TRANSFORMACIONES EN LA IMAGINERÍA MARIANA. DOS EJEMPLOS EN EL INAH

Katia Perdigón, Bernardo Robles y Sergio Cabaco (09/01/2019)


 

 

Desde hace muchos siglos, los encargados de las iglesias, mayordomías, hermandades y cofradías, catequistas, etcétera, suelen realizar "cambios" en los objetos de culto a su cargo. Si bien esas modificaciones afectan a la estética y estabilidad estructural de las obras, también señalan la necesidad de un vínculo, espiritual y físico (de reconocimiento), entre el devoto y la imagen motivo de veneración.

Los doctores Katia Perdigón Castañeda y Bernardo Robles Aguirre, investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), inspiraron un proyecto de investigación cuyo objetivo es analizar, desde los ámbitos de la conservación-restauración y la antropología, cómo estas transformaciones realizadas comúnmente por los propios feligreses mantienen vigente el uso devocional de estas imágenes.

Estos casos no sólo evidencian las modificaciones y repintes que, en la mayoría de los casos, restan méritos a la estética y la estructura de las esculturas afectadas, sino que además, desde la antropología, observamos una serie de cambios a partir del gusto, basados en la estética imperante de la época y, en el caso de las imágenes marianas, de la identidad femenina.

Al transformar, alterar y remover la indumentaria de los símbolos sagrados y acercarlos más a las prácticas y costumbres individuales, los responsables de esos "cambios" imprimen una personalidad particular y única a las imágenes que intuyen benéfica e indulgente. Con esto intentan apropiarse de la obra vistiéndola y arropándola, dependiendo del momento del año, evento o ceremonia religiosa.

 

 

Así por ejemplo, dadas sus similitudes iconográficas, varias vírgenes de la Asunción se convirtieron en purísimas. Ello sucedió, sobre todo, en el siglo XVI gracias al impulso inmaculista de los franciscanos, que por esa época también propagaron la presencia penitencial de María, lo que conllevó que muchas glorias se transformaran en dolorosas, aumentando incluso su tamaño para adquirir el típico naturalismo de la Pasión.

En el ámbito de la Semana Santa, ha sido una constante en el tiempo la modificación del uso y la iconografía de las imágenes, no solo las marianas. Ello no solo obedece a razones afectivas hacia una devoción, sino también ahorrativas, especialmente en las villas de poca entidad demográfica y económica.

Por tanto, es frecuente que una misma virgen asuma en las procesiones la representación del dolor y la gloria, siendo ataviada de "negro" o de "blanco" según la ocasión -en las localidades más pudientes había incluso dos mascarillas de distinta expresión para una sola figura, que no pocas veces se articulaba, si no lo estaba ya, para facilitar los cambios de posición-, incluso que ello sobrepasara la Cuaresma y la Pascua y que la imagen en cuestión protagonizara escenas marianas propias de Navidad o Adviento.

Entender esta lógica es básico al momento de acercarse a la intervención profesional de imágenes religiosas, pues más allá de lo que señalan las Cartas del Restauro, es importante comprender qué inspiran estas obras en los fieles. Encontrar el justo medio entre uno y otro es lo que permitirá mantener su uso devocional.

 

 

El proyecto de investigación emprendido por ambos especialistas -Katia Perdigón es restauradora-perito de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) y Bernardo Robles dirige el Posgrado en Ciencias Antropológicas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH)- se centra en las transformaciones de las esculturas de vírgenes, como "una búsqueda al acercamiento de lo femenino".

La iniciativa partió de las tareas de conservación-restauración efectuadas en dos esculturas marianas veneradas en el templo de San Diego Churubusco, ubicado en la zona de Coyoacán (Ciudad de México), una bajo la advocación de la Virgen en su Inmaculada Concepción y otra más a la cual se le denomina "Virgen sedente", dada la pérdida de sus atributos. Para su intervención fueron trasladadas a la sede de la CNCPC, adyacente al templo de San Diego Churubusco, donde ya se encuentran nuevamente al culto.

Gracias a las facilidades prestadas por el Hospital General "Manuel Gea González" a través de su División de Radiodiagnóstico, se obtuvieron tomografías de ambas esculturas marianas que han resultado una herramienta fundamental para conocer su caracterización y técnica de manufactura.

La Inmaculada es una escultura en madera de pino policromada y dorada, anónima del siglo XVIII. Su estado de conservación era regular. La pieza fue transformada en su talla original quizá con el fin de ceñirle el cuerpo y así facilitar su cambio de indumentaria. A través de los diferentes cortes sagitales y en tercera dimensión de las tomografías, se observó que manos y cabeza estaban exentos del cuerpo, y que este último se constituye por siete fragmentos ensamblados entre sí, de manera que prismas y planos definen la composición.

En tanto, la Virgen sedente, que data del siglo XIX, la conforman al menos once miembros de madera tallada y unidas entre sí. La cabeza es ahuecada. En la zona de los glúteos presentaba un resane de cemento aplicado de forma irregular y descuidada, que otorgaba exceso de carga a la misma. La imagen fue repintada de forma generalizada, tanto en carnaciones como en el cuerpo, y tenía pintadas las uñas de manos y pies con esmalte de color rosa. Mostraba también algunos faltantes de soporte: a los dedos de la mano derecha les fueron colocados clavos y se les agregó yeso y resina, además de pasta de pan con cera para darles volumen. Asimismo, fue intervenida con varios clavos en hombros, codo del brazo flexionado y rodilla derecha. Tenía huecos debajo del parche del muslo derecho y en la espalda baja, así como gran cantidad de grietas y desajustes en el soporte.

 

 

Con el apoyo de la restauradora Liliana Alcántar Carreola, se empezó el proceso de conservación-restauración de ambas esculturas marianas con una fumigación por anoxia durante un mes, seguido de una limpieza mecánica superficial para eliminar polvo y otra química para retirar grasa, así como supresión de deyecciones de insectos.

Se eliminó la pintura para localizar y rescatar el diseño original de la escultura de la Inmaculada, se quitaron las intervenciones anteriores, se hizo el fijado de escamas y fisuras, resane de faltantes y grietas, y reintegración cromática. También se trabajó sobre la peana de esta imagen, realizando fumigación, limpieza, consolidación, reposición de pérdidas de soporte, molduras y medias cañas, resanes y reintegración cromática.

El caso de la Virgen sedente resultó más complejo. Fueron eliminados la pasta de pan con adhesivo y cera, el cemento y la madera adherida bajo el mortero, así como las resinas. Dado que tenía ataque activo de insectos se realizó una fumigación por nebulización y, entre otras labores, se rescató el tono original del cuerpo, el brazo derecho fue reinsertado por adhesión, se fijaron escamas y fisuras, se colocaron injertos de madera en dedos y se resanaron grandes extensiones de faltantes.

En conversaciones con las devotas se sugirió sustituir las pestañas y pelucas postizas de ambas vírgenes por otras que fueran acorde al tono de las cejas de la encarnación original. Los trabajos de conservación-restauración brindaron de nuevo estabilidad estructural a las piezas y desde el aspecto estético se logró una lectura completa. Para mantener este buen estado de conservación se entregó un manual de cuidados al templo de San Diego.

El jefe del Posgrado en Ciencias Antropológicas de la ENAH indicó que este es el comienzo de un proyecto más amplio que busca analizar antropológicamente algunas vírgenes, que hasta ahora sólo habían sido objeto de estudio desde la mirada de la historia del arte, aunado a las observaciones en el área de la restauración. 

 

 

Fotografías del INAH

 

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