EN MEDIO DEL POLVO DE SEVILLA. UNA OBRA INÉDITA DE DIEGO VELÁZQUEZ
Corentin Dury y Guillaume Kientz (30/06/2021)
Santo Tomás Diego Velázquez |
Diego Velázquez es hoy célebre como pintor de Felipe IV en Madrid. Sin embargo, su Santo Tomás nos permite evocar sus años de juventud en Sevilla y es uno de los escasos testimonios de la obra del artista que existen en Francia. Bajo el Antiguo Régimen la escuela española de pintura era menos conocida y menos coleccionada en Francia que la escuela italiana. Velázquez no tuvo la oportunidad de visitar París. Por eso, contadas telas de taller fueron enviadas hasta la corte de Luis XIII y de Luis XIV, y muy pocos autores franceses mencionan su existencia. Pero las relaciones entre Francia y España se aceleran durante el siglo XIX: Napoleón coloca a la península bajo el reinado de su hermano José; Luis XVIII envía un ejército para apoyar a la monarquía española restablecida y, por último, Luis Felipe crea la más imponente colección española fuera de España y la expone en el Palacio del Louvre entre 1838 y 1848. Los franceses descubren primero a Bartolomé Esteban Murillo y José de Ribera, después a Velázquez: la mayoría de sus obras quedarán en Madrid. Los cuadros hispánicos comienzas a aparecer en las colecciones públicas y privadas, y al terminar la década de 1830, las biografías de los pintores españoles pasan a ser una fuente de inspiración para los cuadros presentados en los Salones y para la litografía. Es así como en 1865 Théophile Gautier alaba a Velázquez: "el mayor colorista del mundo, es realmente el pintor de la España feudal y caballeresca. Su arte es hermano del arte de Calderón y no corresponde en nada a la Antigüedad. Su pintura es romántica en todo el sentido de la palabra." La Vista de Sevilla del Museo de América en Madrid ofrece una mirada única sobre la Sevilla de la época de Diego Velázquez. Como único puerto conectado con América durante muchos años, la ciudad fue centro de un comercio internacional inédito, acompañado de toda la grandeza y toda la decadencia de un lugar así. El Santo Tomás del Museo de Orleans (imagen superior) no proviene del lujo de la corte de Felipe IV ni de los viajes de Velázquez a Italia. Este cuadro pertenece a los primeros años del pintor, nacido en 1599 y que pasó a ser pintor de Felipe IV en 1623. La obra nace en esa Sevilla polvorienta, del genio de un pintor de apenas veinte años. Ha sido modelado por las enseñanzas de Francisco Pacheco, por las obras presentes en la ciudad y por la decisión de que el apóstol fuera encarnado por un joven, quizás el campesino al cual Antonio Palomino afirmaba en 1724 que Velázquez había pagado, para dibujarlo en diversas poses. En 1843, se cita por primera vez en Orleans el Santo Tomás, pero atribuyéndolo a Murillo y como un simple "solitario". La verdad sobre esta obra maestra sólo saldrá a la luz en septiembre de 1920, cuando el historiador italiano Roberto Longhi, que llegará a ser uno de los más importantes "connoisseurs" de su tiempo, reconoce durante un viaje a Europa en el apóstol la mano del joven Velázquez. El cuadro adquiere entonces un lugar importante en la historia del arte moderno. El Museo del Louvre intenta incluso en 1970 llevarlo de manera permanente a sus salas. Defendida por el alcalde de Orleans, la obra permanecerá a orillas del Loira y pasará a ser una fuente de inspiración: desde 1996 ilustra la portada de las "Vies minuscules", a petición de su autor Pierre Michon; una de sus reproducciones aparece en segundo plano en "Expediente Warren: The Conjuring" (2013), la famosa película de James Wan, y Nicolas de Crécy propone su propia versión de la obra en "Les Amours d'un fantôme en temps de guerre" (2018). La luz infrarroja y los rayos X permiten obtener dos tipos de imágenes diferentes de las obras de arte, haciéndonos penetrar en el corazón del material. El estudio de una obra se enriquece así con indicios materiales. La reflectografía de infrarrojos hace visibles los materiales a base de carbono en las diferentes capas de la pintura: dibujos preparatorios, pinceladas recubiertas, arrepentimientos en aquellos puntos donde el artista decide cambiar la composición... La radiografía obtenida, tal como la de un cuerpo humano, revela materiales densos como el plomo y permite captar mejor cómo ha sido dispuesto el conjunto de las masas. En Velázquez esos documentos revelan una técnica particularmente viva y dominada, en particular en sus obras sevillanas pintadas antes de 1623 y antes de su instalación en la Corte madrileña. El artista sevillano posiciona primero lo que su maestro Pacheco denominaba los perfiles ciertos, es decir, los contornos esenciales. La radiografía revela líneas blancas muy finas trazadas con pincel seco en un material denso. El infrarrojo destaca una segunda manera de posicionar los elementos importantes de la obra, utilizando un pequeño cepillo y un material oscuro y fluido. El examen con infrarrojos también revela las pinceladas vivas, el gesto rápido para eliminar un exceso de material. Este gesto es común a numerosos artistas, pero a menudo se limita a la periferia de la obra. La particularidad de Velázquez reside en el empleo regular y frecuente de este gesto, incluso en partes mayores de la tela y sin que quede totalmente recubierto. A comienzos del siglo XVII Sevilla sigue la tradición de los gremios de oficios: para llegar a ser pintor hay que seguir una formación con un maestro, y luego superar una prueba de maestría para finalmente integrarse en el oficio. Nacido en 1599, Velázquez ingresa en diciembre de 1610 al taller de Francisco Pacheco, pintor que organizaba una academia informal en torno a su taller. El joven artista pasa su examen en 1617, desposa al año siguiente a Juana Pacheco, hija de su maestro, y finalmente abandona Sevilla para entrar en 1623 al servicio de Felipe IV en Madrid. Durante los trece años de su actividad sevillana, primero como aprendiz y luego como pintor, Velázquez aprovecha plenamente toda la riqueza de una ciudad que era entonces el único puerto donde estaba permitido el comercio y los viajes al continente americano. Pacheco y el medio sevillano le aportan a Velázquez una apertura intelectual y artística única, que participa plenamente en el desarrollo de este joven artista destinado a llegar a ser uno de los más célebres genios de la pintura europea. |
¿San Matías? Atribuido a Francisco Pacheco |
Los doce apóstoles fueron, según la tradición cristiana, los primeros discípulos de Cristo que difunden su palabra. La construcción progresiva de la Iglesia romana llevó a confirmar a los apóstoles como los pilares esenciales de la Fe, pero también de la institución eclesial. Desde los primeros siglos del cristianismo sus imágenes son ampliamente difundidas, y el desarrollo de las estampas permite multiplicar entre los siglos XV y XVI series de grabados que los representan individualmente, acompañados a menudo por Cristo y San Pablo. A partir de esa tradición, El Greco inventa un nuevo género pictórico: el apostolado, transfiriendo en lienzos las series grabadas de los apóstoles. Cada santo figura como busto o de pie en una tela independiente que forma parte de una serie, generalmente representado sobre pilares, entre los arcos de una sacristía o de un coro. El género se difunde particularmente en España, que mantiene esta tradición durante todo el siglo XVII a diferencia del resto de Europa, de modo que se crea la costumbre de utilizar el nombre español de "Apostolado" para estas series dedicadas a los apóstoles. La búsqueda en torno al Apostolado en la obra de Diego Velázquez comenzó con el apóstol de Dresde, San Matías supuestamente (imagen superior). Roberto Longhi propone desde 1927 atribuirlo a Velázquez. La hipótesis es abandonada en la posguerra, y recientemente fue atribuido por el historiador del arte Benito Navarrete Prieto a Francisco Pacheco. En efecto, vínculos estrechos unen el cuadro a dos dibujos de Pacheco conservados en Florencia. Esas tres obras permiten conocer otra faceta de la personalidad artística del maestro de Velázquez. Proponer una reatribución del cuadro de Dresde permite plantearse la posibilidad de una relación más estrecha entre el maestro y el alumno en el diseño y creación del Apostolado, del cual el cuadro de Orleans, Santo Tomás, constituye un vestigio escaso. Una nueva forma de naturalismo y la expresividad de la estructura del drapeado guardan relación directa con el San Pablo y con el Santo Tomás de Velázquez. Cerca de un siglo después de que un artículo atribuyera por primera atribución esos cuadros, helos aquí reunidos por algunos meses en un mismo lugar, en un hecho totalmente inédito. Desde comienzos de la década de 1920, las obras Santo Tomás, San Pablo (Museu Nacional d'Art de Catalunya) y Cabeza de apóstol (Museo del Prado) han sido unánimemente reconocidas como parte de un apostolado sevillano de Velázquez, dando así inicio a una búsqueda internacional para ubicar e identificar los cuadros desaparecidos. Roberto Longhi propone sumar el apóstol de Dresde (¿San Matías?). August L. Mayer, autor de monografías y de un catálogo razonado en 1936, en el cual deja varios números sin obras para los apóstoles no encontrados, sugiere integrar varios cuadros a la serie: un San Mateo de la colección Blaker, un San Simón actualmente en México, un San Judas Tadeo de la colección Thyssen en Lugano y un Estudio de apóstol. Si bien este último cuadro sigue siendo atribuido a la escuela sevillana, los otros tres fueron rápidamente reatribuidos a la escuela italiana. También fue sugerido un San Simón que se encontraba antes en la Galería Charpentier, aunque su estilo es más cercano al cuadro de Dresde y a determinadas obras de Luis Tristán. Finalmente, a partir de la década de 1960, Longhi se preguntaba sobre los vínculos entre el Apostolado de Velázquez y el San Felipe, obra expuesta por primera vez en la exposición En medio del polvo de Sevilla... siguiendo el rastro del Santo Tomás de Velázquez (Dans la poussière de Séville... Sur les traces du Saint Thomas de Velázquez) del Museo de Bellas Artes de Orleans (del 5 de junio al 14 de noviembre de 2021). La muestra ha sido comisariada por Corentin Dury y Guillaume Kientz. |
San Felipe Atribuido a Diego Velázquez y su taller |
El Apostolado de Velázquez representa el apogeo de las relaciones del pintor con el arte de José de Ribera. Originario de los alrededores de Valencia, Ribera estuvo activo en Roma entre 1606 y 1624. Es evidente que sus cuadros romanos fueron difundidos rápidamente en España, pero todavía carecemos de información que permita explicar los evidentes vínculos estéticos entre los años romanos de Ribera y los años sevillanos de Velázquez. El tratamiento de la luz y de los colores, amén del interés por modelos encontrados en la calle, son puntos en común. Pero, sobre todo, Ribera y Velázquez presentan con la misma energía sus drapeados, que devoran sus composiciones. Luis Tristán, pintor de Toledo que encontró a Ribera en Roma, puede haber sido también una de las fuentes de Velázquez. Sus pinturas de la década de 1610, que hacen doble eco al arte de Ribera y del Greco, su maestro, aportan nuevos índices para comprender el Apostolado sevillano de Velázquez. Ya en 1960 Roberto Longhi proponía, basándose en una fotografía, atribuir a Velázquez el diseño del cuadro San Felipe (imagen superior). El santo es representado sentado, en un formato cercano al de los apóstoles de Orleans-Barcelona y bajo una inscripción similar. El personaje, perdido en sus pensamientos y sorprendido en el momento de colocarse o de retirar su monóculo, es de una gran inteligencia y de un indudable naturalismo. Nunca antes mostrado en exposición hasta En medio del polvo de Sevilla... siguiendo el rastro del Santo Tomás de Velázquez, este cuadro es confrontado por primera vez con los otros tres apóstoles, para iniciar un cuestionamiento que varios especialistas han propuesto: además del diseño, ¿será que la ejecución fue parcialmente obra de Velázquez y parcialmente de su taller? En medio del polvo de Sevilla... siguiendo el rastro del Santo Tomás de Velázquez abre la oportunidad de contar con un contexto completo de análisis del cuadro, que bien podría ser una pieza inédita en la búsqueda en torno al apostolado de Velázquez. La dimensión escultórica del drapeado del Santo Tomás no deja duda alguna. En Sevilla a comienzos del siglo XVII el funcionamiento de los gremios impone una estricta división de los oficios. Los escultores no tienen así derecho a pintar sus propias creaciones, a pesar de que en ese entonces una escultura que no había sido policromada se consideraba inconclusa. Existían estrechas relaciones entre los talleres de escultores y los de pintores, como los de Juan Martínez Montañés y de Francisco Pacheco, en particular en los tiempos en que Velázquez trabajaba con este último. La sensibilidad frente al relieve demostrada en el cuadro de Orleans hereda probablemente en parte esa familiaridad de Velázquez con la escultura. No es improbable imaginar al joven aprendiz como encargado de aplicar las primeras capas de enlucidos sobre los relieves de Martínez Montañés, que debían posteriormente ser pintados por su maestro. España es, en el primer cuarto del siglo XVII, una importante confluencia de caminos de Europa. Si bien Italia, y especialmente Roma, constituyen un lugar particular para artistas y aficionados, la península ibérica atraía también a muchos pintores. Gerard Seghers viaja a Madrid a fines de la década de 1610. Su San Pedro penitente es un ejemplo de los ecos del naturalismo español en su pintura. Su Apostolado, conocido primero a través del grabado pero también por una serie de telas altamente repintadas en Bélgica (Saint-Ghislain), es testimonio directo de sus intercambios con varios modelos hispánicos. El viaje de Claude Vignon a España está menos confirmado, pero un cuadro redescubierto en Lavastrie (región de Auvergne) muestra un vínculo directo con modelos de Luis Tristán y de Juan Bautista Maíno, cuyo San Pedro de Nantes es heredero. Estos cruces en torno a la escuela francesa y española llevan a cuestionamientos encarnados en el apóstol del templo marsellés de la Trinité-la-Palud, identificado también con San Matías. Con su franco naturalismo, este cuadro intriga y sigue siendo un enigma por resolver entre Georges de La Tour, José de Ribera y España. |
San Pablo Diego Velázquez |
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