta a su coloración original por nosotros en el año 1989, en medio de no pocas polémicas. Posee resplandor también de siete estrellas, como pequeñas florecillas de cinco pétalos, y una hermosa daga, todo de plata en su color.

 

 
     
     
San Juan Evangelista
 
Santa María Magdalena

 

La imagen de San Juan Evangelista, que acompaña siempre la imagen de la Virgen doliente en cualquiera de los recorridos procesionales de la Pasión de Izalco, es una obra del siglo XVIII que perteneció a la extinguida cofradía de ladinos ejidatarios de Nuestra Señora de los Dolores. Algo retocado en su aspecto, es un poco de menor tamaño y más fragilidad que la Dolorosa, lo cual le revierte aún más gracia y acentúa su carácter imberbe. El resplandor que a manera de halo barroco lleva sobre su cabeza, restaurado en torno al año 1988, no es obra siglo del siglo XVIII, sino un trabajo encargado por la cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, según se desprende de su inventario realizado en el año 1895, cuando la misma "...dispuso que no ocupando los tres clavos de plata para enclavar al Señor, se utilizaran para hacer el resplandor de San Juan, para el que se necesitaron dos de ellos, siendo mayordomo Manuel Paredes".

En cuanto a Santa María Magdalena y la Santa Mujer Verónica, parecen ser imágenes más recientes, no solo por la rudeza con la que, en parte, las concibieron sus artífices -la redondez del rostro en la primera y la planitud y tosquedad de las manos en la segunda-, sino por la nueva pintura de sus facciones donde no existen las luces ni las sombras. No tenemos datación segura para ninguna de las dos, sabiendo únicamente que mientras la primera fue mandada a hacer por la hermandad en Santa Ana, la imagen de la Verónica fue dejada al pueblo por una devota llamada Adela Ramos. Queremos anotar una anécdota sobre ellas que refleja una cierta mentalidad de los izalqueños: por ser considerada "la santa pecadora", la efigie de María Magdalena fue dejada de lado durante varios años por los cargadores, quienes escaseando para llevar las figuras al completo a la procesión del Santo Entierro, preferían llevar la Verónica, cuyo papel es solo de un momento en el drama sacro, a diferencia de María Magdalena, que no dejó a Cristo desde el momento de su redención.

Por último, quisiéramos referirnos, aunque sea sucintamente, a Nuestro Señor de Juayúa, uno de los más antiguos Cristos Crucificados venerados por el pueblo, los cuales todavía no han sido apreciados en todo su valor, unicidad y monumentalidad en la ahora parcela salvadoreña. Para este caso hubo que quitarle a la gente de la cabeza, en su mismo pueblo, tres cosas: la primera, que no se trataba ni de "otra" imagen de la venerada advocación de Esquipulas solamente por su "negritud"; la segunda, que tampoco fue tallado por Cataño, pues en el contrato mencionado en relación al Nazareno sonsonateco, la hechura de un Cristo para el pueblo de indios de Santa Lucía Xuayúa no aparece relatada en ninguna clausula; por otro lado, a lo largo de toda la época colonial y aún más allá, siempre fue conocido como Nuestro Señor de Juayúa, como hemos visto en más de una crónica de la época, pero como es más antiguo que el Cristo de Esquipulas, pudiéndose fijar su hechura entre los años 1574 y 1590 -cuando es encontrado al pie de un frondoso rosal, según unos, y según otros en el interior de una ceiba-, resultaba fácil atribuirlo sin referencia documental ninguna también a Cataño, pese a que su estilo es todavía tardogótico.

Su coloración, ocultada por la oscuridad del bálsamo, el humo de las velas y el polvo de siglos, como la prosperidad del café, ocultaría los orígenes del viejo pueblo de indios de Xuayúa, como lo hacía ver antes de su última intervención el Crucificado de Esquipulas. En su color aceitunado claro todavía resultan claramente visibles las laceraciones, los moretones y las huellas de sangre. Mide 172 cm de altura y, pese a estar mal intervenido en la cabeza, merece la pena acercarse al templo donde se encuentra enclavado y contemplar de paso la belleza de sus vitrales; costeados, como el templo mismo, por las familias cafetaleras más importantes del lugar, entre las que merece destacarse el altruismo de Mercedes Cáceres.

 

 
 
Nuestro Señor de Juayúa

 

Varias de las fotografías son de Edgar Avelar y Jorge Tutila

 

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