ICONOGRAFÍA GUADALUPANA EN EL MONASTERIO SEVILLANO DE SAN LEANDRO

Salvador Guijo Pérez y Jesús Sánchez Gil (22/12/2022)


 

 
 
Obra de Juan de Correa. Foto: Salvador Guijo

 

La devoción a Santa María de Guadalupe fue, desde sus inicios, uno de los ejes de la expansión del catolicismo en América. Su rápida propagación en el altiplano mexicano desde su milagrosa aparición a mediados del siglo XVI a Juan Diego Cuauhtlatohuatzin en el cerro del Tepeyac, estuvo ligada al origen de la arquidiócesis primada de México bajo el gobierno de fray Juan de Zumárraga. Pero fue realmente el XVII, la centuria que vertebró y encaminó el desarrollo del culto guadalupano, una etapa crucial y complicada en Europa en la que, gracias a la defensa lícita del clero, el apoyo de las órdenes religiosas y la incipiente sociedad criolla, el hecho milagroso se convertiría para la Iglesia y la monarquía en un modelo de legitimación del poder virreinal.

La llegada de las imágenes guadalupanas al contexto sevillano viene acompañada de la difusión literaria que se estaba llevando a cabo en ese momento, gracias a la publicación de volúmenes tan importantes como el de Nieremberg en Amberes en 1658, Alta en Lovaina en 1663 y Gumperberg en Múnich en 1672. El jesuita Francisco de Florencia, en su afán precursor de la devoción guadalupana, llevó algunas copias a partir de la década de 1670, en señal instigadora del culto que pretendía ensalzar.

La recepción de la imagen a estos puntos tan señalados, estaría por completo ligada a la carrera de Indias y a la circulación de mercancías. Un punto para tener en cuenta en Sevilla fue la edición en 1686 de la obra "Felicidad mexicana", de Becerra Tanco. En esta publicación aparecen cuatro grabados inspirados en las apariciones que relata el texto según la tradición guadalupana, realizados por uno de los mejores artistas en esta técnica en la ciudad, Matías de Arteaga. El grabador pudo inspirarse en las obras de Correa que ya circulaban por la ciudad, que contenían el icono guadalupano con las cuatro apariciones. El grado de difusión de estos grabados fue elevado, introduciéndose en composiciones mexicanas que posteriormente volverían a tierras sevillanas.

Si existe un tema que destaque en el plano de la religiosidad popular de Sevilla en el siglo XVII, fue la muestra acusada de piedad mariana de exaltación concepcionista. Si observamos con detenimiento la iconografía de la Virgen de Guadalupe, bien podría tratarse del prototipo inmaculista extendido por Europa y América a través de los grabados de principios del siglo XVI. La representación de la Virgen, erguida, con las manos juntas en actitud de oración, vestida con flamantes ropajes, tocada con manto y corona, resultó ser uno de los arquetipos más usuales de la figuración de la Virgen María. Esta interpretación del modelo aparece en los estudios sobre la imagen de Jaime Cuadriello, Gisela Von Wobeser o Phake-Potter, entre otros, encauzando con la representación de la Virgen María como "Mujer del Apocalipsis" o "Tota Pulchra".

El modelo circuló por los territorios de la corona hispánica, llegando al continente americano gracias a los frailes evangelizadores franciscanos. La Virgen de Guadalupe se equipararía con la llamada "mulier amicta sole", la mujer rodeada del Sol, por los característicos rayos que circundan la figura de la imagen.

La imagen mexicana entroncaría con la piedad popular del momento, sobre todo en el contexto sevillano, justificando así la presencia de esta en gran cantidad de espacios, destacando el ámbito religioso como uno de los mayores exponentes. Los conventos de clausura son los lugares donde muchas de estas obras se han conservado, en sus iglesias o en las partes más importantes como los coros, refectorios o claustros.

 

 
 
Foto: Daniel Salvador-Almeida

 

El convento de agustinas de san Leandro ha custodiado entre sus paredes algunas de las copias enviadas desde el antiguo virreinato, fruto del contexto tan exclusivo que vivió la ciudad entre los siglos XVI y XVIII.

Una pintura mural, inédita hasta ahora (imagen superior), se ha conservado en los dormitorios altos del monasterio, construidos en la reforma que tuvo lugar en el convento a finales del siglo XVI. Se trata de una Virgen con el Niño que sigue los modelos de grabados alemanes como los de Heinrich Steiner, conservados en la Biblioteca Nacional de España, y que guardan una aparente relación con el prototipo iconográfico concepcionista y con el guadalupano. La Virgen, aparece representada en pie con el niño en su regazo, vistiendo los colores habituales anteriores a la visión de Sor Beatriz de Silva, de jacinto y azul, tonalidades usuales en la gran mayoría de representaciones pictóricas marianas. Las vigorosas formas del manto aparecen tachonadas por estrellas y decoradas en los bordes con una cinta dorada que recuerda las formas guadalupanas. La imagen aparece representada como Virgen del Apocalipsis, vestida de sol, la luna como pedestal y coronada. La composición se remata con emblemas marianos que aluden a las letanías lauretanas, y remarcada con una oración en latín dedicada a María en clave concepcionista: "Tota pulchra es, Maria, et macula originalis non est in te. Tu gloria Jerusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri". Este mural sirve de puente para unir ambas iconografías desde su aspecto devocional, acusando el claro funcionamiento del prototipo concepcionista y la aceptación del modelo guadalupano en la religiosidad popular sevillana.

La presencia de la iconografía guadalupana en el monasterio de san Leandro, uno de los lugares más interesantes en cuanto a arte sacro se refiere en la ciudad de Sevilla, se relaciona con cuatro obras de formatos diferentes, estando las de mayores dimensiones ligadas a artistas importantes, como el afamado Juan Correa. Las otras dos obras, de menor tamaño, poseen también características importantes. Una de ellas, es una pintura sobre tabla que sigue el modelo de los conocidos "enconchados", y la otra, inédita hasta ahora, un lienzo que fue posteriormente recortado y adaptado a un tamaño distinto al que fue concebido.

 

 
 
Foto: Daniel Salvador-Almeida

 

La obra de mayor formato es la que se encuentra firmada por Juan Correa, uno de los artistas más importantes del panorama pictórico mexicano de finales del siglo XVII. El lienzo de San Leandro y el conservado en la capilla de San Onofre, guardan muchas relaciones y cierto parecido compositivo, admitiendo González Moreno que se trata de los más completos de cuantos guadalupanos se conservan en Sevilla.

La imagen de la Virgen, de gran finura en su ejecución y siguiendo el modelo original a modo de "verdadero retrato", centra la composición, acompañada por cuatro cartelas con las escenas de las apariciones, una a los pies con una escena del Tepeyac. y la característica orla de flores, realizada con gran maestría. González Moreno pone estas configuraciones florales en concomitancia con las palabras recogidas por el padre Florencia, acerca de los arcos de flores que ponían los indios delante de la imagen. Así mismo, en un sentido metafórico, estas flores serían la fuente de inspiración para poemas como el de "Primavera Indiana" publicado en 1622 por Carlos Sigüenza, donde trata a la imagen como copia de las flores, relacionando la primavera, el florecimiento y la viveza que se le asigna a México como paraíso americano en auge, con la Virgen de Guadalupe como símbolo de esta patria. El lienzo se sitúa en la actualidad en la sala capitular del convento, presidiendo uno de los espacios más importantes de la cotidianidad monástica. Habría que resaltar que la obra se encuentra en un pésimo estado de conservación, perdiendo gran parte de la película pictórica de la parte superior del lienzo y con un importante oscurecimiento de los barnices, dificultando su correcta lectura.

La segunda obra (imagen superior) se encuentra firmada por Joseph de la Cruz, pintor mexicano bastante desconocido, del que se remiten sus orígenes tlaxcaltecas. La cronología de la obra podría ser cercana al año 1688, ya que se fechan otros cuadros del artista como los conservados en la iglesia carmelita del convento del Santo Ángel de Sevilla, en la iglesia de san Martín y en santo Domingo de Osuna. La obra se sitúa en el pasillo que se dirige a la escalera capitular, espacio de tránsito dentro de la clausura entre las plantas del claustro principal. El estado de conservación del lienzo dificulta la identificación de la firma, aunque la pintura destaca por el grado de fidelidad con la imagen original, como puede verse en el rostro y el dibujo de sus ropajes.

El parecido entre todas las pinturas, podría relacionar el hecho de que fuesen mandadas en un mismo viaje comercial, atendiendo a las necesidades de algunos de los comitentes que reclamarían estas obras de la imagen, pudiendo guardar esta relación entre todas ellas. En ese caso, este conjunto de obras ha querido destacarse como uno de los primeros grandes envíos de estos lienzos a tierras sevillanas.

 

 
 
Foto: Daniel Salvador-Almeida

 

En la lista de obras guadalupanas en el real monasterio de san Leandro se encuentra un famoso "enconchado" (imagen superior), a medio camino entre las artes suntuarias y la pintura. Se caracteriza por conformarse con incrustaciones de pequeñas conchas de nácar y pintura al óleo. Los límites históricos marcan algunas fechas cercanas a finales del siglo XVII y la primera mitad del XVIII. Por la iconografía de esta pieza en concreto, habría que remarcarla en las décadas centrales del XVIII, ya que representa la imagen de la Virgen de Guadalupe y hace pareja con otra que representa a San José con el Niño, devociones ambas que adquirieron gran protagonismo tras la epidemia de matlazáhualt que afectó a gran parte de la población de Nueva España. En ese momento, se proclamaría a la Virgen de Guadalupe como patrona de la ciudad, siendo en 1754 cuando el papa Benedicto XIV aprobó el patronazgo de la Virgen sobre la Nueva España.

Las imágenes aparecen enmarcadas por unas cartelas con abundante decoración vegetal, donde se representan algunas aves y flores, compuestas por las distinguidas piezas de nácar. La imagen de la Virgen sigue el modelo propio de la iconografía, destacando la incursión del citado material para la conformación de sus ropajes, de la misma forma que San José, que aparece representado con el Niño Jesús entre sus brazos. Los marcos de ambas obras, concebidos con esta misma técnica, acentúan la visión general de la composición, al estar decorados con roleos vegetales menudos y compactos. Estos enconchados fueron publicados en la publicación del profesor Montes en la reimpresión de 2019, conservándose ambos en una de las capillas de la parte baja del claustro.

De menor tamaño, la obra inédita que presentamos en este estudio se encontraba en las dependencias del noviciado del convento, añadiéndose al catálogo de pinturas de la Virgen de Guadalupe existentes en San Leandro (imagen inferior). El lienzo se encuentra restaurado y a tenor de las características del soporte, podría tratarse de una obra de un formato mayor y que en algún momento de su historia material, fuese cercenado en sus ángulos hasta conservarse solo un retrato de medio cuerpo de la imagen, a manera de pequeño cuadro devocional. Por las características pictóricas y fisonómicas del rostro de la Virgen, puede deducirse que se trate de una obra cercana a los modelos pictóricos mexicanos del siglo XVIII.

La forma de delinear las facciones, y el color de la tez irían variando en la centuria, llegando a los famosos colores grises y mates que vemos en la pieza anterior, elementos que destaca el profesor Cuadriello en algunas obras de este momento. Seguramente fuese una composición en la línea de Correa, modelo usado y actualizado durante este siglo y que trajo múltiples variaciones de la mano de los grandes artistas del momento. 

 

 


 

NOTAS

GUIJO PÉREZ, Salvador y SÁNCHEZ GIL, Jesús. "Tan conocida, tan venerada y aplaudida. La iconografía guadalupana en el monasterio de san Leandro de Sevilla", en Accadere. Revista de Historia del Arte, nº 3, San Cristóbal de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife), Universidad de La Laguna, 2022, pp. 49-65.

 

 
 
Firma en la obra de Juan de Correa. Foto: Salvador Guijo

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com