LOS CUATRO ESTADOS DEL ALMA
29/10/2016
Los gusanos se derraman desde las costillas y los dientes del esqueleto, y la pobre ánima en el infierno, con la piel de color rojo sangre, está destrozando su torso enloquecida por los tormentos. Estos son dos de los cuatro destinos del alma, como tan terrible y maravillosamente labró, según los expertos, el escultor ecuatoriano Manuel Chili, apodado Caspicara (hacia 1723-1796). Conservado en una colección particular de Francia desde hace décadas, este grupo de estatuillas en madera policromada se exhibe desde el pasado verano en la Hispanic Society de Nueva York, que los adquirió en la Spring Masters Fair (Nueva York) de este año 2016. La intención con esta obra -que en origen se talló para una iglesia, convento u oratorio privado- fue representar los cuatro estadios por los que discurre el alma humana tras la muerte, según el catolicismo. Cada miembro del cuarteto -la muerte, el alma en el paraíso, el alma en el purgatorio y el alma en el infierno- mide solo entre 16 y 19 centímetros de altura -hay que tener en cuenta también que están representadas de medio cuerpo-, pero su diminuto tamaño no reduce el efecto escalofriante del grupo, que su autor logra a través de una meticulosa atención a los detalles escabrosos. Según los expertos de la Hispanic Society no se conserva ningún ejemplar escultórico que aborde los destinos del alma; en el caso particular de la figura del alma en el infierno, es diferente a cualquier obra conocida de la escultura policromada hispana. Las diminutas lágrimas del alma suplicante en el purgatorio, que lleva negra corona de espinas, brillan como si fueran frescas; su piel cuelga ya de los huesos, por lo que su petición de salvación es cada vez más urgente. A su izquierda, la figura en el infierno, la más fascinante de todas -como el hombre rico del Hades que aparece en el evangelio de San Lucas-, está claramente condenada con grilletes alrededor de las muñecas y el cuello, y sapos y sanguijuelas arrastrándose por su piel desgarrada y ensangrentada; sus rojos ojos de cristal se abultan dentro de las órbitas, y su enorme boca -con la lengua extendida- se congela para emitir lo que a todas luces es un grito que hiela la sangre. El esqueleto de la muerte se representa aún con carne en descomposición, incluyendo los dientes podridos. El único respiro llega, por supuesto, del alma en el cielo o en el paraíso, con sus mejillas rosadas altamente pulidas, sus labios de cereza y sus brillantes ojos azules elevados mientras reza a Dios; por los rasgos delicados y femeninos y la túnica floreada con cíngulo que viste puede parecer una mujer, pero los expertos dicen que los cuatro personajes del grupo representan a hombres. La idea de representar a las almas es habitual en el arte español y en el de sus antiguas colonias, pero como hemos apuntado antes sí parece ser única a través de esta manifestación escultórica. También es insólito que la misma haya sobrevivido en su integridad durante todo este tiempo. Es probable que Caspicara probablemente se inspirara en uno de los dos conjuntos de grabados europeos (que ahora se pueden ver en el British Museum de Londres): uno de ellos, del grabador holandés Egbert van Panderen (hacia 1610-1620), comprende cuatro imágenes similares y es al que más se acerca; el otro, del alemán Alexander Mair (hacia 1615) contiene seis grabados, ya que añade un moribundo y el escudo de armas del obispo que Caspicara no representa. |
Caspicara -"cara de palo" en quechua- fue uno de los dos maestros escultores activos en el siglo XVIII en Ecuador; el otro fue el mestizo Bernardo de Legarda. Estos cuatro destinos del alma casan mejor con Caspicara, sobre todo porque era famoso por su interpretación cuidadosa de la anatomía humana y por su capacidad para capturar las emociones en sus obras. El propio Carlos III se refería a él como el Miguel Ángel de sus colonias de América. Teniendo en cuenta sus esculturas conocidas, tanto documentadas como atribuidas, esta pieza sería considerada una de sus obras maestras. La serie es tan única que solo es posible encontrar similitudes en detalles menores de obras documentadas de Caspicara, como las suturas del cráneo humano que aparece a los pies de Cristo en el grupo de la Crucifixión que se conserva en el Museo de Arte Colonial de Quito. Los misioneros españoles en el Nuevo Mundo habían estado importando obras de arte renacentistas y barrocas españolas durante siglos, lo que dio lugar a la Escuela Quiteña, que acusó el intenso realismo de la Península Ibérica hasta el punto de dar lugar a obras como la que nos ocupa, cuyo aspecto aterrador casa con las sensibilidades indígenas. Las obras de arte de la escuela, con figuras como Caspicara o Legarda, poseen ricos colores y exuberantes decoraciones. Son piezas religiosas que, en gran medida, incluso cuando representan asuntos sangrientos, brillan por el oro y la plata que llevan. La Hispanic Society compró este cuarteto de madera a la Galería Colnaghi con sedes en Londres y Madrid. Antes había pertenecido a un marchante de arte francés que, recientemente, los adquirió a quienes fueron sus propietarios franceses durante mucho tiempo: una familia que residía en Chile a mediados del pasado siglo XX. La obra, cuyo propósito era provocar la meditación en los fieles sobre la eternidad y nuestra mortalidad, recibió una limpieza superficial y la reintegración de las lagunas cromáticas que tenía después de su adquisición. |
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