LAS HILANDERAS O LA FÁBULA DE ARACNÉ

Amigos del Museo del Prado


 

 

Una vez más, el maestro Diego Velázquez (Sevilla, 1599 - Madrid, 1660) trata un tema mitológico como si de un tema de género se tratase, aproximando el mito a la realidad cotidiana. Tradicionalmente, se había venido creyendo que la pintura representaba el taller de hilado y devanado de la fábrica de tapices de Santa Isabel, de Madrid, hasta que Diego Angulo interpretó correctamente el tema, interpretación ésta que fue corroborada al encontrar María Luisa Caturla el documento en el que figura como La Fábula de Aracné.

Se trata, siguiendo la narración de Ovidio en sus Metamorfosis, de la disputa de Palas Atenea, diosa que presidía las artes y los oficios, con Aracné, afamada tejedora de Lidia, sobre cúal de las dos realizaba el mejor tapiz. Diego Velázquez, en esta obra que se fecha en torno al año 1657, ha dispuesto en una sola escena diversos momentos de la narración, si bien todo está unido visualmente por la entonación armónica y por la luz.

La composición está dividida en dos planos, reservándose el inmediato al espectador a las figuras al contraluz, ya que la iluminación penetra por la abertura del muro del fondo, estancia en la que se desarrolla el segundo episodio de la narración. En este primer plano se representa el taller en donde las obreras preparan lo necesario para la ejecución de los tapices. En dos diagonales contrapuestas se sitúan las dos protagonistas -la diosa a la izquierda del espectador, y Aracne a la derecha-, formando cada una de ellas, junto con otras dos mujeres, dos grupos contrapuestos y compensados, siendo rico el juego de diagonales y escorzos. La rueda, girando a tal velocidad que no permite apreciar los radios, permite captar la inmediatez del momento representado.

En el centro, y como transición al segundo plano, una mujer, a contraluz, se agacha a recoger un objeto. Al fondo, en el centro del lienzo, tiene lugar el desenlace: la diosa Palas levanta su brazo mientras contempla el tapiz elaborado por Aracné, que representa el rapto de Europa por Júpiter, inspirado remotamente en el original pintado por Tiziano. Es en este momento cuando Atenea convertirá a la tejedora en araña. La técnica de Velázquez llega aquí a su máximo esplendor y plenitud, en cuanto a la utilización de una pincelada prodigiosamente libre que crea volúmenes y diluye contornos, plasmando en el lienzo la atmósfera interpuesta entre objetos y personajes y el espectador, y en cuanto a la consecución de la perfecta armonía del color.

Esta célebre pintura no se realizó para el Alcázar Real, sino que perteneció al montero del rey, don Pedro de Arce, según consta en el inventario de sus bienes realizado en el aņo 1664. Se justifica así la entrada del lienzo en las colecciones reales, ya en el siglo XVIII.

 

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