DE LA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA Y LA UNCIÓN SAGRADA: IMAGINERIA Y SENSUALIDAD
Pedro Manuel Fernández Muñoz (09/02/2021)
Cristo Resucitado (Abraham Ceada, Tarifa) |
Podemos hablar de sensualidad en la imaginería, entendiendo esto como la presencia o el uso de formas físicas sugerentes y bellas en las imágenes que representan a los personajes de la Historia Sagrada y a los santos, a partir de que el arte cristiano en Occidente adopta la estética de raíz clásica greco-romana en el Renacimiento. Antes de este periodo en las imágenes de Cristo, la Virgen María y los santos se había rehuido de representar la carnosidad de estos personajes porque lo que interesaba era lo conceptual, es decir, manifestar lo espiritual; las virtudes cristianas del representado. A partir del gótico se incrementa el interés por manifestar la humanización de Cristo y el arte irá evolucionando hacia el naturalismo desembocando en el Quattrocento italiano. En lo que se refiere a la escultura, en el último tercio del siglo XVI la estética del Renacimiento italiano llega a España y con ello el interés por representar la belleza y el cuerpo humano en su plenitud. En Castilla surgió la llamada escultura romanista como consecuencia de las influencias en las formas y modelos de las obras de Miguel Ángel Buonarotti y del círculo manierista de Roma, sobre todo a partir de la llegada a España de estampas y grabados que reproducían las obras de los itálicos y en menor medida de los viajes realizados por artistas, como por ejemplo la estancia del florentino Torrigiano en Sevilla. |
Relieve de la Caridad (Gaspar Becerra, Astorga) |
El andaluz Gaspar Becerra (Baeza, 1520 - Madrid, 1568), tras trabajar con Vasari y vivir veinte años en Roma, realiza entre 1558 y 1562 el Retablo mayor de la Catedral de Astorga (León) en el que se encuentra el relieve de la Caridad, que es una de las primeras obras impregnadas de sensualidad en el arte español y muy representativa del estilo romanista. La imagen alegórica de esta virtud se representa con formas turgentes y mostrando la esplendidez de sus carnes desnudas incluyendo el escote y los pechos, uno de los cuales succiona uno de los niños con fruición y gesto inequívoco de apetito y deseo. Son muy elocuentes del tratamiento del cuerpo en Gaspar Becerra estas palabras de Juan de Arfe en De Varia Commensuración (1585): "Gaspar Becerra... traxo de Italia la manera que ahora está introducida entre las más artífices, que son las figuras compuestas, de más carne que las de Berruguete". Cultivado en esta estética del romanismo, en 1557 llega a Sevilla Juan Bautista Vázquez el Viejo (1510-1588) para trabajar en el Retablo mayor de la Cartuja de Santa María de las Cuevas. Teniendo en cuenta su estilo se ha especulado incluso con una posible estancia de Vázquez el Viejo en Italia hacia 1540. Entre los años 1562 y 1563 trabaja en los relieves del Retablo mayor de la Catedral de Sevilla, donde realiza entre otros el relieve de la Expulsión del Paraíso, muy sensual con desnudos a la manera italiana. |
Cristo Resucitado (Jerónimo Hernández, Sevilla) |
Vázquez el Viejo traerá con él a Sevilla a otros escultores como Jerónimo Hernández (1540-1586), que realizará una de las obras más sensuales de la escuela sevillana de escultura, la imagen del Cristo Resucitado de la Parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla, que es representado como un héroe o un atleta griego en el esplendor de la belleza corporal, tomando como inspiración el Cristo de Sopra Minerva de Roma, esculpido completamente desnudo por Miguel Ángel en 1521, y que a su vez nos remite a modelos de escultores clásicos como Praxíteles con su sugerente curva de la cadera. En el siglo XVII el realismo barroco superará al romanismo, pero dependiendo de las características de las diferentes escuelas escultóricas españolas, el concepto clásico de belleza se mantendrá en mayor o menor medida. En el caso de Sevilla el realismo barroco se subordina a la búsqueda de la belleza clásica desde el principio, un ejemplo claro de ello lo tenemos en el Crucificado de la Clemencia (1603), de Martínez Montañés, y la evolución posterior que tendrá el tema durante los siglos XVII y XVIII, donde se vincula el sentido de lo bello con el realismo y el dinamismo propios del Barroco. El cuerpo no se descompone y las excoriaciones de la piel y la presencia de la sangre son las justas para no crear horror o repulsión, contrastando con ejemplos de otros ámbitos peninsulares que buscan lo sanguinolento y tremendista según el gusto local. La belleza andrógina de los ángeles de Pedro Roldán, como los de la Sacramental de la Magdalena (1663-1664), o el pecho desnudo hasta más allá de la línea inguinal de la imagen de Cristo muerto del Retablo mayor del Hospital de la Caridad (1670-1674), o la cadera al descubierto del Varón de Dolores (hacia 1680) del sevillano Convento del Pozo Santo, nos sirven de ejemplos de obras de imaginería barrocas que poseen una innegable carga sensual conjugada con una elevada unción sacra. Conforme avanza el siglo XVIII las academias irán dictando las directrices para el ejercicio del buen gusto y se continuará produciendo dicha conjugación, así en la escuela levantina tenemos el Ángel (1754) del Prendimiento de Francisco Salzillo, completamente apolíneo y efébico, o las imágenes de Cristo, con rostros bellísimos, obras de este mismo autor murciano. Como ejemplo sevillano de imagen academicista cargada de sensualidad nos vamos a referir al Crucificado de la Providencia (1819) de la Escuela de Cristo, obra de Juan Astorga, perteneciente a la estética neoclásica en la que se mantiene sin problemas la pervivencia del modelo de crucificado realizado en Sevilla durante el Barroco en una escuela donde no se había abandonado nunca el gusto por la belleza clásica. En lo referente a la imaginería en Sevilla, el siglo XIX se deslizará por la senda del academicismo, y no será hasta el siglo XX cuando podamos encontrar una renovación del lenguaje estético en la escultura religiosa hispalense, pero siempre desde dentro de las señas de identidad de la escuela sevillana de escultura, marcada como venimos diciendo por el gusto por la belleza clásica que pesa en las señas visuales y estéticas identitarias de la región definiendo el gusto local, siendo este sentido del gusto lo que hace exitosa dicha estética. Y de esta manera el gusto local es lo que engarza lo popular con el arte religioso, asegurando el éxito del mismo. |
La Virgen del Dulce Nombre (foto: Juan Carlos Gallardo) y varias instantáneas de la actriz Raquel Meller |
La personalidad de Antonio Castillo Lastrucci (1878-1967) es clave en este proceso. En lo que respecta al tema de la sensualidad podemos ver como el modelo femenino de moda en la época se traduce en imagen religiosa con la hermosísima Virgen del Dulce Nombre (1924), en la que confluyen varias circunstancias: en su época fue una imagen completamente sugerente y sensual que participaba del canon de belleza regionalista del momento próximo a la Exposición Iberoamericana de 1929, y está emparentado con la estética de las mujeres de la pintura de Romero de Torres o las de Bacarisas y con los fotogramas de Raquel Meller, por cierto maquillados los grandes ojos negros de esta estrella del cine, de enorme éxito y fama en los años 20, con unas ojeras asimilables a las que lucía esta imagen. Para añadir aún mayor carga de sensualidad a esta imagen casticista de aire tardorromántico surgió la leyenda de que la misma hubo de ser reformada por el escultor como consecuencia de su enorme parecido con una conocida prostituta de la Alameda que le habría servido de modelo. El Cristo de la Presentación al pueblo (1928) de la Hermandad de San Benito de Sevilla, inspirado en la pintura Ecce Homo (1871) de Antonio Ciseri e insertado en la escena de grupo con una concepción bastante cinematográfica, es otra obra de esa época de Castillo Lastrucci donde se da la conjugación muy acertada entre unción sagrada y sensualidad. En esta misma línea el Señor de la Santa Cena de Sevilla (1955), obra de Sebastián Santos, es uno de los más bellos realizados en Sevilla en el siglo XX. Por estos mismos años, Luis Ortega Brú en clave expresionista realizaría dos imágenes de Cristo muerto de gran unción y con una anatomía bellísima, mostrando ambos la cadera desnuda, son estos el Cristo de la Misericordia (1950), de la Hermandad de Baratillo, y el Cristo de la Caridad (1953), de la Hermandad de Santa Marta. El Concilio Vaticano II (1962-1965), marca y transforma la vida de la Iglesia, incluyendo aspectos como las prácticas devocionales derivadas de la religiosidad popular y la producción del arte cristiano. En lo que respecta a la escultura, el postconcilio no fue una buena época para la imaginería pues la Iglesia busca como expresión de renovación romper con muchas fórmulas del pasado, entre ellas las estéticas (a esta circunstancia habría que añadir en España la posición rupturista con los valores del régimen del general Franco, uno de los cuales era el nacional-catolicismo). Como consecuencia, durante los años 60, 70 y la mayor parte de los 80, tanto las cofradías como la imaginería viven horas bajas. Aun así en este contexto se realizan obras de excepcional calidad y como ejemplo de ello citaremos aquí por su sensualidad el Cristo Resucitado (1973) y el Ángel (1975) de la Hermandad de la Resurrección de Sevilla, obras de Francisco Buiza, ambos semidesnudos. A finales de los años 80, coincidiendo con el comienzo de un periodo de auge y expansión para las hermandades y cofradías, el panorama artístico mejora bastante apareciendo toda una pléyade de imagineros (en número elevado y con diferentes gustos y estilos) que han venido a satisfacer las necesidades del mundo cofrade de estos últimos cuarenta años. Coincide esta eclosión creativa con dos factores importantes; por una parte, la Iglesia desde el postconcilio no tiene la misma actitud vigilante con el arte producido para uso de la Iglesia como lo tuvo en el pasado, y por otra, los valores derivados de la filosofía del momento, que es la postmodernidad, y más concretamente el relativismo cultural derivado de esta corriente filosófica (el "todo vale"), impregnan la producción artística, dando como resultado de la conjunción de ambos factores una libertad absoluta en la creación de las obras, y teniendo también como consecuencia de esto que, a veces, se hagan imágenes con una enorme carga de sensualidad pero con una pérdida total de la unción sagrada, rompiéndose con ello una relación de equilibrio que se había ido dando a lo largo de los siglos. |
Adán (Taller Daroal, Sevilla) |
Se confunde así el oficio de escultor con el de imaginero, y es que es necesario aclarar que (aunque la sociedad tiende a ver el trabajo del imaginero como un ejercicio artístico menor que el de escultor, infravalorándolo) es al revés, ser imaginero es más difícil que ser escultor a secas, pues el imaginero debe transmitir en su obra la unción sagrada, ese "quid divinum" ("algo divino") que trasciende lo material, de ahí que no todos los escultores puedan ser imagineros, mientras que para ser imaginero sí es necesario ser escultor (algo así se dice en las artes escénicas de los infravalorados comediantes, siendo más difícil ser actor de comedia que actor a secas, por la dificultad de trasmitir alegrías y promover la sonrisa). En este sentido, consciente de ello, hemos leído a José Antonio Navarro Arteaga expresarse en los siguientes términos: "La imaginería no es sólo la apariencia, no es solamente el aspecto estético, sino la vertiente espiritual". Este mismo imaginero ha realizado recientemente la imagen de Jesús de la Caridad (2019) para la Hermandad de la Santa Cruz de Camas (Sevilla), pleno de sensualidad, con un estudio anatómico bellísimo, y todo ello sin perder la unción sagrada. La libertad creativa que marca la evolución de la imaginería en la postmodernidad, evidentemente ha dejado abierta la posibilidad a introducir la carnalidad del hiperrealismo en las representaciones, en un revival del Arte Pop que eleva los arquetipos actuales admirados a modelos de obras sagradas, unas veces más acertadamente que otras, pero creemos que por influencia del ambiente social y cultural, jugando un papel muy importante el gusto popular. Pop Art e hiperrealismo van unidos, siendo un reflejo de la sublimación del materialismo de nuestro tiempo, de los valores filosóficos postmodernos donde no hay "absolutos", donde la noción de "verdad" es relativa y no existe, y no existiendo las normas se relajan o desaparecen... donde como todo vale, todo muta y cambia siendo tan válido un modelo propuesto como otro. El Pop Art en los 60 y 70 tomaba como referentes los iconos pop del momento. Hoy en día esos iconos ya no son Jacqueline Kennedy o Marilyn Monroe, como en la época de Andy Warhol, sino los futbolistas, los personajes de la telebasura y de los popularísimos videojuegos (X Box, Playstation, Nintendo), con la estética peculiar de éstos y con el ejercicio de agresividad que en ellos se contiene, convirtiendo también la descarnada violencia de expresión hiperrealista en seña de la cultura popular de nuestro tiempo. O en otras palabras, las escenas de violencia física de estos video games, los prototipos físicos de quienes la protagonizan, (en comunión estética con los "cracks" del futbol), y los estragos mórbidos derivados de ellas, (escoriaciones, sangre), todo ello al mínimo detalle hiperrealista, forma parte de la cultura popular hoy, y eso se refleja en la producción artística. En referencia a la violencia, y haciendo una traslación al cine, la película "La Pasión" de Mel Gibson estaría en esa línea conjugándose con el hiperrealismo que, como exaltación de lo material y lo tangible como decíamos, es un estilo propio de los tiempos postmodernos, pero que entra en absoluta contradicción con la representación de lo trascendente y, por tanto, con la noción de la unción sagrada de la imagen. Así pues, volviendo al campo de la escultura, estaría en esa órbita parte de la producción de imagineros como el sevillano Juan Manuel Miñarro, que gusta en muchas de sus obras de tener referencias hiperrealistas "forenses". Como los estragos consecuencia de la violencia carecen de sensualidad alguna, no los trataremos en este artículo, aparte de que es dudoso que puedan poseer unción sagrada. Con el todo vale de la postmodernidad, y muy relacionado con el tema que tratamos de la sensualidad en la imaginería, estaría el usar para modelos de la imaginería religiosa los prototipos físicos propios de la estética salida del mundo del futbol, de los videojuegos, de los gimnasios, o de programas de televisión tipo "Mujeres, Hombres y Viceversa" o "La Isla de las Tentaciones", para representar a los personajes de la Pasión y a los santos. Esto caracteriza parte de la producción de muchos imagineros de hoy en día, que toman como referente expresivo los iconos populares actuales llevándolos al campo de la religiosidad popular para las representaciones de imágenes sagradas, con el consiguiente escaso acierto en muchas ocasiones por la pérdida de unción al llegar a faltar incluso un mínimo de componente espiritual en las mismas. |
Virtudes Teologales (Francisco Romero Zafra, Córdoba) |
En las antípodas de esto, pero también como expresión del Arte Pop en estos tiempos de postmodernidad, traemos dos ejemplos interesantes de imaginería, muy sensuales ambos y en absoluto vulgares. En 2006 el Taller Daroal, que se caracteriza siempre por realizar creaciones personalísimas y muy exquisitas, hizo una serie de bustos masculinos de diferentes razas y entre ellos uno de Adán donde lo postmoderno se trufaba de Pop Art y de realismo mágico, dando como resultado una representación del primer hombre originalísima y muy bella. Una de las características de Daroal es la magnífica factura y acabado que presentan las policromías de sus obras y en especial sus encarnaduras, como en este caso, donde se enriquece a Adán con un tatuaje en el cuello que, lejos de vulgarizarla, le aportaba aún más singularidad, si cabe a la obra. En 2013 Francisco Romero Zafra hace para las esquinas del paso del Cristo de la Coronación de Espinas, de la Hermandad de la Merced de Córdoba, la representación de la Virtudes Teologales, estas fueron representadas en clave Pop Art, cargadas de sensualidad e incluso simpatía, recordándonos con sus desnudeces y sus poses a la actriz y nadadora Esther Williams y a las modelos publicitarias norteamericanas de los años 40 y 50, las Pin Up. El aciago año pasado de 2020, nos ha traído, sin embargo, una obra de excelente factura, el Resucitado de Abraham Ceada para la Parroquia de San Mateo de Tarifa (Cádiz). En ella se aúnan unción sagrada y el sentido de la belleza clásica, muy en consonancia con la tradición estética de la escuela sevillana de Escultura, en la que se ha formado este joven imaginero onubense, aunque con fuertes influencias y débitos de la escultura religiosa genovesa y centroeuropea por interés personal de este artista que, atraído con admiración por esas escuelas, se ha preocupado en formarse/informarse y estudiarlas en profundidad, captando el aire y la esencia de ellas, formando ya parte de las características de su producción artística. El resultado es una obra personalísima y con mucho carácter, como podemos apreciar en este Resucitado. Esta obra es fruto de la sociedad de la postmodernidad, en la medida de la libertad que goza el artista de poder conjugar influencias de diferentes latitudes, con la consiguiente hibridación y mestizaje de tendencias, el característico eclecticismo postmoderno. Y también lo es de la sociedad de la información en la que vivimos, con el consiguiente intercambio de información e imágenes, de "cofrades globalizados" y también de artistas globalizados. Si en tiempos pasados el medio de adquirir información, y por tanto de recibir influencias y renovarse estilísticamente, era las estampas y grabados (recuerden que comenzamos este artículo hablando de las influencias de Miguel Ángel y los manieristas romanos en España, y cómo se desarrolla el estilo romanista); por ejemplo, sabemos por el testamento de Jerónimo Hernández que éste poseía 350 estampas. En nuestra época, es Internet con Google el canal de información visual, con un volumen de imágenes disponible como antes nunca había existido ni en la más completa de las bibliotecas. En lo que se refiere a la imaginería religiosa, vivimos en un periodo de la historia en la que nunca como ahora el artista ha gozado de más libertad y de menos control para realizar sus obras, así como de más información disponible para poder formarse y evolucionar estilísticamente, y en el que el oficio de imaginero ha resurgido de una forma que difícilmente se podía imaginar hace cuarenta años. La producción en cuanto a estilos también se ha diversificado mucho, y hay obra para todos los gustos y paladares. Aun así, el reto sigue siendo el mismo: aunar unción y belleza, lo sagrado y lo bello. |
Detalles del Cristo Resucitado (Abraham Ceada, Tarifa) Fotos: José Manuel Sánchez Cabrera |
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