ET IN ARCADIA EGO (I)
ECOS DE LA SEMANA SANTA ANDALUZA EN LA POESÍA
DEL SIGLO XX (UNA APROXIMACIÓN)

Salvador Marín Hueso


 

Para Almudena, que sabe del corazón traspasado.

 

“SOMOS FEROZMENTE RELIGIOSOS (... ) Es hora de abandonar el mundo de los civilizados y su luz (... ) La vida siempre ha tenido lugar en un tumulto sin cohesión aparente, y sólo encuentra su grandeza y su realidad en el éxtasis y en el amor extático. Quien pretende ignorar o desconocer el éxtasis es un ser incompleto cuyo pensamiento se reduce al análisis”

Georges Bataille, “La conjura sagrada”.

 

La historia contemporánea del mundo occidental está marcada, sin duda alguna, por un hecho decisivo: el destierro kantiano de las posibilidades de la metafísica como ciencia, y, a partir del mismo, la progresiva asunción general del paradigma ilustrado, con su confianza en la ciencia empírica como vía cognitiva y en la razón laica como forma de argamasa social. Sin embargo, esto no ha supuesto, en ningún caso, la clausura de lo sagrado.

Ciñéndonos al campo de la literatura, la presencia -implícita o explícita- del legado cristiano, en tanto expresión preponderante de la espiritualidad europea, no sólo se ha mantenido, sino que, en cierto sentido, ha aumentado su fuerza: liberado del control eclesiástico, el escritor ha tenido campo abierto para recrear el dictado del dogma según sus inquietudes y perspectivas.

El trabajo que nos hemos propuesto es atender -de una forma totalmente precaria por limitaciones de espacio y capacidad- una confluencia apenas estudiada: aquella que se ha dado, a lo largo del siglo XX, entre la celebración de la Semana Santa, según los cánones del movimiento cofrade andaluz, y algunos destacados autores y movimientos de la poesía en lengua española que, según nuestro criterio, lograron alejarse de tópicos reduccionismos al respecto; ajenos, pues, a situaciones como la denunciada recientemente por el escritor Antonio Zoido, en relación a la lírica acogida al fenómeno cofrade como fuente de inspiración:

 

“el manoseo reiterativo de las mismas metáforas ha destruido la polisemia, la multiplicidad del sentimiento ante la misma visión, la virtud de la interiorización personal e intransferible del hecho que transcurre, la lira mínima y diversa, sentimental y profunda (... ) mientras la fiesta, íntima y trascendente, discurre por otra calle. Sin tener nada que ver con el discurso” (1)

 

Poetas preocupados por renovar lenguajes para vivificar esencias, salvándolas de palabras/sepulcros, y que participan, en su revisión del código pasionista, en muchas de las inquietudes medulares de la poesía de su tiempo. No en vano, por su parte, es en el siglo XX cuando la Semana Santa andaluza adopta los cánones según la cual es entendida hoy día, y no de una forma casual o anacrónica, sino en coherencia (sin duda, eso sí, singular) con la realidad contemporánea (2). Como señala el profesor Isidoro Moreno es:

 

“el tipo concreto de modernidad andaluza -y no la presunta continuidad de contenidos culturales tradicionales- el que da cuenta de la vigencia, dinámica y significaciones actuales de nuestros rituales festivos religiosos” (3)

 

La Semana Santa, como la poesía, es una realidad viva, y no una mera repetición formal de un rito, toda vez que se nutre de un lenguaje simbólico y todo símbolo es susceptible de diversas significaciones. Así ocurre con la palabra, muy especialmente cuando asume la función de signo literario. Semana Santa y poema son realidades abiertas a la permanente:

 

“redefinición de significados manteniendo los significantes, tanto en sus aspectos formales como en algunas de sus significaciones anteriores, que no quedan anuladas con la incorporación de otros nuevos” (4)

 

Para exponer las relaciones entre ambos hechos, y desde la atención primordial a los textos, vamos a atenernos a un criterio de sucesión cronológica de los fenómenos a tratar, sin dejar de tener presente, en ningún momento, que la actividad artística se caracteriza por la tensión continua entre impulsos que conviven en el tiempo, sin que ninguno desplace del todo a los demás. (5)

La literatura en lengua española comenzó el siglo XX sacudida por un grito de libertad lanzado desde la margen americana del Atlántico: el llamado del modernismo, heterogéneo movimiento, que, como señala la profesora Selena Millares (6), encuentra precisamente en ese anhelo de libertad (en forma y contenido) su seña de identidad fundamental.

El Romanticismo experimenta una mutación superadora. Frente al lenguaje apegado al concepto, el modernismo abre la poesía al goce sensorial, al deleite estético, a la musicalidad versal... Al detalle preciosista, como el de unas golondrinas que despojan de espinas la corona de Jesús del Gran Poder y del trianero Cristo de la Expiración (Cachorro), en sonetos de Manuel Machado y los Álvarez Quintero respectivamente (7).

El afán modernista, como apunta Antonio Garrido, resulta ciertamente un correlato perfecto para ese “barroquismo sensorial muy andaluz en la manera de entender y vivir lo religioso, con un claro predominio de los factores sensitivos” (8), tan propio del hecho cofrade.

Se desarrolla, además, en la época en que Juan Manuel Rodríguez Ojeda emprende su revolucionaria labor de sofisticación estética en la Semana Santa de Sevilla y poco queda para que Luis de Vicente haga lo propio en Málaga, al transformar las andas malacitanas en “tronos”. Los pentagramas que acompañan a los cortejos procesionales estilizan sus compases, hasta el punto de entusiasmar a uno de los grandes transformadores de la música universal, Igor Stravinsky (9).

Uno de los más destacados representantes meridionales de la inquietud modernista es el malagueño Salvador Rueda: su controvertida valoración crítica no empaña su indudable papel histórico en el desarrollo del movimiento.

En él, encontramos otro aspecto fundamental del mismo: la conciliación de mundos, muy especialmente, de los dos grandes cimentadores de la cultura occidental, el clásico y el cristiano (voluntad continuada en el tiempo, sin duda con mucho más acierto, por maestros como Pablo García Baena).

En esta línea, la Semana Santa aparece a los ojos del poeta como expresión encarnada de esa voluntad: fiesta en la que “las imágenes nos recuerdan las de Roma por su grandeza” y “la población abre los labios a la risa como bacante echada sobre el lecho de flores de la primavera(10); percepción coincidente con la del poeta sevillano Felipe Cortines Murube, quien, en el año 1920, verá convertirse su ciudad en “Nueva Jerusalén y Nueva Roma” (11) gracias al rito cofrade.

 

Pluma de ángel seré, si tú me rizas;
chispa del sol seré, si me desprendes;
seré hoguera de amor, si tú me enciendes;
iris seré de paz, si me matizas.

Cuerda de arpa seré, si me electrizas;
incensario seré, si me suspendes;
Santa Forma seré, si a mí desciendes;
seré panal de magia, si me hechizas.

Si me envuelve tu luz, seré ternura;
si me inflama tu fe, seré hermosura;
seré perfecto, si tu imán me toca.

Y seré inspiración, brío, grandeza,
honor, verdad, virtud, perdón, belleza,
con sólo un beso que me dé tu boca.

 

Con estas palabras, Rueda trenzó su soneto dedicado al Cristo de la Buena Muerte de Pedro de Mena, desaparecido en el saqueo de la malagueña Parroquia de Santo Domingo de mayo de 1931 (12). Crucificado-Sol; Cristo-Apolo, centro de convocatoria de todos los sentidos, capaz de transformar en perfecta sustancia bella con sólo un beso que dé su boca: erótica de la trascendencia.

Poética de la evanescencia y la sensación envolvente, como la que deriva del son de las trompetas procesionales, evocadoras en el poeta malacitano José María Souvirón de "nostalgias brumosas/como un deshojar de rosas/que cae sobre el corazón" (13). Gusto por lo delicado, que hará a Adriano del Valle, pasados los años, contemplar a la sevillana Virgen de la Amargura "frágil como la libélula,/con tanto aroma calzada/y en tanto pétalo breve" (14).

La figura de Adriano del Valle nos sirve de engarce con una de las más fascinantes experiencias de las que queremos dar cuenta: el diálogo entre la aventura iconoclasta de las vanguardias y el delirio sacro de la Semana Santa. Como introducción general a los planteamientos de las vanguardias (término que siempre ha de usarse en plural), se hace casi obligado acudir a un ensayo fundamental, La deshumanización del arte, de José Ortega y Gasset. En él, el consagrado filósofo plantea como premisa que el objeto artístico lo es:

 

“en la medida que no es real (...) El retratado y su retrato son dos objetos completamente distintos: o nos interesamos por el uno o por el otro”

 

Planteamientos como los del romanticismo, el realismo o el naturalismo, no habrían aportado arte, sino “extractos de vida”. Por otro lado, resultaría imposible definir estrictamente lo real, toda vez que:

 

“una misma realidad se quiebra en muchas realidades divergentes cuando es mirada desde puntos de vista distintos” (15)

 

Tal es justamente la aspiración del poeta de vanguardia: explorar todas las perspectivas que sea capaz, contemplar haz y envés, provocar un dislocamiento de la lógica convencional que derogue dogmas, imposiciones y visiones cerradas de lo real; más aún, crear desde el poema nuevas realidades que amplíen el mundo: “dejad que la rosa florezca en el poema”, apremiará el chileno Vicente Huidobro. A cambio, no se ofrecen alternativas preceptivas, como advierte tempranamente Tristan Tzara en su llamamiento dadá:

 

“Yo mantengo todas las convenciones -suprimirlas sería crear nuevas convenciones y eso nos complicaría la vida de una manera verdaderamente repugnante (...). Dadá sitúa antes de la acción y por encima de todo: a La Duda. DADA duda de todo. Dadá es tatú. Todo es Dadá. Desconfíen de Dadá” (16)

 

El poeta argentino de vanguardia Oliverio Girondo así se reconoce:

 

“Yo, al menos, en mi simpatía por lo contradictorio -sinónimo de vida- no renuncio ni a mi derecho a renunciar” (17)

 

Todo cabe, en efecto, en la vanguardia, porque todo permanece inédito a la espera de visiones novedosas, de experimentos de:

 

“emborronamiento con una función clara de contraste de las fórmulas de representación prefabricadas” (18)

 

En Sevilla, agrupados en torno a revistas como Grecia o Mediodía, Adriano del Valle, Isaac del Vando-Villar, José de Ciria y Escalante, Juan González Olmedilla y otros, con Rafael Cansinos-Asséns como patriarca, se adhieren a la aventura. Al salir del café, se encuentran con la ciudad de la gracia, primer objetivo a fragmentar para recomponer en nueva perspectiva. En primavera, un extraño rito se adueña de sus calles y lo encuentran fascinante.

La Semana Santa se presenta ante ellos como un ámbito conciliador de contrarios aparentemente incompatibles entre sí, un centro vertebrador de lo puro y lo impuro, que les hace posible el deseo de Baudelaire: ser a la vez, en la revolución, “víctima y verdugo, para disfrutar así de todas las experiencias”. Una vía de escape frente a la religiosidad rancia y el dogma de la razón.

Hechizados, harán acopio en sus textos de las imágenes y sugestiones de la celebración, sin por ello renunciar a sus propósitos iconoclastas. David García Romero expresa lúcidamente esta encrucijada:

 

“Una tesis: la religiosidad de Sevilla. Una antítesis: Sevilla, capital de la vanguardia. Una síntesis: la ciudad como religión de la moderna vanguardia” (19)

 

Isaac del Vando-Villar, en “El apóstol no viene”, se lamentará de la ausencia de Rafael Cansinos-Asséns en los días santos de la ciudad. Como remedio, sus amigos, nazarenos tristes enamorados de las estrellas, le recordarán “en los Cristos que en las canastillas de oro de los pasos sonríen con un rictus de dulce dolor” (20).

El mismo Del Vando, a la hora de afrontar la redacción del caligrama En el infierno de una noche (21), le hace adoptar forma de cruz-guía. Cansinos, al invocar a Andalucía e invitarla a librarse de sus trabas seculares (22), le propone aprender de sus crucificados y sus vírgenes:

 

¿No sientes la voluntad potente que hay en el rostro contraído de fuerza y de pasión de tus Cristos y en sus omoplatos agobiados? ¿No ves el ansia de sonreír, el jubiloso augurio que tus Dolorosas tienen en sus ojos luminosos como madreperlas?

 

A Sevilla arriba un compañero de batalla desde el otro lado del océano: el ya mencionado Oliverio Girondo, quien en Veinte poemas para un tranvía y Calcomanías dará testimonio de sus impresiones ante el imaginario de la gran fiesta sagrada. Gamberro contemplativo, Girondo entra en las iglesias sevillanas. Allí, encuentra a las Dolorosas:

 

Bajo sus mantos rígidos, las vírgenes enjugan lágrimas de rubí. Algunas tienen cabelleras de cola de caballo. Otras usan de alfiletero el corazón

 

Inédita metáfora del corazón traspasado de María: sagrado alfiletero. El sacerdote que, mientras tanto, reza, capta igualmente la atención de la voz poética:

 

El cura mastica una plegaria como un pedazo de chewing gum(23)

 

En Calcomanías, libro publicado en el año 1925, Girondo dedicará una extensa prosa poética a su experiencia de la celebración en la calle, “Semana Santa”, que abarca desde sus vísperas hasta la madrugada y tarde del Viernes Santo. La lectura de este texto por parte de un lector ajeno al modus operandi de las vanguardias le hará concebirlo, quizá, como un alarde de irreverencia o desvalorización de la fiesta:

 

Los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas (...) En la Catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador (...) Con la solemnidad de un ejército de pingüinos, los nazarenos escoltan a los santos, que, en temblores de debutantes, representan misterios sobre el tablado de las andas

 


BIBLIOGRAFÍA

(1) ZOIDO, Antonio, Saetas de versos laicos, Sevilla, Signatura Ediciones, 2004, p. 23.

(2) A este respecto, recomendamos vivamente la lectura de CHIAMPI, Irlemar, Barroco y modernidad, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2000. Aunque se trata de una compilación de estudios de literatura latinoamericana, las reflexiones de su prefacio y su capítulo primero son de una extraordinaria validez para entender la vitalidad de lo barroco en convivencia con el paradigma moderno.

(3) MORENO NAVARRO, Isidoro, “La vitalidad actual de la Semana Santa andaluza: modernidad y rituales festivos religiosos populares”, en Demófilo, Revista de Cultura Tradicional de Andalucía, n° 23: Fiesta y cultura: la Semana Santa de Andalucía, Sevilla, Fundación Machado, 1997, p. 186.

(4) MORENO NAVARRO, Isidoro, op. cit., p. 187.

(5) Atenderemos tanto textos formalizados dentro de los cánones líricos seculares ( y sus innovaciones ), como propios de la prosa poética.

(6) MILLARES, Selena, en V.V.A.A., Historia de la literatura hispanoamericana, Madrid, Universitas, 1995.

(7) Recogidos en REQUEJO CONDE, Mª Rosa, La Semana Santa sevillana en la literatura de los siglos XIX y XX, Sevilla, Guadalquivir Ediciones, 1999, pp. 101 y 107. Una obra clave de la literatura española en lo que a engarce del modernismo y el motivo pasionista se refiere es Figuras de la Pasión del Señor, de Gabriel Miró (1916-1917).

(8) GARRIDO MORAGA, Antonio M., “Ruptura del modelo barroco en un soneto de Salvador Rueda, dedicado al Cristo de Mena”, en Actas del Simposio Nacional “Pedro de Mena y su época”, Málaga, 1990, p. 578.

(9) Relaciónese al respecto el “esquema rítmico repetitivo, creador de un clima de hipnosis y tensión acumulada” (Francisco Martínez González) de la danza inicial de El pájaro de fuego -o del Bolero de Maurice Ravel- con el desarrollo de marchas emblemáticas del momento como Amarguras, de Font de Anta (1919).

(10) RUEDA, Salvador, Granada y Sevilla, en Obras Completas, Málaga, Arguval, 1989.

(11) CORTINES MURUBE, Felipe, “Semana Santa en Sevilla”, de El poema de los seises (1920), recogido por REQUEJO CONDE, María Rosa, op. cit., p. 113.

(12) Para un detenido estudio de este soneto, GARRIDO MORAGA, Antonio M., op. cit., pp. 577-584. De él reproducimos el poema.

(13) SOUVIRÓN, José María, “Las trompetas”, en La Saeta. Revista Anual de Semana Santa, n° 4, Málaga, 1925.

(14) VALLE, Adriano del, “Alabanzas en la coronación de Nuestra Señora de la Amargura de Sevilla”, en Antología necesaria, selección y estudio preliminar de Mercedes García Ramírez, Sevilla, Alfar, 1992, p. 161.

(15) ORTEGA Y GASSET, José, La deshumanización del arte (1925) y otros ensayos de estética, prólogo de Valeriano Bozal, Madrid, Espasa-Calpe, Colección Austral, 2003 (10ª edición), pp. 54-55.

(16) Tristan TZARA, Siete manifiestos dadá (1916), Barcelona, Tusquets, Colección Fábula, 1999, p. 49.

(17) GIRONDO, Oliverio, “Carta abierta a La Púa”, prólogo a Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), editados junto a Calcomanías y Otros poemas, edición y notas de Trinidad Barrera., Madrid, Visor, 2001, p. 27.

(18) GARCÍA ROMERO, David, “Introducción” a ARCHIVO F.X. y GARCÍA ROMERO, Pedro, SACER. Fugas sobre lo sagrado y la vanguardia en Sevilla, Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 2004, p. 14. Esta obra constituye un verdadero hito para la investigación cofrade: cabe esperar que germine la semilla que contiene.

(19) ARCHIVO F.X. Y GARCÍA ROMERO, Pedro, op. cit., p. 44.

(20) DEL VANDO-VILLAR, Isaac del, “El apóstol no viene”, recogido en ARCHIVO F.X. y GARCÍA ROMERO, Pedro, op. cit., p. 91.

(21) Poema dispuesto tipográficamente de tal manera que configure un dibujo.

(22) CASINO-ASSÉNS, Rafael, “Invocación a Madre Andalucía” ( 1919 ), recogido en ARCHIVO F.X. y GARCIA ROMERO, Pedro, op. cit., p. 99.

(23) GIRONDO, Oliverio, “Sevillano”, op. cit., p. 53. Rafael León, en amable revisión del texto de esta comunicación, considera que “el cura tenía necesariamente que mover así la boca porque es canónicamente preceptivo rezar el Breviario articulando las palabras, aunque sea sin voz”.

 

 

Nota de La Hornacina: Salvador Marín Hueso es Licenciado
en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid.

 

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