SOBRE LA ICONOGRAFÍA DE MARÍA EN SU SOLEDAD

Miguel Ángel Castellano Pavón (23/04/2018)


 

 

Hace ya algunas décadas que en los cursos de teología del Seminario de Cádiz llevados por el sacerdote Juan Martín Baro, tuve la ocasión de tener, entre otros, como profesora a la historiadora Carmina Aranda Carranza. Recuerdo con ilusión las tardes cuando recibíamos lecciones sobre iconografía bíblica, todo un placer semanas tras semanas que desembocó en admiración y amistad.

Pasados los años, la gran labor que otro sacerdote, Óscar González Esparragosa, lleva a cabo en la parroquia gaditana de san Antonio de Padua me hace coincidir con otro seminario titulado "Las piedras gritan", en esta ocasión dedicado al arte y cuya docencia vuelve a recaer en la misma profesora Aranda Carranza, la cual me recomienda un libro poco conocido por aquel entonces que viene a representar lo más completo que se conoce en los temas tratados: María Iconografía de la Virgen en el Arte Español, obra de Manuel Trens, Pbro., publicado en el año 1946 por la editorial Plus Ultra.

Dada la importancia del escrito es por lo que me atrevo a realizar este pequeño artículo, que sin duda nos ayudará a conocer mejor el tema a abordar. Sobre la advocación y los orígenes de la Soledad de la Virgen María, Manuel Trens nos dice en la mencionada publicación lo siguiente:

 

"El devoto sentimentalismo popular se complacía sobre todo en los dolores de la Madre de Dios. Después de haber creado los temas de la Piedad y de la Virgen de los Dolores, creó todavía otro, que es el de la Soledad. Los artistas españoles se apropiaron de él y lo glosaron de una manera muy típica y elocuente, con una fabulosa policromía de sentimientos y actitudes".

 

El tema tiene una ascendencia muy remota y su tradición se sitúa topográficamente en la llamada "Estación de María", una capilla dedicada a la Virgen frente al Calvario, en donde, según refiere Félix Faber en 1480-1483, María residió desde el momento en que fue consumada la Pasión, hasta el día de la resurrección de su Hijo.

La capilla de Santa María del Calvario era propiedad de los etíopes desde el siglo XIV. Este momento debió de producir honda impresión en el ánimo de los devotos peregrinos que visitaban los Santos Lugares. Fueron ellos los que transmitieron a Occidente el piadoso recuerdo de la desolación de María.

Ello lo encontramos, al menos, ya iconografiado en el siglo XIII, en un códice guardado en el archivo de la Catedral de Toledo, en el centro de una de cuyas hojas vemos a la Virgen María con el gesto típico de su angustia, cual es el de aplicarse la mano a la mejilla (imagen superior). María aparece completamente sola, "la Sola del Sol difunto" como escribió Lope de Vega, acosada por el recuerdo de los principales momentos de su vida, que ahora, sin su Hijo, son otras tantas penas que le afligen. Estas penas empiezan en Nazaret y no terminan hasta la Ascensión. Y así vemos a su alrededor (de abajo arriba), como aleluyas cinematográficas, al ángel de la Anunciación, san Gabriel (Ave María Nazaret); Belén, con la cuna y los animales (Beteles); la Última Cena, con el lavatorio y el Cáliz de la Hostia (Cenaculum Ierusalem); el Prendimiento, con tres árboles para indicar el huerto de Getsemaní, la espada de Malco y la lanza que resume a todos los soldados que acometieron a Jesús (ortus inquo captus est: el huerto en donde fue prendido); Jesús de los Improperios, con los ojos vendados (domus Kayphe: Casa de Caifás); la Flagelación y la Coronación, con los azotes, la columna y la corona (domus Pylati: casa de Pilatos); la Crucifixión, con la cruz atravesada por tres clavos, la lanza y la esponja dentro de un cubo o acetre (Locus Calvarie: lugar del Calvario); la Resurrección, con el sepulcro y el pendón pascual (Sepulchrum Domini: Sepulcro del Señor), y finalmente, la Ascensión, con la piedra en la que, según la tradición, quedaron grabadas las plantas del divino Redentor (Mons. Olivetti: monte de los Olivos).

En esta representación de la Catedral toledana, tanto las alegrías como las angustias son motivos de aflicción para la Virgen, que, muerto su único Hijo, sólo vive del pasado. Para María ya no puede haber más que tristísimos recuerdos. Esta representación fue divulgada por el Speculum humanae salvationis, en sus sucesivas ediciones decoradas con grabados.

 

 

El arte gótico no desperdició este tema de la Soledad de María, pero suprimió la nostalgia de los gozos y se absorbió exclusivamente en sus dolores. Tenemos un buen ejemplo de ello en el retablo del altar mayor de la catedral de Tudela (Navarra), del siglo XV. En él vemos a la Virgen sentada en el suelo, las manos juntas sobre el pecho, las facciones estrujadas por el dolor. En el fondo se desarrollan escenas de la Pasión de su Hijo.

Es también interesantísima la Soledad representada en un tríptico del siglo XV, adosado al trascoro de la catedral de Palencia (imagen superior). En el centro está María, desolada, los brazos cruzados sobre el pecho, apoyándose en el discípulo amado, san Juan Evangelista, que la ha tomado a su cargo, según la última voluntad de Jesús agonizante. A su alrededor se agrupan los siete dolores.

Por su parte, el Renacimiento español, acosado por la literatura religiosa de la época, se apoderó del tema de la Soledad y lo desarrolló con una explosión de sentimiento no igualado en ningún otro país. Nuevamente hacemos mención a Lope de Vega, que como tantos poetas del Siglo de Oro, dio un grito, cayeron todos los muros de contención gótica y se desbordó el dolor:

 

"Sin esposo, porque estaba
José de la muerte preso;
Sin Padre, porque se esconde;
Sin Hijo, porque está muerto;
Sin luz, porque llora el Sol;
Sin Voz, porque muere el Verbo;
Sin Alma, ausente la suya;
Sin cuerpo, enterrado el cuerpo,
Sin tierra, que todo es sangre;
Sin aire, que todo es fuego;
Sin fuego, que todo es agua;
Sin agua, que todo es hielo;
Con la mayor soledad..."

 

Ya en el periodo Barroco, Pedro de Mena, Alonso Cano, Hernández y otros muchos escultores españoles dieron a esa imagen de la Soledad de la Virgen María una extraordinaria intensidad de instrumentos, sin recurrir a declamaciones y gestos catalogados.

Es muy interesante la Soledad que se venera en Sot de Chera (Valencia), labrada en pasta y cartón. A pesar de lo inconsistente de la materia, la imagen tiene una solidez escultórica admirable. Diríase una talla labrada en material noble. El dolor deja casi intacto el rostro de la Virgen y parece cebarse en su vestido, que con sus contorsiones describe magníficamente los tristes afectos de María.

Precisamente, Pedro de Mena es el autor de una de las más bellas y típicas representaciones españolas de la Soledad de María, actualmente conservada en el monasterio madrileño de las Salesas Reales. También Mena labró la Soledad de la Catedral de Sevilla, otra Soledad, ataviada con vestidos postizos. En esta imagen aparecen las lágrimas, también postizas, que exigían las cofradías sevillanas. Se atribuye asimismo a Mena un busto de la Virgen desolada, de talla policromada, que hoy en día se guarda en el museo toledano de Santa Cruz (imagen inferior), "vueltos dos fuentes sus ojos, que derraman vivas perlas" (Valdivieso).

La liturgia sevillana hace gran honor a esas Vírgenes dolorosas que, al salir en procesión son llevadas bajo palio y con extraordinaria pompa, mientras, que las de carácter gozoso son llevadas sin él. La impresión que se produce en las masas populares andaluzas es superior a la que pueden recibir de otra cualquier manifestación de culto. Al lado de estas imágenes y bustos aislados, encontramos escenificada la Soledad de María.

 

 

La pintura, y sobre todo el grabado, nos dan diferentes versiones sobre el tema de la Soledad de María. La más corriente es la de la Virgen arrodillada delante de una cruz colocada sobre una mesa o altar, que continúa en época moderna el lejano recuerdo de la capilla de la Virgen en el Calvario.

Las imágenes españolas son únicas en su patetismo, como expresión de un instrumento religioso que tiene su raíz en hondas características raciales, tal y como nos describe Valdivieso:

 

"Llorando muerta su vida,
dice así una viva muerta:
¡Ay cruz, que en mi soledad,
Como amiga verdadera,
Sola a la sola acompañas,
Sola a la sola consuelas!"
.

 

Otras veces vemos a María sentada, contemplando la corona y los clavos. "A este mismo afecto de piedad", dice Ayala, "pertenece también el representar a la Virgen mirando con lágrimas los clavos y la corona de espina teñida con su sangre. Sobre cuyas imágenes leemos meditaciones muy pías y fervorosas de Santos Padres y piísimos y doctísimos, aunque ninguna de estas cosas se refiere expresamente en los Evangelios; antes si se quieren examinarse con todo rigor y según la fe de la historia eclesiástica, no carecen duda."

También hay que hacer mención a la Soledad con el corazón sobre el pecho. En Santa Clara, de Vich (Barcelona), hay una Virgen de la Soledad de principios del siglo XVII, de pie y con un corazón sin espada. Y eso que el corazón atravesado con siete espadas, propio de la Virgen de los Dolores, aparece en nuestro país hacia el siglo XVI. En los grabados, sobre todo, se asoció culto de los dolores de la Virgen con el culto de su corazón atravesado con una o siete espadas.

En la ciudad de Cádiz tenemos bellas representaciones marianas con esta advocación. La más antigua, sin duda, la Soledad del Santo Entierro, imagen probablemente original del siglo XVII aunque con varias intervenciones hasta nuestros días. La segunda, la que se venera en una hornacina a la entrada del oratorio de la Santa Cueva; imagen realizada en barro cocido por el granadino Manuel González a finales del XVIII. Y la tercera, la Soledad titular de la decana Hermandad de la Vera-Cruz, esculpida en 1942 por el escultor de Higuera de la Sierra (Huelva) Sebastián Santos (imagen inferior). Estas tres obras se corresponden a la tipología documentada antes con lo que pretendemos adentrarnos un poco más en esta querida advocación mariana.

 

 

 

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