LA INMACULADA DE LOS CANÓNIGOS (SEVILLA), PROBABLE OBRA DE CRISTÓBAL RAMOS

Jesús López Alfonso


 

 

 

La Inmaculada Concepción es, sin duda, una de las grandes devociones históricas de la ciudad de Sevilla. Como como dice una de las coplas que bailan los seises en el mes de diciembre: "antes de que en Roma el Dogma se oyera, aquí Inmaculada lucía tu aurora".

En el presente artículo estudiaremos una de las más bellas y desconocidas imágenes concepcionistas de la capital hispalense: la Inmaculada Concepción de la Capilla de las Doncellas que recibe culto en el templo metropolitano, conocida popularmente como "Inmaculada de los Canónigos". Se trata de una imagen de pequeño formato, realizada en barro y telas encoladas, que se encuentra dentro de un mueble-vitrina de madera protegido por un cristal. La efigie sigue la iconografía tradicional concepcionista, si bien con el movimiento y las complicaciones propias de la escultura dieciochesca.

En la parte inferior observamos el orbe, rodeado del diablo, que se representa en forma de serpiente; sobre el mismo aparece una nube en la que se asientan seis ángeles: dos querubines en el centro, otros dos ángeles niños que señalan hacia arriba y otros dos arcángeles que sostienen la segunda parte de la nube, sobre la cual, usándola a modo de escabel, se levanta victoriosa la Virgen, a cuyos pies aparecen seis querubines más.

María se nos muestra en su iconografía tradicional de Sine Labe Concepta: de pie, con las manos juntas en actitud de oración al Padre (del que se declara esclava) y con la mirada hacia el cielo. Viste túnica blanca y el tradicional manto que cae sobre sus hombros y bajo el que se están escondiendo en actitud de juego infantil dos ángeles niños. Tanto los ropajes de la Virgen como los de los arcángeles aparecen estofados en oro con motivos vegetales. Asimismo tanto la nube como el mundo también están estofados en oro a base de pequeños círculos, lo cual aporta al conjunto gran riqueza cromática y resplandor, un efecto muy propio del barroco.

En cuanto a su autoría, aunque aparece como obra anónima sevillana de finales del XVIII, las facciones de las imágenes del conjunto, así como el modo de resolver esta iconografía nos recuerdan a las del maestro hispalense Cristóbal Ramos. Los ángeles niños, por ejemplo, eran un recurso propio de este escultor en las composiciones que realizaba, complementando con sus actitudes y expresiones el tema central, como podemos ver también en los ángeles llorosos de las piedades de los templos de San Ildefonso o Santa María la Blanca, ambas en Sevilla.

Los querubines que tenemos en la nube y los pies de la Virgen, son también muy del gusto de Ramos, algo que igualmente podemos observar en una de sus grandes creaciones: el retablo de Ánimas de la Parroquia de Santa Ana de Algodonales (Cádiz). Por otro lado, otro recurso usado por Cristóbal Ramos en sus imágenes marianas, y que aquí encontramos de nuevo, son los ángeles que juegan con el manto de la Madonna, tal y como vemos en otros grupos del afamado imaginero, como los que realiza de San Cayetano y la Virgen para la Parroquia de Santa Catalina de Sevilla y la del municipio sevillano de El Saucejo.

 

 

Las líneas maestras de los rostros coinciden también con las de Ramos, presentando los ángeles unas facciones más redondeadas, con expresiones alegres y risueñas, mientras que la Virgen ofrece un semblante más alargado y ensimismado. Asimismo, los materiales que usaba en sus obras coinciden con los que se realizó ésta que comentamos: barro cocido (terracota), tela encolada y ojos de cristal.

El conjunto ofrece una sensación de triunfante ascensionalidad, a lo cual contribuye sin duda la verticalidad del mismo, las actitudes de los ángeles y los vuelos de los ropajes. Para terminar este escrito comentaremos un poco la iconografía propia del tema aquí representado.

Para los cristianos, María es la nueva Eva. Si por la primera mujer vino el pecado al mundo, por la primera cristiana vendrá la salvación. Dios le dice a la serpiente: "una mujer te pisará la cabeza”; ésta es María, contra la que el diablo nada podrá hacer. El mundo es rodeado por el demonio en la forma del citado reptil, lo cual simboliza un orbe acosado por el pecado: pero por encima de él, la Virgen aparece victoriosa, como firme esperanza de la humanidad y su mediadora ante el Padre.

Si observamos la escultura, hay una separación entre María y el mundo, que se realiza por medio de la nube. Ello representa su Inmaculada Concepción; es decir, el diablo nunca pudo tentar a la Virgen, ni ésta nació con el pecado original, algo con lo que nace la humanidad entera, lo cual el autor de la obra lo plasma de este modo tan visual: no hay ningún contacto directo entre el mundo manchado por el pecado y la nueva Eva. Pero si miramos con más detenimiento la nube, veremos que la parte de la misma que sostienen los arcángeles presenta forma de árbol; lo que también tiene su propio simbolismo: si de la manzana, fruto de un árbol, viene la muerte, de la rama de otro árbol, el de Jessé (y ésta no es otra que la propia Virgen), llega la resurrección.

Por último, sabemos que la Inmaculada Concepción es una iconografía que deriva directamente de la aparición apocalíptica de San Juan Evangelista en la isla griega de Patmos, en la que ve en el cielo "una mujer vestida de sol, coronada de estrellas y con la luna a los pies". Esta vestimenta de sol queda reflejada con los estofados de las ropas marianas y se complementa con la magnífica ráfaga de orfebrería, así como la corona rodeada de estrellas, que hace alusión tanto a su carácter de Reina de la creación como a la visión apocalíptica.

 

 

FUENTES

ALONSO SCHÖEKEL. Nueva Biblia Española, Madrid, 1977.

DUCHET-SUCHAUX, G. y PASTOREAU, M. La Biblia y los Santos. París, 1990.

WAGNER, Marina. Tú sola entre todas las mujeres. El mito y el culto de la Virgen María, Londres, 1976.

 

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