EL CRISTO CRUCIFICADO DE GOYA

Amigos del Museo del Prado


 

 

Es opinión generalizada considerar a Francisco de Goya como un pintor al que el hecho religioso no motivó lo suficiente. La consecuencia inmediata es pensar que, o no pintó mucho género religioso, o no lo sintió con la necesaria fuerza para que el espectador le considere un pintor eminentemente religioso.

Esta conclusión tan superficial se obtiene cuando se contempla la parte de su obra religiosa anterior al año 1792, en la que Goya, sometido a los dictámenes y normas de otros, utiliza iconografías, esquemas compositivos y técnicas prestadas.

Otra razón por la que Goya puede parecer un pintor cuyo sentimiento religioso flaquea, es la originalidad que imprimió a casi todas sus pinturas posteriores a la enfermedad de 1792, cuando su imaginación es más fértil y sus cuadros ganan en expresividad, impregnándose el género religioso de un gran realismo.

Goya había sido nombrado pintor de cámara en el año 1789, y las imposiciones pudieron ir desapareciendo, representando este tipo de obra no un nuevo peldaño en su carrera, sino un compromiso libremente adquirido e interpretado con toda la sabiduría de que era capaz.

El Cristo Crucificado fue pintado por Goya como prueba de su habilidad técnica para ser aceptado como académico de Bellas Artes en la de San Fernando de Madrid. Resulta evidente su intención de agradar al mundo académico en el tratamiento clasicista y sin signos de pasión con que trabaja el cuerpo de Cristo. La ausencia de paisaje ayuda a concentrar más la mirada en la contemplación de la figura.

La técnica difiere bastante de la habitualmente empleada por Goya, ya que utiliza la pincelada lisa, cuidadosa y brillante, que es normalmente la utilizada por los pintores de influencia clasicista.

 

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