EL CARMEN DE GENNARO Y MICHELE TRILLOCCO. UN MODELO DE SANMARTINO

16/07/2023


 

 

Hasta 1790, la Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen de la localidad italiana de San Severo rendía culto solamente a una pintura de la titular que todavía conserva. Se trata de un óleo sobre lienzo del siglo XVII de autor napolitano desconocido, traído a la ciudad por los padres carmelitas en la citada centuria, que copia el famoso icono de la Virgen Bruna venerado en la Basílica del Carmine Maggiore de Nápoles.

Fue entonces cuando se decidió encargar una escultura de madera tallada y policromada, considerando sobre todo la función procesional del simulacro, más adecuado que un cuadro para desfilar por las calles de la ciudad. También pesó el hecho del mayor realismo e implicación emocional que suele conllevar para los fieles una escultura frente a una pintura, sobre todo si hablamos de una talla naturalista como la que nos ocupa.

La corporación encargó la imagen por 52,50 ducados a los hermanos Gennaro y Michele Trillocco, activos en Nápoles entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Ambos fueron avezados discípulos y colaboradores del célebre escultor napolitano Giuseppe Sanmartino. De hecho, la Virgen del Carmen fue esculpida a partir de un modelo o boceto labrado por el maestro Sanmartino, y seguramente bajo su dirección.

El Carmen de San Severo representa admirablemente el gusto escultórico napolitano de finales del setecientos, imbuido de gran pictoricismo en su plástica y caracterizado también por la extrema idealización y la expresividad gestual. La prodigiosa creación compositiva y la excelente técnica escultórica sitúan esta obra entre las mejores tallas italianas policromadas de la segunda mitad del siglo XVIII.

 

 

El simulacro representa con gran delicadeza a la Madre del Carmelo sedente sobre una nube, en actitud de ofrecer a los fieles el escapulario de la Orden Carmelita con su mano derecha. El rostro, dulce y sereno, se halla iluminado por una inefable sonrisa. En su mano izquierda sujeta al Niño, desnudo, de pie y con las piernas cruzadas. Un Niño encantador y vivaz, que parece incluso jugar con otro escapulario que sostiene con gran elegancia entre sus manos. Madre e Hijo también portan piñas de flores de talco como atributos.

Su excepcional valor artístico fue siempre tenido en cuenta por los hermanos de la Archicofradía, que siempre han conservado la obra con sumo cuidado y nunca han permitido alteración alguna, salvo un repinte parcial, limitado a los ropajes, para reintegrar los desgastes derivados de las procesiones. La única modificación, realizada a finales del siglo XIX con el fin de aumentar la riqueza de la efigie, fue revestir de metal repujado la peana adornada con angelitos, una intervención que, lejos de desvirtuar la obra, lo que hizo fue realzarla.

En 2002 sufrió una restauración de conservación por Raffaele D'Amico, que además de la limpieza y el restañado de grietas y pequeños desperfectos, rescató los pigmentos originales de los ropajes: amarillo del velo, verde agua de las mangas y rosa de la túnica. Gracias a dicha intervención sabemos que el manto, ahora celeste, era originalmente más oscuro, siendo repintado en el XIX por el desgaste procesional antes aludido.

La gran fortuna crítica y devocional que tuvo inmediatamente esta escultura la atestiguan las numerosas reproducciones a pequeña escala realizadas para el culto doméstico: estatuillas policromadas de varios tamaños, en madera, terracota, barro crudo o papel maché, que se produjeron en gran número, no solo para devociones privadas de San Severo o el entorno de Nápoles, sino también para otros puntos de Italia. Además, sirvió de inspiración para otras creaciones artísticas realizadas posteriormente sobre la iconografía carmelita.

 

 

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