SPES NOSTRA - LA
VIRGEN DE LA ESPERANZA
DE ALCALÁ DE GUADAÍRA (SEVILLA)
Enrique Ruiz Portillo*
Se cumple este año que acaba el Cincuenta Aniversario de la hechura de
la Bendita
Imagen
de Nuestra Señora de la Esperanza
por nuestro artista alcalareño
Manuel Pineda Calderón. Es ésta una buena ocasión para realizar
un estudio histórico-artístico de una de sus tallas más notables, Titular de
LA FIRMA DEL CONTRATO
El 15 de agosto del año 1958 la Hermandad de Jesús Cautivo contrata con Manuel Pineda Calderón la realización de la Virgen de la Esperanza.
Gracias a la generosidad de la familia de D. Alejandro Ojeda, amigo del artista, hemos tenido acceso al contrato original suscrito aquel día. Llama la atención la fecha en que fue firmado, el día 15 de Agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen, lo que denota el interés por situar en una fecha tan especial el origen de la nueva imagen mariana. La Hermandad quedó representada por su Hermano Mayor, D. José María Cerero Sola, su Mayordomo, D. Francisco Ramos Jaime y el Secretario, D. Francisco Muñoz Guerrero. El contrato se firma en el taller del artista, que por entonces tiene su domicilio en la alcalareña calle de Nuestra Señora del Águila, número 13, como lo atestigua tanto el contrato como el sello que lo cierra.
Manuel Pineda Calderón se comprometía mediante este valiosísimo documento a la "construcción de una imagen de Ntra. Sra. de la Esperanza", estipulándose que su cabeza y sus manos serían de madera de ciprés encarnadas, y de pino de Flandes el resto (candelero, busto y brazos), con terminación en color gris como acostumbraba a realizar Pineda en sus imágenes. Previamente se modeló un boceto en yeso de la cabeza a partir de cual se tallaría la madera y que hoy se conserva expuesto en la Casa de Hermandad del Dulce Nombre de Alcalá.
La madera había sido reservada cariñosamente años antes por D. José María Cerero, hermano que trabajaba en el taller del artista. En 1954, D. Manuel García, Hermano Mayor del Dulce Nombre, se entrevista con el alcalde de Alcalá, D. Joaquín García Bono, ya que la "hermandad nueva" quería pedirle algo. El Sr. Alcalde se niega en rotundo pensando que lo que se pedía era un generoso donativo económico. Sin embargo, se sorprende porque los jóvenes hermanos solicitan la cesión de un ciprés que se había secado en el Parque Oromana de Alcalá de Guadaíra. El Sr. Alcalde accede a su petición y el ciprés es troceado en el Parque, subiéndolo hasta el Hotel Oromana para ser cargado en un carro que lo trasladaría hasta una carpintería donde se cortaría en tablones. En uno de estos tablones se escribió con mucha devoción "No tocar. Esperanza" y de aquella misma madera en la que se tallaba su Hijo Cautivo se realizaría en 1958 la imagen de su Madre de la Esperanza.
La tercera condición del contrato estipulaba el precio en siete mil pesetas, abonándose quinientas de ellas a la firma del documento y el resto en plazos mensuales de quinientas pesetas, aunque finalmente se hizo en función de las posibilidades económicas de la Corporación Penitencial, sin que el artista alcalareño pusiera objeción alguna.
El contrato no establece condición alguna ni hace alusión al parecido que la Virgen de la Esperanza guarda con la sevillana Esperanza Macarena. Aunque algunos hermanos pensaron en una imagen sin modelo inspirador previo, finalmente prevaleció el criterio de la Junta de Gobierno que prefirió la inspiración en la Virgen sevillana. Para ello, Manuel Pineda pasó largas horas contemplando a la Virgen Macarena, haciéndose de tres fotografías de tamaño natural, una de cada perfil y otra de frente. Además recortó un cartón con el perfil macareno que continuamente pasaba ante el rostro de su nueva obra para hacerla más fidedigna al modelo sevillano.
LA BENDICIÓN DE LA VIRGEN
El artista se comprometía a entregar la imagen "dentro del mes de diciembre de mil novecientos cincuenta y ocho", ocurriendo de tal forma que la bendición tuvo lugar el día 13 de ese mes, en las vísperas de la fiesta de la Expectación del Parto, o de la Esperanza. Previamente una pequeña fotografía había sido enviada al Palacio Arzobispal cuya Comisión de Arte dio el visto bueno para que la escultura recibiera culto. La nueva imagen fue colocada en el altar mayor de la Parroquia de San Sebastián, vistiendo una saya de riquísimo brocado dieciochesco de la imagen del mismo título que preside el Coro del Convento de Santa Clara. Primorosamente vestida por su propio autor, se cubría con un manto de raso, la toca de encaje y perlas de la Virgen del Dulce Nombre y la corona de la Virgen de los Dolores de la Hermandad de la Oración en el Huerto de Dos Hermanas.
En el transcurso de una solemne y a la vez emotiva ceremonia, la Virgen fue bendecida por el Párroco, D. Juan Otero, interviniendo como orador del Capellán castrense del cuerpo de caballería, el sacerdote D. Tomás Guajardo Pérez. La Mesa de Hermandad estaba presidida por el Marqués de Gandul ya que gran parte de la nómina de hermanos pertenecía a esta aldea y a la zona de La Lapa, por lo que fue necesaria la magnanimidad del Marqués para que, obviando las obligaciones laborales, permitiera la asistencia de aquellos hermanos a la ceremonia. Asistieron también una representación de la Hermandad de la Macarena, encabezada por su Hermano Mayor, D. Ricardo Zubiría Rubio, y el Mayordomo. Una antigua fotografía recoge la sorpresa y admiración que mostró el mandatario macareno al contemplar la belleza y parecido de la efigie alcalareña.
ANÁLISIS ESTILÍSTICO
La Virgen de la Esperanza responde al modelo sevillano de Dolorosa de candelero para vestir, vigente desde el Barroco. Se trata por tanto de una imagen cuyas partes escultóricas apenas se reducen a cabeza y manos, siendo el resto de la efigie sólo el soporte de unas prendas. Aparece de pie, en actitud itinerante, con su cabeza erguida sin inclinación alguna y la mirada al frente. En sus manos extendidas se recoge el pañuelo que seca su llanto.
Su larga cabellera tallada de pelo oscuro está peinada con raya al centro, cayendo hasta su espalda a la altura del cuello, cuya anatomía apenas se insinúa. Su rostro se inscribe en óvalo perfecto con frente amplia y despejada, entrecejo fruncido con expresión de dolor, y finas cejas en forma de ese que no se ciñen a la forma arqueada característica de Manuel Pineda Calderón. Sus grandes ojos marrones, de párpados sombreados, son de cristal con pestañas de pelo natural, de los que manan cinco lágrimas, dos en la mejilla derecha y tres en la izquierda, una de las cuales se encuentra actualmente desprendida. Su nariz recta de punta redondeada da paso a la boca abierta, con el labio inferior más pronunciado, dejando ver los dientes superiores y la lengua con expresión dolorosa. En su barbilla redondeada aparece un hoyito, y bajo ella se marca la papada, que acentúa el rictus de dolor. Sus manos de finos y largos dedos, aunque extendidas, se cierran suavemente para portar el pañuelo u otros atributos, arqueándose los meñiques graciosamente hacia fuera.
En el conjunto de la obra de Pineda la Virgen de la Esperanza es una de sus más logradas imágenes, siendo única en su concepción y estilística. A pesar de la inspiración macarena no nos encontramos ante una copia fotográfica. Al contrario, Pineda reinterpreta la obra sevillana para aportarle personalidad propia. La Esperanza alcalareña tiene el óvalo facial más redondeado y la edad plasmada en ella es anterior a la edad de la Virgen de San Gil. Ambas comparten número y disposición de las lágrimas, aunque en el resto de los rasgos de la Virgen de la Esperanza no encontramos las asimetrías que caracterizan al rostro macareno, cuyo expresivo entrecejo aparece mucho más relajado en la obra alcalareña, aunque sin perder un ápice la expresión dolorosa de ambas obras.
La Virgen de la Esperanza es una obra principal en la producción artística de Manuel Pineda, que aporta un altísimo valor artístico al conjunto de la imaginería de nuestra Semana Santa y sobre todo, lleva cincuenta años siendo referente de la devoción de los alcalareños.
* Enrique Ruiz Portillo es Licenciado en Historia del Arte
Nota del Autor: Mi más sincero agradecimiento a D. José María Cerero Sola,
protagonista y testigo directo de muchos de los hechos que en estas líneas se narran, por su
colaboración y disponibilidad para ilustrar este artículo con su saber y experiencia.