JOSÉ MANUEL RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ-ANDES Y SU OBRA EN HELLÍN

Antonio Cabezuelo (15/04/2010)


 

 

Introducción

Corría el año 1909 cuando nacía en el barrio hispalense de San Vicente el escultor José Manuel Rodríguez Fernández-Andes, fruto del matrimonio entre un sevillano y una cubana. Desde muy niño despierta en él el amor por la escultura, que le lleva a matricularse siendo bien joven en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos. Solía visitar con frecuencia los talleres de los afamados escultores Antonio Illanes y de Antonio Castillo Lastrucci, llegando a ser discípulo de ambos. Para completar su formación se desplaza a Madrid, donde el afamado escultor Lorenzo Coullaut Valera es su maestro. Finalmente, abre su taller en la calle Amaniel de la capital española, donde gubiaría gran parte de su obra.

Llegada la primavera, se trasladaba a su Sevilla natal, donde año tras año le esperaba su taller en la calle Arrayán. Fernández-Andes era hombre sensible, de fácil conversación. Mantuvo amistad con numerosos escultores de la época, como el sevillano Juan Abascal Fuentes, Federico Coullaut Valera, hijo del que fuera su mentor, o José Zamorano, quien fuera su aprendiz. Desgraciadamente, la muerte le sorprende muy joven, un 20 de Febrero del año 1950, en plena madurez de su obra.

Pocos escultores podrían labrar réplicas de imágenes tan complicadas y diferentes como el famoso Nazareno del Gran Poder sevillano, obra de Juan de Mesa, o la Purísima Concepción de Hellín (Albacete), conseguida obra del murciano Francisco Salzillo, y salir airosos del desafío. Sin embargo, para Fernández-Andes no parecía suponer el más mínimo problema, y es que tenía la habilidad de lograr conseguidas reproducciones sin renunciar nunca a su fuerte personalidad. Todas las obras del escultor sevillano tienen su sello y su alma.

En palabras del historiador Manuel Tobaja Villegas al diario ABC, reconoceremos las obras de Fernández Andes por su nariz corta, su boca carente de dientes (con la lengua ligeramente insinuada), el cuello redondeado, con marcadas papadas, típicamente decimonónicas, o las miradas un tanto defectuosas. Podemos considerarle un buen representante del neobarroco imperante en la escultura sevillana en la postguerra.

 

 

 

Obra en Hellín (I)

Su relación con Hellín es notable debido a la fuerte amistad que le unía al ilustre Antonio Millán Pallarés. Sus primeras obras realizadas para esta ciudad, situada en la frontera entre Albacete y Murcia y que vive por y para su Semana Santa (Declarada de Interés Turístico Internacional), llegan con el fin de la Guerra Civil.

En el conflicto bélico, Hellín había perdido prácticamente toda su imaginería sacra, incluida su patrona, la imagen gótica de la Virgen del Rosario. Así pues, recién declarado el fin de la guerra, los hellineros acuden al imaginero andaluz para que resucite a su Patrona. Fernández-Andes respeta fielmente las características de la imagen antigua, pero dotándola de un rostro hierático, aunque poseedor de una gran belleza, lleno de dulzura y gracilidad. Se trata de una imagen de talla completa, destacando los estofados de la túnica. La imagen hizo su entrada triunfal en Hellín el 29 de Septiembre de 1939 y fue coronada canónicamente el 31 de Mayo de 1955.

Solo dos años más tarde, recibe el encargo de una Purísima Concepción para el Convento Franciscano de la localidad albaceteña, solicitándole, una vez más, que fuera réplica de la desaparecida de Francisco Salzillo. La espectacularidad de la meritoria obra del más afamado de los escultores españoles barrocos no parece achicar a Fernández-Andes, que realiza quizás una de sus obras más conseguidas. María se muestra pletórica, majestuosa y llena de belleza, con una cabeza de buen modelado. La envuelve un manto que asciende helicoidalmente por la imagen y que parece volar con naturalidad, lo que unido a la policromía dota a la pieza de una calidad pocas veces vista en obras de Fernández-Andes, pues en su producción predominan las imágenes de vestir.

A medida que van pasando los años, la amistad entre Antonio Millán y el escultor va haciéndose más fuerte. En ocasiones, incluso, llega a instalarse en Hellín para esculpir algunas obras. Va naciendo en Fernández-Andes un amor especial hacia esta carismática localidad, ubicada entre las llanuras manchegas, el pensil murciano y los olivares de Jaén, a medida que su amistad con Don Antonio se estrecha. Se le recuerda en Hellín paseando por el Plano del Santuario del Rosario, paraje de gran belleza y donde quizás acudiera Pepe Andes, como sus amigos le llamaban, a buscar la inspiración en sus estancias hellineras.

 

 

 

Obra en Hellín (II)

Fernández-Andes se sentía especialmente orgulloso de la Virgen de la Piedad que había realizado para la hermandad sevillana del Baratillo, inspirada en la Divina Pastora de las Almas de San Martín. Sin premuras de contratos, y dando rienda suelta a su libertad creativa, realiza una Virgen para sí mismo inspirada en aquéllas, que recibiría la advocación de Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos.

La Virgen, de vestir, fue premiada con la medalla de plata en la V Exposición de Arte Religioso, celebrada anualmente en el Palacio de Cristal del Retiro, en Madrid. Si bien el matiz juvenil en el rostro de sus Dolorosas es una constante a lo largo de su producción, en este caso alcanza un matiz casi aniñado. Tras muchos meses en su taller, visto el gran interés mostrado por su amigo Antonio Millán, el escultor decide venderle la imagen de la Virgen, que recibiría culto finalmente en Hellín como Nuestra Señora del Dolor.

El escultor y don Antonio Millán deciden aportar una nueva procesión al Jueves Santo hellinero. El cortejo, recibe el nombre de la Procesión del Silencio, y está marcado por la elegancia, solemnidad y cierto toque andaluz en su estética. La imagen encargada de presidirlo, y en torno a la cual giraría el cortejo, sería Nuestra Señora del Dolor. Como ya se ha apuntado anteriormente, dicha imagen mariana fue concebida como Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos. Así, los dos amigos se proponen ir incorporando poco a poco los distintos pasos que componen tales misterios: Oración del Huerto, Coronación de Espinas, etcétera.

El primero en incorporarse sería Jesús con la cruz a cuestas, que recibiría la advocación de Cristo del Gran Poder. Fue realizado según los cánones aplicados por Fernández-Andes en sus distintos Nazarenos andaluces, como Nuestro Padre Jesús de la Salud, el Cristo de los Gitanos de Sevilla, tratándose por ello de una efigie de gran elegancia y majestuosidad. Desgraciadamente, en 1950 el escultor fallece, y Antonio Millán, sumido en una gran pena por la pérdida de su amigo, aparca los planes de ampliación de la Procesión del Silencio.

Sin embargo, antes de su muerte, el artista sevillano dejaría como legado a Hellín algunas obras más. En 1948, se decide recuperar uno de los pasos de más tradición en la Ciudad del Tambor: los Azotes. El original, espectacular obra de Salzillo (1750) fue también pasto de las llamas en el conflicto bélico. De nuevo, Fernández-Andes resuelve con maestría el siempre complicado encargo de una réplica. Respetando la composición del grupo original, idealiza la belleza del Señor, aportándole la dulzura como seña de identidad de sus obras.

En 1949, realiza la que sería su última obra para la Semana Santa de Hellín: la Santa Mujer Verónica. Obra de madurez, en la que el autor muestra toda su personalidad y su ideal de belleza en estado puro. La Verónica hellinera es joven, guapa, morena, con unos rasgos claramente andaluces, derrochando finura y mimo del escultor por los cuatro costados. Luce un esbelto moño de picaporte, típico de la mujer hellinera. Para que el hispalense supiera a ciencia cierta cómo era tal moño, se desplazó hasta Madrid la ilustre dama Doña Pilar Velasco, peinada para la ocasión. Cuentan que no fue fácil para Fernández-Andes modelar tan peculiar peinado; mas, sin embargo, al tercer intento, tanto escultor como los cofrades hellineros quedaron satisfechos.

Además de las obras anteriormente descritas, y que sin duda son las más conocidas y reseñables de cuantas realizó para Hellín, cabe destacar que cuenta con más trabajos en la ciudad, como una pequeña Dolorosa que recibe culto en la Iglesia Arciprestal de la Asunción; un San Blas en el Santuario del Rosario, que al parecer talló en una de sus estancias hellineras, o una pequeña Virgen del Rosario en el Consistorio municipal.

 

 

 

Obra en Hellín (III)

Reseñar también que en la Navidad del año 1955, en el Convento de Franciscanos donde recibe culto el Cristo del Gran Poder, tiene lugar un terrible incendio que afecta gravemente al Nazareno. Inicialmente, parece estar gravemente afectado, y el escultor hellinero José Zamorano, tras realizarle una pequeña restauración, desaconseja su participación en los desfiles procesionales.

Así, durante casi 30 años, el Cristo del Gran Poder permanecería en el encierro, habiendo sido restaurado, con mayor desatino que acierto, por el murciano José Noguera Valverde. A mediados de los años 80 del pasado siglo XX, y por iniciativa de varios hellineros que quieren volver a ver a su Cristo del Gran Poder por las calles de Hellín en la noche de Jueves Santo, vuelve a desfilar, si bien su semblante no parecía obra de Fernández-Andes. Por ello, con la llegada del nuevo siglo, la Real Cofradía de Nuestra Señora del Dolor, Nuestro Padre Jesús de la Misericordia y Cristo del Gran Poder lo lleva hasta Madrid, donde el gran restaurador Joaquín Cruz Solís, le realiza una profunda intervención que le acerca al aspecto original que lucía el Señor cuando abandonara el taller del escultor e imaginero sevillano.

La muerte del imaginero es un enigma aún hoy, no conociéndose con exactitud ni el porqué de su fallecimiento ni el lugar en el que aconteció. Si bien en Febrero solía estar todavía por Madrid, algunas fuentes indican que aquel año, 1950, había adelantado su marcha a Sevilla, por lo que fallecería en la capital del Guadalquivir.

60 años después, la calle Escultor José Fernández Andes de Hellín ve pasar cada día a decenas de hellineros, cada primavera trae una Semana Santa en la que su majestuoso Cristo del Gran Poder, su guapa Verónica, su sereno Cristo de los Azotes o su bella Virgen del Dolor, Reina del Jueves Santo, toman las calles de la ciudad para demostrar que José Manuel Rodríguez Fernández-Andes sigue vivo porque su obra también lo está.

Cada diciembre Hellín se postra ante su grandiosa y pura Invicta, y cada mayo festeja el reconocimiento como Reina y Señora de Hellín de su madre, la dulce Virgen del Rosario, alzan su vista al cielo e imploran “Tú que estás junto a Ella, ruega por nos”, perpetuando el recuerdo de aquel artista sevillano que, un buen día, se enamoró de Hellín y dejó a la Ciudad del Tambor prendada para siempre de la belleza de su obra.

 

 

Fotografías a color de Antonio J. Jiménez Díaz

 

Nota del autor: artículo realizado en memoria del poco estudiado escultor en el LX Aniversario de su fallecimiento.

 

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