EL CRISTO YACENTE DEL PARDO, OBRA DE GREGORIO FERNÁNDEZ

Rafael Martín Hernández


 

 

Admirado y codiciado

Existe disparidad de opiniones a la hora de fechar la imagen del Cristo yacente del Pardo. Lo que no cabe duda es que se trata de una donación del rey Felipe III al convento capuchino del Pardo de Madrid. Ahora bien, se barajan dos fechas posibles para concretar su hechura. Según los cronistas de la orden, fue en 1605, coincidiendo con el nacimiento en Valladolid de Felipe IV un Viernes Santo 8 de abril, cuando el monarca para no olvidar tal coincidencia, resolvió encargar al famoso escultor Gregorio Fernández la talla de un Cristo yacente en el sepulcro. Fue tan del agrado del Rey, que ordenó ubicarla en su palacio de Valladolid, trasladándola al año siguiente con el cambio de Corte a su oratorio madrileño. En 1615, el monarca entregó la imagen a los capuchinos del Pardo para ofrecerle un culto público.

Contraria a esta teoría, el prestigioso historiador de arte de Valladolid D. Juan José Martín González, avalando a la imagen como encargo real, retrasó la fecha de su ejecución de 1605 a 1615. Para tal estimación se basó en el hallazgo en el Archivo de Simancas de una Carta de Tomás de Angulo al Duque de Lerma, con fecha de 30 de enero de 1614, en la que se cita "un Cristo para el Pardo que se encargará a Rodríguez de Valladolid". No sería difícil suponer que por error de Angulo, se tratara de "Fernández" y no "Rodríguez". Si el encargo se fijó en 1614, sería posible que finalizara su ejecución en 1615, coincidiendo de esa forma con la ceremonia de colocación del yacente en la iglesia del Pardo un viernes de marzo de tal año, según el padre Anguiano.

La talla del Cristo fue desde los primeros momentos intenso foco de devoción y admiración tanto de Reyes como de nobles, clero y pueblo llano. Pronto se la consideró como una imagen milagrosa, organizándose romerías y llenándose su capilla de exvotos. Tantos había, que en tiempos de Carlos II las crónicas afirmaban que de sólo muletas se podía cargar un carro grande.

Tan unida estuvo esta imagen piadosa a la Corona, que el último de los Austrias, Carlos II, amplió su capilla; la reina Doña Barbara de Braganza le bordó en 1749 de su mano un terno (capa de coro, un frontal, casulla bolsa y paños de cáliz con su hijuela), el Rey Carlos III se hizo un gran propulsor de la devoción a este Cristo, convirtiéndose a partir de 1788 en protagonista de asuntos regios como las rogativas por la salud de su hijo, el infante don Fernando.

Durante la Guerra de la Independencia los franceses desearon hacerse con la imagen pero fue ocultada según las crónicas en el hogar de una familia del Pardo. La capilla por el contrario sí fue destruida. En 1832 el rey Fernando VI ordenó construir un nuevo templo, quedando inacabado el altar para la imagen. En 1837 se trasladó el Cristo a la iglesia del Buen Retiro, para que por su seguridad estuviera bajo tutela del Patrimonio Real. Allí permaneció 13 años regresando en procesión desde la Capilla Real.

En 1936 a consecuencia de los acontecimientos de la Guerra Civil, el convento fue destruido por las milicias de la República. La imagen fue sacada por tercera vez, ocultándose hasta 1937 en el Palacio del Real Sitio. Ante el incipiente peligro se trasladó a San Francisco el Grande junto a otras obras de arte. La imagen permaneció en el suelo, cubierta por una alfombra por temor a ser sustraída debido a su enorme valor artístico. Se conoce el gran interés que por el Cristo tenía una comisión artística rusa que pretendió adquirirlo para el Museo del Hermitage en San Petersburgo.

En el Museo del Prado pasó los últimos meses de la Guerra Civil, prolongándose su estancia hasta junio de 1939, fecha en la que fue devuelta a los capuchinos. En 1940 el General Franco costeó las obras de una nueva urna que según los religiosos del convento fue diseñada por él mismo. Parece ser que el artista Félix Granda se hizo cargo de la obra, concluyéndola en 1943. Al no satisfacer el gusto del General, éste no volvió a pisar el convento.

Desde 1947, sin ser custodiada por cofradía alguna, cada Viernes Santo procesiona por las calles del distrito madrileño del Pardo sobre unas sobrias andas alumbradas por cuatro faroles. La imponente imagen del Cristo del Pardo, fue y sigue siendo tan reconocida y admirada por su profundo valor artístico y espiritual, que artistas como el escultor Mariano Benlliure dijo de él: "Delante de esta imagen se pone uno de rodillas sin querer".

 

 

Una de las mejores imágenes del barroco español

Gregorio Fernández o Hernández, como figura en algunos documentos consultados, nació en Sarriá (Lugo) en 1576. Desde allí se trasladó a Valladolid a comienzos del XVII vinculándose al círculo de Pompeyo Leoni y al escultor Francisco Rincón. Realizó diversos encargos para el País Vasco, Valencia, Galicia e incluso Portugal o Lima, y en 1635 Felipe IV le consideró "el escultor de mayor primor que hay en estos mis reinos". Se le considera iniciador del naturalismo estatuario y el más destacado representante de la imaginería castellana del XVII. Sus obras son la expresión más admirable del realismo patético y de la piedad cristiana, siendo capaces de promover la fe de los hombres a través de la emoción.

Junto al tema de la Santa Teresa o el atado a la columna, si hay un modelo iconográfico con el que fácilmente identificaríamos a Gregorio Fernández, éste sería el de Cristo Yacente. Pudieron salir de su gubia hasta 15, si bien algunos suponen colaboraciones de taller. Creó un modelo que repetidamente sus sucesores retomaron hasta la saciedad. Todos los yacentes de Gregorio Fernández están tallados en madera de pino. A excepción del Cristo de la iglesia de San Miguel y Julián de la capital pucelana, realizado en bulto redondo, los restantes yacentes son relieves concebidos para ser vistos por un solo punto de vista lateral. Siempre planteó a Cristo tumbado sobre una sábana tallada, con la cabeza recostada hacia la derecha y acomodada sobre uno o dos almohadones. Generalmente hacía sobresalir la pierna izquierda sobre la opuesta. Todos están ahuecados por el reverso para salvarlos de los movimientos estructurales de la madera y aliviar su peso.

Si bien sabida es la dificultad para fijar con exactitud la fecha de ejecución de ésta imagen que nos ocupa, los expertos lo sitúan el cuarto en la lista y lo describen como el mejor en calidad junto al del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

El modelado del yacente del Pardo es revelación de profundos conocimientos anatómicos, siendo su simpar cabeza una de las cabezas más logradas y bellas de la escultura barroca española. Mide 1,60 m. y su policromía está realizada al óleo. Fue creado por Fernández durante un periodo de tiempo comprendido entre 1605-1615, punto de partida de su evolución desde un lenguaje manierista hasta modelos de gran realismo. Se aprecian en esta obra peculiaridades formales de transición entre ambos modos. Por un lado, rasgos manieristas son su robusta anatomía y la suave línea serpentinata que retuerce sobre sí mismo el cuerpo desde los pies a la cabeza. Es también un carácter distintivo que el gesto de su rostro no advierta aún los caracteres cadavéricos de futuras tallas, como las cuencas hundidas o los pómulos afilados. El tratamiento del cabello tampoco es tan definido como en sucesivas piezas, basándose su dibujo en amplios mechones apenas calados. La policromía sí ha evolucionado hacia una técnica mate desterrando el pulimento, pero aún sin magnificar el patetismo mediante abundantes regueros de sangre ni livideces. Todavía Fernández no emplea dientes de marfil ni uñas de asta, pero sí introduce recursos realistas como ojos de cristal, corcho y gotas de vidrio rojo en los coágulos de sangre, una espina atravesando una ceja y un cíngulo cordífero amarrando el sudario (última vez que pondría en uso).

En definitiva, el Cristo del Pardo es pieza clave para entender la evolución de Gregorio Fernández desde las formas manieristas de su miguelangelesco yacente del templo de San Pablo de Valladolid, hasta los modelos realistas de posteriores efigies como el dramático Cristo del Convento de Santa Clara de Medina de Pomar (Burgos).

 

 

Nota de La Hornacina: Rafael Martín Hernández es escultor e imaginero. Artículo publicado en Carrera Oficial,
Cádiz, nº 2, 2003. Agradecemos a su director, Jesús Manuel Sánchez Pavón, la colaboración prestada.

 

Dossier Relacionado en este

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com